Por: Guillermo Linero Montes
Para esta ocasión y espacio de Pares, tenía presupuestado escribir sobre las expectativas de las relaciones entre Colombia y los Estados Unidos, a propósito del triunfo electoral de Donald Trump. Quería compartir argumentos sobre porqué veo con optimismo -no necesariamente con la objetividad de un politólogo, que no lo soy- cómo entre estos dos mandatarios, antes de ocurrir un distanciamiento, ocurrirá una suerte de simbiosis entre el talante del presidente Gustavo Petro, leal a la causa del pueblo que lo eligió, y la traza de Donald Trump, que de seguro hará lo propio allá en su país.
Los presidentes Gustavo Petro y Donald Trump, en cuanto a sus ideas son de oposición proverbial. Nuestro presidente, a quien se le denomina un hombre de izquierda, porta como bandera la protección del planeta y la búsqueda de soluciones inhibidoras de la desigualdad social; y Donald Trump, a quien se le denomina un hombre de ultraderecha, porta como bandera el supremacismo, que consiste en una exclusión social basada en falsas valoraciones creadas a partir del estatus económico, la raza, el sexo y la ideología.
Iba a ampliar mi reflexión, explicando porqué al mundo le iría mejor con la elección de Donald Trump y no con la elección de Kamala Harris, al menos en términos de “parar la guerra” como el presidente Trump lo ha prometido, y yo se lo creo. El capitalismo salvaje de Trump no cuenta como fuente de ingresos con la venta de armas, sino con la utópica construcción en todo el planeta de complejos urbanos habitacionales que lleven su apellido.
El presidente Petro, siendo un hombre sagaz en la diplomacia internacional, sabrá enrutarlo, y tal vez hasta le despierte la conciencia acerca de que si bien debemos parar las guerras -ya el presidente colombiano dijo que lo apoyaría en ello- también debemos hacer la paz con el planeta, protegiendo la naturaleza y el medio ambiente; pero, especialmente, desmontando las relaciones de convivencia social inequitativas, abriéndole paso a un humanismo solidario, algo así como “el amor al prójimo”. Un mandamiento religioso que, por católicas y cristianas, ambas naciones comprenden muy bien.
Sin embargo, he preferido hacer un cambio de tema, pues desde este 7 de noviembre, empezó a divulgarse una supuesta declaración de un funcionario de la Casa Blanca, donde asegura que el gobierno de los Estados Unidos fue quien compró el software espía denominado Pegassus. Y que lo habían obtenido, con el propósito cumplido de dárselo en regalo a nuestro país, en una maniobra que no tiene sentido, si tenemos en cuenta que este informante anónimo, dice que todo fue a espaldas del expresidente Duque, y en complicidad de militares y altos funcionarios de su gobierno.
Al reconocerse, en el supuesto mensaje oficial, que la diligencia la hicieron sin comunicárselo al expresidente Iván Duque, no están relatando un hecho anecdótico, sino confesando una conducta peligrosamente antijurídica. Por mi parte, encuentro en dicha declaración -repito que proveniente de un firmante anónimo que dice ser funcionario oficial del gobierno del presidente Biden-, la demostración de cómo los Estados Unidos, o quienes allí tienen el poder sobre la organización política del estado -esos mismos que han venido moviendo y mueven todavía los hilos del presidente Biden-, cuando se trata de seguridad nacional y de ambiciones geopolíticas, no se relacionan ni trabajan con los gobernantes colombianos de turno, sino lo hacen directamente con los autorizados representantes del régimen.
Algunos presidentes, al no hacer parte de este poder supra estatal, sin duda habrán sido víctimas de ocultamientos; y los otros, por hacer parte de él, como lo es el expresidente Juan Manuel Santos, naturalmente habrán aprovechado esa opción directa de comunicación con el poder supra estatal de los Estados Unidos. Esa relación de régimen a régimen, pasándose por alto las leyes y los gobernantes, fue la que permitió al expresidente Juan Manuel Santos -Premio Nobel de la complicidad- conseguir una privadísima gestión, de régimen a régimen, evitándole al expresidente Álvaro Uribe un juicio internacional por algunos de sus múltiples delitos cometidos.
Eso mismo debe estar ocurriendo ahora, al pretenderse con dicho mensaje de un supuesto funcionario del gobierno de Biden, exculpar al expresidente Duque del caso Pegassus, y hacerlo sin considerar siquiera que, a veces, resulta más grave la cura que la enfermedad. De hecho, lo mejor que podría haber pasado en pro de las buenas relaciones entre ambos países, es que el expresidente Duque haya participado del acto delictivo; porque, de lo contrario, todo conduciría indefectiblemente a una específica conclusión: que hubo invasión a nuestra soberanía, lo cual -a la luz de las leyes internacionales y de los entendimientos universales- implica un acto de agresión, algo inadmisible entre dos naciones, máxime si estas se autodenominan fraternas.
Es bastante posible y lógico que hayan utilizado nuestro país y nuestro territorio -digamos que a espaldas del entonces presidente Duque-, con la intención de vigilar y perseguir a quienes consideran sus enemigos políticos -esta es mi convicción-, y no para perseguir al narcotráfico como lo aseveran en el documento en cuestión. Si resulta cierta dicha información, sin duda se trataba de obstruir el proyecto político del candidato a la presidencia, Gustavo Petro, pues los americanos -demócratas y republicanos- junto a la derecha colombiana, profesaban de él un perfil pro soviético, pro chino y castrochavista. No obstante, hoy, cuando ya en calidad de presidente les ha demostrado todo lo contrario, con sus realizaciones gubernamentales, estoy seguro que igual como le advirtieron de una celada para asesinarlo, contribuirán a esclarecer este oscuro suceso.
De cualquier modo, si los poderosos del régimen norteamericano, le ocultaron la compra de Pegassus al gobierno del expresidente Iván Duque, no solo actuaron de manera salvaje -no importa si con la excusa de perseguir al narcotráfico, que es algo así como perseguirse a sí mismos-, sino que además tendrán que responder ante la justicia de ambos países. Y los militares o funcionarios del gobierno que sirvieron de cómplices en Colombia, tendrían que ser llamados a declarar y, si resulta verdad lo manifestado en la información supuestamente proveniente de la Casa Blanca, deberán ser juzgados por traición a la patria, como lo establecen las leyes colombianas en su artículo 455 del Código Penal: “El que realice actos que tiendan a menoscabar la integridad territorial de Colombia, a someterla en todo o en parte al dominio extranjero, o a afectar su naturaleza de Estado soberano, o a fraccionar la unidad nacional, incurrirá en prisión de veinte a treinta años”.
Para el gobierno de Gustavo Petro -esta es mi percepción- el reto de Donald Trump en la presidencia lo conducirá hacia hechos positivos; y con respecto a Pegassus, creo que el gobierno americano debe darnos una explicación oficial a los colombianos, y el funcionario responsable del mensaje en cuestión deberá presentarse ante la Fiscalía, y declarar si se trata de un desagradable fake news, o si en verdad es una confesión de un inexcusable delito.
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