Un embajador que caminó y vivió el territorio
Durante cuatro años como embajador de la Unión Europea en Colombia (desde septiembre de 2021), Gilles Bertrand encarnó una forma distinta de hacer diplomacia. Lejos de limitarse a los pasillos institucionales, recorrió territorios golpeados por la violencia, llevando un mensaje de compromiso con la vida y de respaldo a las comunidades que resisten. Ese estilo cercano, de escucha y acompañamiento, se convirtió en su sello personal y en la marca de la Unión Europea en un país donde la paz aún en medio de desconfianzas se construye día a día.
Su trayectoria lo respaldaba: con formación en ciencias políticas y administración de empresas, Gilles había acumulado alrededor de veinte años de experiencia en política exterior de la Unión Europea. Sin embargo, lo que marco la diferencia en su paso por Colombia fue su disposición a “ponerse las botas” y salir al encuentro de liderazgos sociales, mujeres, víctimas, jóvenes y comunidades rurales.
No fue un embajador de protocolo, sino un aliado estratégico que entendió que la paz se construye en los territorios y no solo en las capitales.
En entrevistas recientes, Gilles reiteró un mensaje central con contundencia: “No podemos cubrir el agujero en la cooperación que dejó USAID”. Un golpe de realidad para un país cuyos niveles de cooperación han sido decisivos para avanzar en sus principales apuestas. Pero su mensaje es, en el fondo, un llamado a que Colombia transite hacia un modelo basado en inversiones sostenibles, con foco en territorios excluidos donde la presencia estatal aún es precaria. Un llamado sensato para un país que aún muestra altos niveles de dependencia de la cooperación, pero que también tiene un enorme potencial para crecer.
Durante su periodo como embajador, Gilles insistió en que la verdadera garantía de no repetición del conflicto está en la capacidad del Estado de habitar el territorio, no solo con seguridad a través de la militarización, sino con garantías de derecho. Tendría que entonces abrirse el camino de territorializar la paz, y para ello es clave integrar a las comunidades y al sector privado.
También expresó su admiración por Colombia, recomendándole a su sucesor: “que se deje conquistar por el país… viaje fuera de Bogotá… son las comunidades y las juventudes los arquitectos de la no repetición de la violencia”.
Su compromiso fue reconocido con el primer “Sello Restaurativo para la Paz”, otorgado por la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), un gesto que simbolizó su respaldo a las víctimas y a la justicia transicional. La JEP reconoció de manera especial la labor del embajador y su apoyo a la transformación de las condiciones que perpetúan la violencia en los territorios. Ese reconocimiento fue el resultado de una diplomacia que acompañó procesos locales, apoyó iniciativas de reconciliación y defendió públicamente la necesidad de mantener el Acuerdo de Paz como eje de la relación entre Colombia y Europa.
Incluso en momentos difíciles, Gilles alzó la voz. Cuando la violencia recrudeció en distintas regiones, pidió directamente a los grupos armados no profundizar el dolor y frenar acciones que ponían en riesgo los frágiles avances. Ese tono firme, pero respetuoso, reflejaba gran coherencia y dejaba un mensaje clave: la paz no es solo una política de gobierno, es un mandato ético que la comunidad internacional también está llamada a respaldar.
Al final, Gilles Bertrand consolidó a la Unión Europea como un aliado confiable para Colombia. No solo reforzó el diálogo político de alto nivel con el Gobierno y el Congreso, sino que acompañó de cerca a las comunidades, convirtiéndose en un referente de lo que significa la diplomacia como herramienta de paz.
Una transición con esperanza: la llegada de François Roudié
La salida de Gilles Bertrand coincide con un momento estratégico para el país: Colombia será sede de la Cumbre CELAC–UE en Santa Marta, un encuentro donde se discutirán prioridades compartidas como democracia, comercio justo, transición ecológica y derechos humanos. Es en este contexto que llega su sucesor, François Roudié, quien fue el embajador de la Unión Europea en El Salvador y representante ante el Sistema de Integración Centroamericana (SICA).
Roudié, es politólogo y periodista, con maestrías en Historia Europea Comparada y Asuntos Políticos Europeos, ha trabajado para la diplomacia europea desde 1994 y en el Servicio Europeo de Acción Exterior desde 2004. Su experiencia en Centroamérica lo perfiló como un diplomático hábil en escenarios de transición democrática y de cooperación con territorios marcados por la desigualdad y la violencia.
Aunque aún no ha hecho declaraciones públicas extensas sobre Colombia, su historial muestra prioridades claras: fortalecimiento institucional, cooperación verde y digital, apoyo a juventudes y promoción de la movilidad académica a través de programas como Erasmus+, las cuales han sido una muestra de sus grandes logros como embajador en el Salvador. Su llegada se da en un contexto donde la Unión Europea busca reafirmar su papel en América Latina como aliado estratégico, no solo en cooperación, sino en inversiones y en continuar el camino de construcción de confianzas políticas, con sector privado y con las comunidades en los territorios.
Un legado vivo y un futuro por escribir
Gilles Bertrand deja Colombia con una diplomacia cargada de humanidad, compromiso y coherencia con los territorios. Su legado no es solo simbólico, sino sobretodo estratégico: cooperación situada, paz con justicia, inversión sostenible, fortalecimiento institucional y transformación territorial. Tras él, hay un espacio lleno de expectativas, con territorios que lo despiden con amor. Desde Buenaventura, al unisonó le enviamos un mensaje de especial gratitud.
Hoy comienza una nueva etapa con la llegada de François Roudié. Buenaventura, el Pacifico y Colombia lo recibe con una bienvenida calurosa y fraterna, con la esperanza de que encuentre en este país la inspiración que conquistó a su antecesor. La transición es, entonces, una oportunidad para honrar lo ya sembrado y abrirse a nuevas formas de acompañamiento. Colombia no le impone un legado, sino que le abre la puerta al corazón de sus territorios, a las juventudes y las comunidades, que serán también sus aliados en este camino.
Buen viento y buena mar, Gilles.
Bienvenido, François.