
Ante el insulto disparatado del presidente Donal Trump, contra el presidente Gustavo Petro, pues lo ha señalado de narcotraficante, y al observar las reacciones de algunos connacionales -enemigos de la patria y de nuestra democracia- que se pliegan de rodillas al insensible imperialista, no es difícil comprender la desilusión de un país donde, si bien la gran mayoría de las personas está contenta con su presidente, hay quienes, en contravía malsana (entre ellos los medios de comunicación, que hacen mucha bulla, y la oposición política, que hace trapisondas) se han puesto en la tarea de consentirle a Trump el infundio de su aseveración, sin importarles pasar a la historia como viles canallas.
Al presidente Petro no lo odian los campesinos; porque a ellos les ha cumplido lo prometido, sacando adelante la reforma agraria y solucionándoles los conflictos de tierras, de sus propias tierras, al devolverles con títulos de propiedad los cientos de miles de hectáreas que les habían sido quitadas a sangre y fuego por los bandoleros de la autodenominada “gente de bien”.
No lo odian los trabajadores; porque ha mejorado la situación laboral en la cual el presidente Uribe había dejado a esa franja social productiva, poniéndola al servicio de los esclavistas. De tal suerte, hoy la jornada nocturna comienza a las 7 p.m., igualmente se dio inicio a una reducción gradual de la jornada laboral, y se restablecieron los recargos dominicales y nocturnos.
Tampoco lo odian los jóvenes, que son la parte más importante de toda población, ni los que están estudiando ni los que no han tenido la oportunidad de hacerlo por falta de recursos; y no lo odian porque, por primera vez en la historia nuestra, tienen la posibilidad de estudiar gratuitamente. Y ni qué decir de los aprendices del Sena, a quienes aprobó un contrato laboral regido por las mismas condiciones de un trabajador regular.
No lo odian los abuelos -ni los hijos ni los nietos de estos- porque el presidente ha dado la lucha contra los perversos aporofóbicos de la corte constitucional, para asegurarles una pensión que se han ganado, no por estar sentados en un sillón viendo televisión o recostados en una hamaca tomando cerveza, sino por haber trabajado como esclavos sin ninguna garantía laboral. Valga decir acá, que este pueblo nada odia, pero si lo repudia, al magistrado Jorge Enrique Ibáñez, por empecinarse hasta lograrlo, en pisotear los derechos a una pensión de amparo que tienen más de tres millones de ancianos pobres de Colombia.
Al presidente Petro, tampoco lo odian las mujeres, porque ha contribuido a que se les trate con dignidad, protegiendo a las mujeres cabeza de familia privadas de la libertad, facilitándoles que puedan obtenerla de modo condicional o concediéndoles la cárcel domiciliaria; y -entre otros propósitos y beneficios- ha entregado ciento de miles de hectáreas a mujeres del campo.
No lo pueden odiar los empresarios, porque la economía que más ha evidenciado progreso es la de su franja social que se ha beneficiado más que la franja de los asalariados. Y no debería odiarlo la oposición ni sus periodistas a sueldo, porque a ninguno de ellos lo ha puesto preso por asuntos de rivalidad política. Nunca los ha perseguido chuzándolos o amenazándoles a sus hijos en las escuelas, ni se ha dedicado a estigmatizarlos como lo hacía el expresidente y condenado Álvaro Uribe Vélez, que tildaba de guerrilleros a quienes lo cuestionaban.
Entonces, ¿Quiénes odian al presidente Petro? Los connacionales que odian a Petro son, sin lugar a dudas, los propietarios de los grandes medios de comunicación; es decir, los dueños de las empresas económicas más poderosas del país, acostumbrados a que se gobernara única y estrictamente en su favor, y lo odian también los periodistas que, plegados como borregos sin cerebro, hacen eco a la codicia de sus jefes con calumnias y falsas noticias.
Lo odian los empresarios de la salud, no por la ampliación de la cobertura o por la construcción y remodelación de hospitales, sino porque ha estado develando el billonario desfalco a la salud y las facturas ocultas. Y con igual sevicia lo odian los jefes e inversionistas del narcotráfico; pues, como lo ha informado recientemente el ministro de defensa Pedro Sánchez, en este gobierno y “bajo los lineamientos del señor presidente”, se han incautado 2.652 toneladas de cocaína, se han destruido 17.735 laboratorios, se han erradicado 58.216 hectáreas, se han neutralizado 11.894 integrantes de carteles y de grupos armados organizados y, se han ejecutado 776 extradiciones.
Lo odian sus enemigos políticos, porque añoran el país de las miserias y de la violencia y porque les da grima que el presidente implemente programas de benevolencia social y de anti corrupción, o porque considera a la humanidad como una sola familia que habita un planeta que reclama atención.
¿Y por qué lo odian Donald Trump y la derecha norteamericana? Porque simboliza el humanismo y las libertades que a ellos tanto les molesta y denigra, y en tal condición de expuesta insensibilidad, se inventan sin ruborizarse calumnias como esta de Trump, que motiva esta nota: “El presidente Gustavo Petro es un líder del narcotráfico que fomenta la producción masiva de drogas”. En fin, una acusación tan traída de los cabellos que -de estar viva- no la creería ni la grandmother del anciano anaranjado.