
El cine colombiano sigue ahí, no lo puede vencer ni la falta de ayuda estatal ni la indiferencia del público. Sin una publicidad hegemónica, si Caracol no pasa en Prime Time que en el proyecto está metido Dago García, el genio detrás de El Paseo, es muy difícil que la gente vaya a una sala a pagar una boleta para ver nuestros problemas. Pero el cine colombiano sigue, acaso porque mi Dios es muy grande, y acá en Bogotá tiene su público. Hace poco Iván Gaona, el maestro de Guepsa, Santander, sacó un western inspirado en Sam Peckinpah, Sergio Leone y todos los paisajes que vio de niño, porque si en California tienen el Valle de la Muerte, nosotros tenemos el Chicamoca y todos los cañones del oriente. Así que no nos hagan fieros, que ahora también tenemos fotógrafos. Adios al amigo se llama esta belleza. El jueves pasado se estrenó, con una distribución algo decente para la importancia que tiene la película –se ganó uno de los premios más importantes en Cannes- Un poeta de Simón Mesa quien es con César Augusto Acevedo -quien justamente estrenó este domingo en teatro Cólon su nueva película, Horizonte- los máximos estandartes del nuevo cine colombiano, al menos de cara a los grandes festivales internacionales.
El punto es que Un poeta es una comedia única, universal y maravillosa. Cuenta las desgracias de un profesor de 54 años que nunca se pudo acomodar a la realidad pueril que está fuera de los versos de Silva, de Bukowski o Rimbaud. Un hombre que está condenado no a la ensoñación, como nos quieren hacer ver los tecnócratas que desprecian la literatura, sino a la lucidez, está maldito. Y ese dolor se debe apagar a punta de ron o de versos del Tuerto López.
El cuento del poeta maldito puede volverse un cliché, pero Simón Mesa tiene el pulso, la sensibilidad y la coherencia para hacer de esto una comedia amarga, sobre todo para los que alguna vez aspiramos a la corona de laurel. Igual, la película es capaz de hacer lo que pocas nuevas películas de autor no pueden: romper el nicho. Óscar Restrepo, el protagonista, genera empatía en un público que no necesariamente debe haber amado al Tuerto López para gozarla.
El cuento del poeta maldito da también para reírse. Los destinos de Gómez Jattin y de Silva no pudieron ser más atroces. Al uno le sobrevino la locura, la incapacidad de tener un trabajo estable, una muerte infame atropellado en un bus en Cartagena, al otro el dandismo, las deudas, un balazo en el pecho dado por su propia mano cuando tenía 30 años. Pero, como dice el propio Óscar Restrepo: “Nadie estará a la altura de Silva”. Qué decir de Barba Jacob el errante, el hombre que le dio a la poesía colombiana una identidad, y que a diferencia de otros poetas no nació en la suntuosidad de las casas coloniales, sino en Santa Rosa de Osos, campesino y coherente con sus demonios, trashumante capaz de reconocer abiertamente su sexualidad en la pacata Colombia de comienzos del siglo XX: Fui Adán y fui Eva. Hasta 1983, más de cuarenta años después de su muerte, en una miserable vecindad de Ciudad de México, acompañado por su amante y una señora que le daba de comer, la basta biografía escrita por Fernando Vallejo pudo rescatar del olvido los detalles de la vida intensa del más vital de nuestros poetas.
Las maldiciones también persiguieron a poetas que tuvieron vidas tranquilas, trabajos diplomáticos estables, como Aurelio Arturo, quien aún en Colombia no tiene las reediciones y las legiones de lectores que su genio y originalidad merecen. Hay un verso suyo que define su talento arrasador:
Te hablo de días circuidos por los más finos árboles, te hablo de las vastas noches alumbradas por una estrella de menta que enciende toda sangre.
Sobre este verso, Estanislao Zuleta le dijo alguna vez a William Ospina: “Para comprobar que Aurelio Arturo es un gran poeta, basta con detenerse en una imagen como esta. Alguien que sea capaz de aproximar lo más cercano, que es un sabor, con lo más lejano, que es una estrella, y decir que es una estrella de menta”.
Luis Vidales, el de Suenan timbres, vivió la represión de Julio César Turbay y fue torturado en las caballerizas de la policía. Usted, que de casualidad está leyendo este texto, y que, cada vez que el extenuante trabajo en el call-center se lo permite garabatea un verso para un rap, usted joven es un maldito. Y eso no está mal. La vida pasa tan rápido como un atardecer de domingo, y es mejor lanzarse ya, antes que permitirse la derrota de lo normal, de lo cotidiano, de la casa a treinta años y el carro a cuotas. El peor de los infiernos.
Y en el fracaso de Óscar Restrepo nos encontramos los soñadores. Y nada es más importante en esta vida plana que volver a ver los viejos espectros leyéndole a la luna, estampillada como un arete en el cielo, El nocturno de Silva.