
En 1994, cuando decidió firmar los acuerdos de Oslo, en donde reconocía la existencia del Estado de Israel, los de Hamás quisieron matarlo. Eso de darle la mano a Isaak Rabin, primer ministro israelí, que además había sido militar y odiador profesional de los palestinos, no era tan popular en Gaza. Ni siquiera el Premio Nobel de Paz hizo que amainaran las injurias contra él. Pero Arafat no se parece al cliché que se tiene en occidente de los políticos palestinos.
Arafat tenía 18 años cuando le dieron su tierra a Israel. Creció con ese conflicto, lo gritó ante el mundo y el mundo lo supo. Había nacido en Egipto, en 1928, pero sus papás eran de Gaza. Regresó a Jerusalén justo en 1947, cuando aparece Israel como país y su resolución fue ser parte de la guerra que estalló un año después. No era un radical, estaba lejos de serlo. Era un tipo curioso, tuvo amigos judíos y aprendió a leer textos de sionistas como Theodor Herzi. Aun así, se hizo nacionalista árabe. Después de la guerra siguió estudiando su carrera, la de ingeniero, hasta recibir su diploma. Defendió a Palestina contra todo aquel que quiso usurparla, contra Jordania, por ejemplo, mientras que los israelíes lo catalogaron de terrorista, solo por haber creado el movimiento político Fatah y ser el líder máximo de la Organización para la liberación de palestina.
Ayer se cumplieron dos años del ataque de Hamás donde murieron cerca de 1.200 israelíes y que generó la que es considerada una desproporcionada acción de respuesta de Israel contra Gaza, que ha dejado más de 80.000 muertos. Pero si hay un puntapié inicial en esta guerra hay que remontarse a 1948. Ese año, la guerra provocó el desplazamiento de 700.000 palestinos que perdieron sus casas por el conflicto. Fueron echados de su propia tierra por Israel.
Y entonces apareció la utilización de la fuerza, algo que le trajo críticas a Arafat, pero que también fue entendido dentro de Palestina como una forma legítima de resistir el asedio de una potencia militar. El grupo Fatah encarnó la lucha armada por la liberación de Palestina. Esto, dicho 67 años después de su fundación, puede sonar un tanto atronador, sobre todo teniendo en cuenta el descalabro militar y moral que han tenido las guerrillas en esta parte del mundo. Pero en Palestina sirvió para resistir a Israel y también para que la lucha de ese pueblo se convirtiera en un tema mundial y perenne. Cuando murió Arafat, en 2004, Greta Thundberg, la activista sueca que acaba de ser deportada de Israel por encabezar la flotilla humanitaria que tenía como fin dejar alimentos en Gaza, acababa de nacer.
Arafat, líder de los palestinos, parecía resistir toda la fuerza que le enviaba Israel. Soportó la guerra de los seis días en 1967, la batalla de Karameh un año después, el asedio al Líbano por parte de Israel en los ochenta, la estigmatización mundial y un carisma que le ayudó a sobrellevar las peores acusaciones y hasta tener vida de rockstar. Porque sus romances fueron sonados, como el que tuvo con la periodista uruguaya Isabel Pisano, quien fue autora de su más comentada biografía. No era un intelectual y prefería los comics a las novelas serias, pero tenía carisma.
En 2004 sobrevino su muerte, prematura si se tiene en cuenta que, a sus 75 años, parecía que tenía cuerda para más aventuras. El asedio israelí lo fue mermando y algunos periodistas se inventaron historias un tanto turbias sobre las razones de su muerte. Cuando se cumplieron 10 años de su deceso, The Guardian hizo un perfil analítico de lo que le dejó a Palestina la huella de Arafat. De manera premonitoria, el escritor del texto vislumbra lo que sería una nueva década para Palestina y su conflicto. Lo que preconiza termina siendo lapidariamente cierto:
“El futuro político de Palestina se presenta sombrío. La verdadera autoridad se ha visto mermada por largos años de lucha, por la muerte, la detención, la ocupación y la aparentemente infructuosa búsqueda de libertad y restitución. La diáspora, donde vive la mayoría de los palestinos, nunca ha estado tan marginada ni ha perdido la voz, y los refugiados, el corazón de la revolución de Arafat y el núcleo de la lucha, nunca han enfrentado tanta negación y privación. Después de Arafat y Abbas, es improbable que surja pronto un nuevo liderazgo nacional que trascienda las fronteras políticas y geográficas y encarne la voluntad y las aspiraciones de la mayoría de los palestinos. El resultado de la inevitable lucha probablemente será una autoridad truncada con poca credibilidad; un liderazgo que refleje el mínimo común denominador en lugar de la voluntad popular”.
Arafat tuvo todo en contra. No tuvo un físico como el de Fidel o Nasser, no era el líder tradicional y menos un líder que ayudara a enfrentarse a una potencia como Israel, pero lo terminó logrando. Hoy la lucha Palestina está más viva que nunca.