Contra viento y marea, haciendo concesiones en la renegociación del acuerdo después del triunfo del No en el plebiscito, aceptando que la refrendación se hiciera en el Congreso después de haber insistido durante dos años que se convocara a una constituyente y de haber asistido a un plebiscito que no les gustaba, abriendo sus oídos a
la opinión pública que les reclama aquí y allá que les pidan perdón a sus víctimas, las Farc marchan hacia las zonas de concentración y se disponen a su desarme total; entre tanto, comienzan a participar en el debate político.
Y para empezar sorprendieron a la opinión con la propuesta de un gobierno de transición. En el momento de la firma del acuerdo de paz del Teatro Colón, Rodrigo Londoño, jefe de las Farc, hizo el planteamiento. Inmediatamente, dirigentes del Centro Democrático abrieron fuego contra la proposición señalando que le estaban pidiendo a Santos compartir el actual gobierno para iniciar la era del castro-chavismo en el poder.
Pero muy pronto los líderes de la guerrilla salieron a aclarar que se trataba de buscar una gran coalición entre todos los partidarios del acuerdo de paz, para concurrir a las elecciones de 2018 y asegurar el triunfo electoral, con el propósito de garantizar la implementación de todos los compromisos.
La idea nació del miedo que generó el triunfo del No en el plebiscito. Allí las Farc se dieron perfecta cuenta de que la probabilidad de una vuelta del uribismo al poder es enorme. El mismo temor llevó a detener todas las acciones que tenían planeadas para conmemorar los 50 años de existencia a finales de mayo de 2014, cuando transcurría la segunda vuelta de las presidenciales, y Óscar Iván Zuluaga esperaba ansioso que se produjera una escalada de terror de las Farc para alzarse con la victoria.
Con un sorprendente pragmatismo, las Farc están declinando la presentación de un candidato propio en las próximas elecciones, y están diciendo que se dedicarán a impulsar la más amplia unidad de los partidarios de la paz desde la primera vuelta presidencial.
Pero no será fácil llevar a la práctica esta manifestación de realismo de la guerrilla. No solo recibirá fuego desde la orilla uribista. También encontrará serias resistencias en los partidos que hoy acompañan a Santos en la búsqueda de la paz, y no despertará mucho entusiasmo en Gustavo Petro y Jorge Enrique Robledo que aparecen ya en la baraja de los candidatos presidenciales de la izquierda. Figuras como Germán Vargas Lleras y Sergio Fajardo, que se alistan para la contienda presidencial, no accederán con facilidad a un acuerdo con las huestes guerrilleras desarmadas.
Ahora bien, para que la voz de las Farc tenga alguna resonancia en las elecciones venideras, para que su propuesta sea escuchada, primero tienen que administrar bien el impacto que causará su llegada entre los grupos de izquierda y dedicar los meses que vienen a conformar un partido o movimiento innovador, tranquilo, serio e incluyente, para deshacer las graves prevenciones que desata la participación de la guerrilla en la política.
Lo más probable es que el Polo Democrático se divida si la postulación de Robledo como candidato a la Presidencia resulta irreversible. Eso empujaría a Iván Cepeda y quizás a Clara López hacia el movimiento que surja de la paz. También es probable que algunos dirigentes del Partido Verde vayan hacia este nuevo agrupamiento.
No será suficiente para crear un movimiento atractivo para las nuevas ciudadanías, especialmente para los jóvenes, tan reticentes a comprometerse con las viejas formas de hacer política. Lo que se ve en Europa, en Estados Unidos y en algunos países de América Latina es un desencanto con las elites gobernantes y una búsqueda de nuevas formas de comunicación y de relación con los líderes y los partidos.
Acá la situación es más grave aún. Estamos en una sociedad doblemente dividida, doblemente fracturada. Arrastramos las heridas de la guerra, los dolores de la guerra, la división profunda que ha causado la larga confrontación armada; y enfrentamos también la enorme brecha que generan nuevos temas: los derechos de las minorías sexuales, étnicas y sociales, la subversión de las relaciones familiares, la preocupación por las nuevas formas de la corrupción pública y privada.
En los últimos años hemos visto asomos de renovación, votaciones sorprendentes por nuevos líderes, generación de movimientos que se encienden y se apagan en un abrir y cerrar de ojos. Pero en medio de la división de la sociedad ha persistido la resistencia al cambio. La gente da una vuelta y regresa a los viejos liderazgos.
Quizás la firma de la paz sea el ingrediente que faltaba para que la sociedad colombiana emprenda una fuga hacia adelante, para que dé por fin el salto hacia al siglo XXI. Pero eso dependerá de la manera como procedan las Farc y todas las fuerzas que lideraron el Sí en el plebiscito y han persistido en la reconciliación del país.
Columna de opinión publicada en Revista Semana
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