Una demostración sin par de la aguda inteligencia de la oposición

Vi la enorme ola de críticas que levantó el llamado -megáfono en mano- en las calles de Nueva York, del presidente Gustavo Petro, a las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, para que no colaboraran con el genocidio en Gaza, es decir, para que desobedecieran las órdenes de Donald Trump y del Pentágono. También los denuestos que provocó la propuesta de conformar una gran fuerza armada multinacional para ir al territorio Palestino y hacerle frente al super armado y brutal ejército israelí. Rechazaban así, nuestros acuciosos y enojados críticos, a voz en cuello, en la radio, en la televisión, en las redes y en la prensa, llamados que no tienen la menor posibilidad de que se lleven a cabo, palabras vanas hijas del desespero y la impotencia.

En cambio, no oí críticas, o escuché muy pocas, ni sentí que despertaran alguna indignación, cosas muy graves que sí ocurrieron y que me produjeron verdaderas náuseas: la descarada presencia de Benjamín Netanyahu en la Asamblea de las Naciones Unidas justificando el más horrendo genocidio del siglo XXI, la carnicería humana más infame, una catástrofe humanitaria sólo comparable al holocausto judío del siglo XX.

Ni produjo rabia alguna el discurso de Donald Trump arrasando con el multilateralismo, el gran pacto de las naciones que surgió de las cenizas de la segunda guerra mundial, ese consenso liberal que dio vida a la ONU y a una variada red de instituciones internacionales orientadas a buscar soluciones a los conflictos o dirigidas a conquistar mejoras colectivas para un mundo cruzado de desigualdades, agresiones y angustias por hambrunas, enfermedades, pestes y catástrofes ambientales y sociales.

El hilo de las críticas a Gustavo Petro llevó a los preclaros representantes de la derecha a pescar en conciencia ajena y entonces, gran descubrimiento, la intención clara del presidente era provocar a Marco Rubio y a Donald Trump para que le arrebataran la visa. Hecho, decían algunos, que traerá, seguramente, otras sanciones, que provocará, señalaban, angustiadísimos, que pierdan el empleo las personas más pobres, las madres solteras, porque el presidente Trump, en defensa de su país, siempre recurre a medidas económicas contra quienes lo ofenden. Porque Petro siempre echa mano de la victimización, decían.

Son muy agudos los líderes de la oposición y los dirigentes empresariales y por el camino de interpretar a Petro ligaban esta acción a otra, la descertificación, que según ellos, tuvo origen en la insolente provocación de permitir que los cultivos de coca se mantuvieran o crecieran y por no hacer más para detener el flujo de cocaína hacia los Estados Unidos. Gran crítica que, si no estoy mal, sucede desde hace cuarenta años, con mayor o menor intensidad, gobierno tras gobierno.

Como si Donald Trump y Marco Rubio hubiesen necesitado de provocaciones o de motivaciones distintas a las diferencias ideológicas, o a su visión sobre la recuperación de la grandeza de los Estados Unidos, para saltar por encima de todas las reglas de la diplomacia y atropellar aquí y allá a pueblos y países.

No han precisado de un evento extraordinario para iniciar la guerra mundial de los aranceles; ni para acabar con la agencia de cooperación para el desarrollo USAID y desatender todos los compromisos adquiridos en el planeta para paliar los efectos de las guerras desatadas por ellos; ni para desplegar una gran fuerza naval en el caribe apuntando a Venezuela y a Colombia y ejecutar, sin fórmula de juicio, a 11 personas que navegan en una lancha rápida en aguas del Caribe; ni para sancionar a Brasil por el juicio que se adelanta contra Jair Bolsonaro; ni para amenazar día tras día a México con acciones sobre su territorio contra los carteles de la droga.

Me aterra pensar la actitud que adoptará la derecha colombiana, si llega a la presidencia de la república y obtiene mayorías en el Congreso en 2026, frente a Donald Trump y al gobierno de los Estados Unidos. Por el camino de no provocar a Trump puede prestarse para las peores cosas. Facilitar incursiones militares sobre Venezuela desde nuestro territorio; aceptar acciones punitivas directas sobre carteles de la droga en nuestro suelo por parte de fuerzas de los Estados unidos; establecer cárceles al servicio de los gringos para encarcelar migrantes siguiendo el ejemplo de Bukele en el Salvador; alinearse con las presiones indebidas a nuestros hermanos de México y Brasil; y, claro, acompañar a Trump en su demencial desafió al mundo. 

Entre tanto, Petro seguirá intentando estar del lado correcto de la historia añorando, quizás, los tiempos de juventud, cuando tenía armas o compañeros que las tenían y las sabían manejar, para proclamar sus ideas y defender su causa; obligado ahora, en tiempos en que la guerra a perdido todo brillo y justificación, en este país asediado por el dolor, a recurrir a palabras que tienen poco efecto, o  recurriendo a gestos y acciones que tienen algo de trágico y de cómico como un hombre desesperado que se encadena a  las puertas de un palacio para que le atiendan sus reclamos. 

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León Valencia Director

Director de la Fundación Pares, un centro de pensamiento especializado en investigaciones sobre los conflictos sociales y políticos colombianos. Ha sido columnista de la revista Semana y los diarios El Tiempo y El Colombiano. Dirigió la investigación académica sobre la parapolítica que condujo a uno de los mayores escándalos judiciales del país. Ha escrito diversos libros sobre la realidad nacional, entre los cuales están: «La parapolítica, la ruta de la expansión paramilitar y los acuerdos políticos; «Adiós a la política, bienvenida la guerra»; «Mis años de guerra»; «Con el pucho de la vida»; El regreso del uribismo; «Los clanes políticos que mandan en Colombia» y su más reciente novela «La sombra del presidente». Recibió el Premio Simón Bolívar de periodismo en 2008 en la modalidad “Mejor columna de opinión”.