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UNA VIDA ESCRITA EN CLAVE DE MEMORIA

  • Federico Díaz Granados
  • 20 jun
  • 4 Min. de lectura

Por: Federico Díaz Granados



Hay vidas que se cuentan con la solemne voz de los documentos, con la cronología de una serie de hechos y los datos y cifras de una biografía. Pero hay otras —más hondas, más vívidas y verdaderas— que se escriben con la tinta del corazón y la memoria, con la respiración de las palabras y de las emociones que construyen día a día la experiencia humana. La vida de León Valencia es una de esas: una vida que se ha narrado en clave de rebeldía, amistad y literatura porque desde sus diferentes facetas él ha sabido conjugar todos los sinónimos de la generosidad y eso es, entre tantas otras cosas, lo que celebramos, además de sus setenta años, la publicación de la novela La vida infausta del negro Apolinar, un verdadero homenaje a la amistad, el amor, la lucha y la dignidad, asuntos que han encontrado en este libro sus múltiples formas de definición y que han permitido que el pasado pueda reescribirse desde otra voz y otro cuerpo.  El negro Apolinar es el héroe, el alter ego, el espejo herido y a la vez luminoso que permite que León recuerde lo inconfesado y que traiga a nuestro presente aquellos relatos que laten más allá de la anécdota política.


Allí, en la novela,  encontraremos el país que se ha narrado a medias, que se ha contado poco y donde la voz de Apolinar, en su vejez sin miedos y su encierro pandémico escribe para no desaparecer porque esta novela comienza como un ruego para reanudar la amistad y cumplir una promesa de juventud —escribir una historia de amor— que luego se convierte en una narración que reconstruye las memorias del protagonista: sus orígenes portuarios, su experiencia como sindicalista, cortero de caña, mecánico y migrante, su vínculo con la herencia de la diáspora africana, los orishas, los tambores, el boxeo y las músicas de Héctor Lavoe, Lucho Bermúdez Matilde Díaz y tantos otros que ponen banda sonora a la vida y, como en los poemas épicos hay una oralidad llena de poesía y de calle y de noches de rumba o conspiraciones que se puede leer en voz alta en cualquier tiempo o latitud.


Por eso ahora que celebramos los setenta años de León Valencia, habría que decir que Apolinar lo representa más fielmente que cualquier otro héroe literario. Es su reverso y su reflejo porque, al igual que Apolinar, León ha caminado los bordes de la historia: el filo del amor y la pérdida, de la lucha y la escritura, de la vida clandestina y el deseo y sueño permanente de la paz. Como Apolinar, él ha conocido la violencia de cerca, la tentación del olvido, la redención de la palabra. También ambos escriben no solo para que el mundo se entere, sino para no dejar morir lo que alguna vez lo sostuvo. Apolinar, en su “vida infausta”, ha sido un boxeador de los días, un cantor de los suyos, un hombre que carga con su negrura como quien carga con una herencia orgullosa. Y León ha sabido narrar como los grandes juglares del Caribe nuestro destino y nuestro desastre. Es por eso que la novela, como la vida misma de León Valencia, es en el fondo, una historia de amor, de amor total por la literatura, por la vida contada en voz alta, por la memoria que no se resigna a desaparecer. Y en cada línea de esa novela, uno siente que está leyendo al mismo tiempo el corazón de su autor y sus noches de ron con los amigos con sus dolores que aún arden y sus batallas que todavía cantan y la esperanza y entusiasmo que también escriben.


Querido León: ¿Cuántos de tus contemporáneos no llegaron a esta fecha? ¿Cuántos de tus amigos cayeron en la guerra y no alcanzaron a venir a esta fiesta a abrazarte fuerte? Por eso el festejo es también por ellos, por sus vidas y sacrificios y por tu lealtad a sus memorias y sus luchas. Llegas a los setenta años en pleno ejercicio de la dignidad, la lucidez y la resistencia y por eso sigues joven, creyendo en el amor, y la literatura y, sobre todo, porque ha valido la pena la jornada, esta travesía y este periplo vital donde tu arma ha sido la palabra, desde siempre, desde cuando redactabas con Álvaro Fayad los comunicados de la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar, como bien lo recuerda Lucho Celis, hasta tus columnas de opinión, tus profundos ensayos y las novelas que saben interpretarnos y definirnos a todos.


Tus mejores poemas son sin duda la certeza de tu presente: tu compañera María Fernanda y tus hijos Fernando (mi viejo amigo Fercho), Catalina (mi Cata cómplice de tantas aventuras culturales) y Manuela (la posibilidad de un porvenir más claro) y en lo que ha significado para ellos una infancia atravesada por la revolución en distintos momentos y matices. Cada uno de tus hijos ha crecido bajo el influjo de un padre marcado por el compromiso político, la utopía y la reinvención personal. Y, sin embargo, como ocurre con tantos hijos de grandes causas y utopías, también han debido inventar su propia forma de intimidad, de disidencia y de memoria.


Por eso hoy brindo por León, por Apolinar y por todos los amigos que apostaron por un país distinto y no llegaron a esta cita y por los que tenemos el privilegio de su afecto. Gracias por seguir escribiendo, en clave de poesía, la paz desde donde la palabra nos duele y, sobre todo, desde donde nos salva.

 

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