UNA COLOMBIA SOLAR FINANCIADA CON PETRÓLEO Y CARBÓN
- John Correa Romero
- 5 mar
- 3 Min. de lectura
Por: John Correa

La transición energética es uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo. Es un imperativo ambiental, económico y social que busca reemplazar el uso de hidrocarburos por fuentes renovables como la solar, la eólica y la biomasa. Sin embargo, este camino está lleno de paradojas que desafían la lógica convencional y exponen las contradicciones inherentes al modelo energético global.
En Colombia, el reciente proyecto de decreto "Colombia Solar" busca fomentar la autogeneración de energía solar en hogares vulnerables como alternativa a los subsidios eléctricos. Esta iniciativa tiene claros beneficios: reduce la presión sobre el gasto público, impulsa la industria solar y permite a las familias ahorrar en costos de energía. Sin embargo, iniciativas como esta no ocurren en el vacío, y es aquí donde surge la gran contradicción: aumentar la capacidad de energías renovables no significa, necesariamente, reducir el consumo de hidrocarburos.
El crecimiento de las renovables y la paradoja del petróleo
A nivel global, la participación de las energías renovables ha crecido considerablemente. Se estima que la energía eólica y solar representan ya un 15% de la oferta mundial y que esta cifra se duplicará en las próximas dos décadas. Pero, al mismo tiempo, la demanda de petróleo y gas sigue aumentando y lo seguirá haciendo durante los próximos 20 años.
El problema radica en que la creciente necesidad de energía —impulsada por el crecimiento poblacional, el desarrollo de regiones pobres y la digitalización de la economía— sobrepasa la capacidad actual de las energías renovables. La transición es un esfuerzo titánico, pero en muchos casos solo se suma a la oferta energética existente en lugar de sustituir los combustibles fósiles.
El costo de la transición: ¿petróleo para financiar energías limpias?
Otra paradoja radica en el costo de la transición energética. Colombia, como país en desarrollo, requiere inversiones masivas en energías renovables, pero paradójicamente, la principal fuente de recursos para financiar estos cambios sigue siendo la explotación de hidrocarburos.
Un informe presentado en la COP 29 estimó que la inversión necesaria en energías renovables asciende a $4.500 millones de dólares anuales a nivel mundial, de los cuales $1.500 millones deben destinarse a países en desarrollo. En este contexto, Colombia, que solo produce el 0,7% del petróleo mundial, se enfrenta a un dilema: si deja de extraer petróleo, no cambiará la demanda global, pero sí perderá una fuente clave de ingresos para financiar su propia transición energética.
Mientras las grandes potencias tienen la capacidad de invertir en energías renovables con fondos soberanos o financiamiento internacional, países como Colombia dependen del petróleo y el gas para sobrevivir en el corto plazo, mientras intentan construir un futuro basado en energías limpias.
Las energías limpias también tienen un impacto ambiental
El último gran dilema de la transición energética es su propio impacto ambiental. Se suele asumir que la energía solar, eólica y la biomasa son completamente "limpias", pero la realidad es más compleja. Para construir turbinas eólicas, paneles solares y baterías, se necesitan enormes cantidades de minerales como cobre, litio, cobalto y níquel.
Solo en el caso del cobre, se estima que la producción mundial debe duplicarse en la próxima década para satisfacer la demanda de la transición energética. Esto implica un aumento de la actividad minera, con todas las consecuencias ambientales que ello conlleva: deforestación, contaminación de fuentes hídricas y desplazamiento de comunidades.
Irónicamente, mientras se busca reducir el impacto ambiental del petróleo y el gas, se generan nuevas presiones sobre los ecosistemas debido a la extracción masiva de minerales esenciales para las energías renovables.
¿Es posible una transición energética sin contradicciones?
La respuesta no es sencilla. No basta con promover energías renovables si no se aborda el problema de la demanda energética en su conjunto. La transición energética no es solo un cambio de tecnología, sino una transformación estructural del modelo económico y social.
Se requieren estrategias que integren una reducción real del consumo de hidrocarburos, una inversión inteligente en energías limpias y una regulación ambiental más estricta para evitar los efectos colaterales de la minería intensiva. La transición energética debe ser vista como un equilibrio entre sostenibilidad, viabilidad económica y justicia social, y no como una simple sustitución de una fuente de energía por otra.
El dilema sigue abierto: ¿podremos reemplazar el petróleo sin depender de él para financiar la transición? La respuesta definirá el futuro energético de Colombia y del mundo.
Comments