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Un río siempre vivo

Foto: Manuela Botero

Por: Diana Santamaría Suarez* y Manuela Botero Montoya, Oficina Pacífico – Pares


El Naya vive. Vive en su río, ese mismo que nace y crece ajeno al color de su gente y donde, no hace mucho, convivían en paz comunidades indígenas, afrocolombianas y mestizas. Un paisaje que se tiñe de rojo: testigo de dolor, desalojo, desarraigo y del que huyeron más de 3.000 personas luego de la masacre de El Naya, perpetrada entre el 10 y 13 de abril por el Bloque Calima de las AUC.

Uno de los lugares en donde se asentaron algunos de tantos desplazados fue Puente Nayero, ubicado a la orilla del mar en Buenaventura y vigilado permanentemente por la Policía y la Armada Nacional. Bajo el lema “protegiendo el territorio, construyendo la paz”, en Puente Nayero se creó en el año 2014 un Espacio Humanitario que cuenta con medidas cautelares otorgadas por la CIDH. Este lugar ha acogido a más de 1.000 ciudadanos victimas de desplazamiento forzado que llegan del Río Naya, Valle del Cauca, Cauca y Chocó.

El Espacio Humanitario está en el barrio La Playita, zona conocida como “Baja Mar”, y linda con la calle “Piedras Cantan”, donde actualmente, y según indicaciones del creador del Puente, Orlando Castillo, funciona una base paramilitar.

La primera vez que se visita el lugar es imposible apartar los ojos de las construcciones en madera: arquitecturas palafíticas propias del pacífico, coloridas y de puertas y ventanas grandes, como queriendo decir ”aquí todos somos bienvenidos”.

Bajo el término “territorio extendido”, creado e implementado por los líderes del Espacio Humanitario, se ha conseguido resguardar no solo personas, sino también toda clase de prácticas y actividades ancestrales, expresiones culturales y un esquema productivo que nace a partir de la manipulación maderera, la recolección de piangua debajo de los manglares, el cultivo de coco, la pesca y la fabricación de bebidas alcohólicas tradicionales del pacífico a base de la caña.

Su calle principal trae al presente. El camino de piedras y arena evoca el paso del río entre los poblados. Se ven mujeres cuidando sus hijos y los hijos de las vecinas, mientras estos corren entre sus puentes de tablones de madera y se refrescan cinco o diez minutos en las cálidas aguas del mar. Los hombres, tejen y enlazan las redes con las cuales salen desde temprano a pescar, trayendo el producto que venden en el mercado del Puente “El Piñal” del municipio.

Foto: Manuela Botero


Puente Nayero tiene reglas de convivencia. Principios creados en medio de un espacio donde confluyen miles de personas aturdidas por el sonido de las balas y el despojo. Entre estos principios se encuentra el de la igualdad y la protección del espacio, pues en sus calles saben que “todo mundo se queda con su territorio o se muere con él”.

Pero no siempre fue así. En este territorio protegido hubo, entre el 2013 y 2014, presencia paramilitar y hasta una casa de pique. Las familias que llegaron buscando refugio lo que encontraron fue violencia. Mediante el reclutamiento forzado, abuso sexual, violencia física, verbal y hasta un asesinato en público, los paramilitares sembraron el terror y la zozobra.

Pero entramar de nuevo tejido social que fue desagarrado e infestado por la violencia no es tarea fácil. Solo la tenacidad y el esfuerzo colectivo podrán lograr la reconstrucción y recuperación del conocimiento o saber ancestral, la resolución pacífica de los conflictos y las prácticas tradicionales de producción.

Ellos lo saben, pero confían en que el etnodesarrollo, una propuesta que nace desde la comunidad hacia Buenaventura, les permita impulsar su territorio y rescatarlo de la barbarie y el olvido. Su objetivo es evitar, a toda costa, que Puente Nayero sea nuevamente desplazado, esta vez, por el crecimiento turístico y comercial de la región pacífica, que propone mega obras y un desarrollo no incluyente con la comunidad.

El Espacio Humanitario está en constante lucha sin perder la esperanza. Junto a algunas instituciones nacionales e internacionales, quienes acompañan y asesoran a las familias que allí viven, siguen alimentando la confianza, la ilusión, el trabajo en equipo y el amor por el territorio, porque “Puente Nayero tiene muchos hijos, muchos hijos tiene puente Nayero, yo soy uno, tú también y entre hermanos resistiremos”.

*Investigadora Fundación Universitaria Católica Lumen Gentium

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