Por: Guillermo Linero Montes
Escritor, pintor, escultor y abogado de la Universidad Sergio Arboleda
Revelados los actos delincuenciales de Nicolás Petro Burgos, por los cuales se acogió al principio de oportunidad -denunciando la entrada de dinero ilegal a la campaña de su padre Gustavo Petro-, el caso ha dado un natural cambio de agujas. Pasó de lo que era una mera actuación delictiva del hijo de un presidente (algo incluso socialmente amparado por la equivocada frase “la ocasión hace al ladrón”) a las ilicitudes de una campaña presidencial de la cual se esperaba que no hiciera lo que todas las campañas de los candidatos presidenciales anteriores han hecho: utilizar dineros de oscura procedencia para financiarse.
En tal suerte, se ha inclinado la atención de los investigadores hacia Gustavo Petro, porque visto el delito desde el ámbito presidencial, el daño al bien jurídico tiene un carácter generalizado; es decir, el daño es a nivel nacional. De haber sido un simple comportamiento bandido, el daño al bien jurídico hubiera sido en primer grado para aquellas personas a las cuales haya estafado el primogénito del presidente, digámoslo así, quitándoles un dinero que -al decir de la señora Daysuris Vásquez- nunca llegó a la campaña del candidato del Pacto Histórico, pero tampoco les fue devuelto.
No obstante, lo peor es que al inclinarse la balanza hacia el presidente Petro, todos los asuntos de la investigación –y la resonancia que de ellos harán los medios de comunicación acostumbrados a vivir en ambientes políticos corruptos- dejarán de ser estrictamente judiciales y adquirirán un fuerte tinte político. Se suscitará una contienda mediática en la que los enfrentamientos -conociendo el talante inescrupuloso de la oposición actual en Colombia- estarán basados en falsas noticias y en la compra de jueces y fiscales, en fin, en mentiras y entrampamientos para desacreditar a este gobierno, el primero en la historia que no es corrupto, cuya bandera, también por primera vez en la historia, es la reivindicación del pueblo como único dueño del poder.
En esa contienda política, ya iniciada tras las revelaciones de las audiencias judiciales hasta ahora realizadas, no le queda otra vía al presidente Petro –y con él a su gobierno, a los petristas, al Pacto Histórico, a la Colombia Humana y a la izquierda en general- distinta a enfrentar esta realidad: uno de sus propios integrantes ha revelado -en lo que Gustavo Petro denominó “autodestrucción”- haber contaminado la presunta diafanidad de aquella campaña que en su propósito de cautivar al pueblo tuvo como banderas la decencia y la honestidad.
De modo que Petro enfrentará ahora una alharaca política, y podemos aseverar que lo hará sin perturbarse, si consideramos que en calidad de hombre público siempre ha demostrado ser sensato y coherente y dudo que se desgaste –como le ocurrió a Ernesto Samper- ocupándose de un tema inevitablemente intrincado; porque, precisamente, puede ser intervenido con falsos testimonios, con la creación ilegal de pruebas y con la compra de jueces y fiscales.
Con todo, porque los tiempos han cambiado, al final seremos testigos de la celeridad y trasparencia con que se develará la verdad. Esto lo saben bien tanto sus seguidores como sus opositores: no quedará la menor duda acerca de la inocencia del presidente Gustavo Petro. Y no habrá más impunidad mientras pierdan poder quienes han sido creadores y dueños de las leyes, quienes han sido dueños de las trapisondas y las artimañas, los dueños del juego sucio, acostumbrados a manipular a su antojo las verdades.
Durante el desarrollo de la investigación que le sobreviene al presidente Gustavo Petro, conoceremos a los líderes de la extrema derecha que se visten de azul o de rojo, y a los que se visten de verde. Sabremos bien quiénes son los políticos que se oponen al cambio social porque temen perder la riqueza injustificada, porque temen que se desmonten sus modos y maneras excluyentes, y porque temen ver diluidos sus valores de hipócrita religiosidad.
El cambio propuesto por el presidente Petro les molesta a los acomodados y a los pacatos egoístas; pues implica la modificación de una estructura social donde habrá espacio para todos; porque los valores, los comportamientos y las pautas culturales serán los signados por la tradición de los pueblos y el progreso de la gente, y no por quienes siendo delincuentes se autodenominan “gente de bien” y están cargados de injustos privilegios.
*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.
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