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Tres mujeres: tres relatos del conflicto en el Magdalena Medio

Por: Laura Cano. Periodista Pares.


En medio el río más importante del país, el mismo que con sus 1.528 kilómetros sirve como corredor entre el centro y el norte de Colombia, se ubica una región llena relatos, pues en sus departamentos: Bolívar, Santander, Cesar, Antioquia, Boyacá, Caldas, Cundinamarca y Magdalena, además de pasar las aguas del Río Magdalena, también pasa y ha pasado la historia del conflicto en Colombia.


Al Magdalena Medio llegó el ELN en los 70. Allí estuvieron hasta finales de los 90 cuando el control del paramilitarismo se comenzó a imponer con la llegada del Bloque Central Bolívar comandado por ‘Julián Bolívar’, grupo que con el discurso de acabar con la subversión cometió masacres, desplazamientos forzados, asesinatos, sembrando miedo y zozobra.


Hay que decir que solo en el Magdalena Medio entre 1985 y el primer semestre de 2015 fueron desplazadas 146.460 personas. Mientras que el Observatorio Nacional de Memoria y Conflicto informó que en la región entre 1970 y 2013 hubo 2.627 casos de víctimas directas de desaparición forzada. Además, hay que señalar que en estos periodos también las organizaciones sociales y sindicales sufrieron persecución por parte de los paramilitares, la cual se fue fortaleciendo como una estrategia de terror con la que se buscaba intimidar y eliminar cualquier tipo de participación política.


De estos escenarios hay historias que quedan por escribir, leer, escuchar, reconocer. Hoy presentamos tres de ellas, de tres mujeres de distintas zonas de Magdalena Medio: Yondó (Antioquia), Barrancabermeja (Santander) y San Pablo (Bolívar).


***


Aquí en Yondó yo vivo en una vereda. Usted sabe que una en el campo tiene muchas cosas. Los territorios son muy amplios; tenemos el agua, la tierra, los cultivos, entonces una mantiene entretenida y se enamora de esos espacios donde una vive. Se tiene el trabajo, el alimento de todos los días, prácticamente una tiene la vida ahí.


Eso fue así hasta cuando llegaron los paramilitares a la vereda San Francisco, donde nosotros vivíamos. Llegaron a atacar a la población civil, a nuestros vecinos, nuestros familiares y empezaron a hacer daño matando perros, amarrando personas, disparando al aire, poniéndonos las armas al frente. Una se atemoriza y siente mucha tristeza porque es el territorio donde nunca se quiere sufrir y tampoco se quiere dejar.


Pero esa violencia se fue volviendo parte del día a día, era un constante miedo y daño psicológico. Finalmente, decidí desplazarme el 06 de febrero de 1997. Ahí fue mucha gente la que salió de San Francisco hacia Barrancabermeja. Nos fuimos a vivir un panorama de atrocidad; todos amontonados, casi 20 personas en una misma casa, los niños se nos enfermaban, no había alimento.

Recuerdo que antes de eso a San Francisco llegaron los paramilitares, amenazándonos; nos dieron una hora para desocupar la vereda. Nos vinimos como pudimos, dejando todo lo que teníamos, los animales, todo. A mí me dio muy duro la dejada de la vereda porque esas eran las raíces de una; yo pensaba que me habían arrancado el corazón, la vida. Cuando me enteré de que habían matado unos vecinos me entró más miedo y tristeza. Me acuerdo mucho de que ese día solo alcanzamos a coger la ropa y el resto de las cosas se quedaron.


Yo tenía en ese momento a mis hijos muy pequeñitos y tenía seis meses de embarazo; el niño nació después del desplazamiento y ya tiene 23 años, es el menor. Una no quisiera que nunca eso se repitiera porque dejar todo es muy difícil, muy doloroso; psicológicamente le va a una mal, económicamente también. Se pone una a pensar para dónde coge, a dónde va a llegar. Le arrancan a una todas las esperanzas. El trayecto de ida es muy, muy doloroso.


En la crianza la violencia también dejó una secuela muy grande, primero porque una quisiera regresar con sus hijos al territorio, pero nunca nos brindaron garantías para volver. Segundo, porque tener que desplazarse con los niños es muy difícil. ¿Sabe que hice yo con el más pequeñito? Lo amarraba a la pata de una mesa para yo que yo pudiera ponerme a planchar, que era en lo que me tocó ponerme a trabajar cuando me desplacé.


Yo por allá invadí, pero eso fue un problema también porque llegaban a patrullar grupos armados. Por todo eso entonces decidí venirme para Yondó, a donde mucha gente también empezó a llegar a una zona que hoy se conoce como la invasión de Los Naranjos, que prácticamente se llenó con puras personas desplazadas forzadamente de las veredas, a muchas les habían matado familiares. Incluso muchas llegaron de San Francisco luego de una masacre que hubo, donde mataron a tres (3) personas que luego las entregaron picadas.


Yo ahora vivo en ese barrio, ahí tengo una casa. Desde que llegué acá conocí la Organización Femenina Popular (OFP) que nos ha apoyado, ha sido nuestra mano derecha. Con las ollas comunitarias que hacían eso era un gran alivio para mí. Aquí en Yondó la organización se formó con puras mujeres populares, y aunque hasta en la crianza la violencia dejó muchas secuelas, saqué a mis hijos adelante. Ellos ya están grandes, viven en Medellín.


– Emerita. Yondó, Antioquia.


***


Hay una fecha que yo tengo grabada: el 16 de mayo de 1998. Yo estaba viviendo en Minas del Paraíso, mi papá y mi familia vivían en el Divino Niño. Ese día estábamos celebrando el día de las madres, hicimos un bazar con todas las familias en ambos barrios. Bailábamos celebrábamos. En el transcurso del día se nos hizo raro que había en toda la entrada de la virgen un retén como del Ejército, nosotros decíamos -quién sabe qué es lo que están haciendo ahí-. Ya después, en la noche, cuando eran las 8:30, 9 de la noche había fiesta por todo lado.


Cuando era un poco más de las 9 p.m. estábamos nosotros acá sentados; mi papá estaba en la parte alta del Divino Niño contento en la fiesta. Ahí llegaron unos hombres armados y empezaron a montar gente en un carro, todos eran con capuchas, insultando a quien vieran. Yo lo relato así porque a pesar de que no estuve ahí en el propio barrio, sí estaba a unos cuantos metros.


En esas un cuñado, que iba a esa hora para la fiesta, vio eso y se devolvió asustado, nos buscó para contárnoslo. Lo que hicimos en la casa fue tratar de encerrarnos y avisarle a las demás personas. Allá en ese momento ya habían cometido asesinatos. Nosotros del susto, de saber que nuestra familia estaba allá, quedamos en shock. La gente gritaba por las calles que eran los paramilitares.


Ahí asesinaron como a tres, cuatro personas, en esa cancha grande que antes para nosotros era un lugar hermoso para celebrar en comunidad. Todo eso nos quedó marcado. Yo estaba con una incertidumbre muy dura. En ese entonces solo teníamos flechitas; mi papá no contestaba, mis hermanos tampoco. Se escuchaban los gritos desde allá y la gente acá también se desesperó.

Al día siguiente yo me fui al Divino Niño porque los nervios de no saber qué había pasado con mi papá no me dejaban. Ahí afortunadamente estaban y me contaron cómo cogieron a mi papá, lo patearon, le dijeron que bajara la cabeza, que se tirara al piso.


Había mucha gente llorando por las calles. A una de las mujeres que estaba ahí se le llevaron sus dos hijos gemelos. Me contó que primero habían subido a uno y el otro dijo que si se llevaban al hermano también se iba él. Sentir la angustia, la zozobra, el dolor de esa madre que se le llevaron sus dos hijos fue muy tremendo.


En ese momento también me enteré de que había caído un muchacho que le decíamos el albino, él estudió conmigo. Yo vi el proceso de la mamá para que le dijeran porqué lo habían matado, pero ella ya falleció y no la alcanzaron a reparar y a decir la verdad. También a la mamá de los dos niños nunca le hicieron una reparación completa, ella ya está en una edad avanzada, nunca deja de recordar a sus hijos y de hablar de ellos.


En esa fecha mi hermano estaba viviendo con una chica y al hermano y al tío de ella se los llevaron. Para nosotros eso fue muy impactante, sentir sobre todo la incertidumbre de saber para dónde se los habían llevado. Se hicieron muchas acciones pidiendo que los regresaran, que ellos no debían nada.

También al hijo de una amiga mía se lo llevaron, entraron a la casa y lo sacaron. Las dos en ese momento éramos madres comunitarias y fue muy impactante saber que a nuestra compañera se le habían llevado su hijo. Varias de las madres y los familiares que vivieron ese 16 de mayo han muerto, se murieron esperando una respuesta del Estado de qué era lo que había pasado, sin saber la verdad.


Ese día hizo un sereno impresionante. Una cosa que no se puede describir. Como un sentir del viento pegando con mucha fuerza. Era la misma naturaleza también pronunciándose de lo que había ocurrido.


Después de que pasó el 16 de mayo vino otra masacre y nosotros nos desplazamos con mi familia del Divino Niño porque lo que hicieron fue empezar a amenazarnos diciéndonos que entregáramos a novia de mi hermano. La mamá de ella llegó hasta Canadá pidiendo ayuda para que le dieran respuesta de su hermano y su hijo, pero en medio de eso fue asesinada. Eso causó un impacto más grande.


Después de eso y de no aceptar entregar a la chica, lo que hicimos fue irnos a Bogotá (2000). Yo fui y regresé (2001), el resto de mi familia nunca volvió.


En ese momento de retorno conocí a la OFP y me interesó mucho el trabajo emocional que hacían, porque nosotras las mujeres quedamos afectadas de muchas formas. El trabajo es ayudar a las mujeres desde lo emocional, para que afloren todos esos dolores. Gracias a ellas es que yo puedo contar esto porque yo vivía con miedo, escuchaba una moto y quería salir a correr.


Relatar esto es como volver al pasado, pero hay que ver la transformación. Lo que nunca me ha dejar de doler mucho son todas esas madres que fallecieron sin saber la verdad y las que todavía, estando ya en cierta edad, siguen tratando de saber qué pasó en el territorio que tanto queríamos.

– Isabel. Barrancabermeja, Santander.


***


Yo todos los días recuerdo a mí hermano, sigue ahí su imagen, su voz. A él lo desaparecieron en el 2000 y desde ese momento ha sido una búsqueda sin fin. Hasta la presente nunca he obtenido información, alguien que me diga si lo asesinaron, dónde está. Coloque la denuncia, tampoco pasó nada. Después un jefe paramilitar nos dice que a él lo detienen en una masacre al frente de Moralito, luego nos dijeron que lo llevaron al Salado, cuando ocurrió la masacre allá. Fueron tantas las informaciones inconclusas que recibimos…


Yo entré en crisis por todo lo que estaba viviendo y empecé con pérdida de memoria. Hay días que no consigo muchas cosas porque eso se volvió un impedimento grande. Hay ahí un problema psicosocial por la desaparición de mi hermano. Había noches que no dormía porque me parecía que me iban a tumbar la puerta.


También, luego de esa desaparición, vino un paramilitar a hacerme dizque un allanamiento. Ese día yo me porte dura con ese señor. Yo le puse las menos encima del pecho y le dije que él no iba a hacer ningún allanamiento porque él no era ningún legal, que si traía la orden de allanamiento lo dejaba entrar, mientras tanto no. Yo le dije una cantidad de cosas, mientras él me miraba y me miraba. Se fue y le gritó a otro hombre que estaba afuera que “- esa vieja estaba buena era para darle-«.


En ese entonces asesinaban casi todos los días acá por lo que empezaron a hacer consejos de seguridad liderados por el Ejército. En uno de esos un compañero dijo que la gente no se atrevía a denunciar porque apenas denunciaban enseguida le llegaba el paramilitar. El del Ejército lo mandó a callar, dijo que ese espacio no era para hablar de eso. A mí me dio tanta rabia ver y escuchar cómo lo querían callar y cómo lo maltratan. Entonces pedí la palabra y cuando me la dio me entró un coraje. Me le presenté, le dije quién era.


Le dije: “- señor comandante, coronel, llámese como se quiera llamar. A nosotros no nos viene a prohibir hablar sobre lo que hemos vivido, porque somos nosotros los que hemos tenido que aguantar la guerra y los que seguimos aguantándola, mientras ellos se lavan las manos, cuando son ustedes los que han sido los cómplices. Todos ahí comen en el mismo plato y se arropan con la misma cobija”-.


Era un militar mala caroso, grande, eso hablaba duro. Él me señaló y me dijo que si me constaba eso que estaba diciendo. Yo como tenía tanta rabia no pensé lo que podía pasar y le respondí: “-pues sí me consta porque he visto cómo toman fotos y van dando órdenes. He visto cómo se meten a negociar mercancía con los comandantes de los paramilitares – “.


Yo ya tenía fama con ellos porque antes de esos episodios de violencia de ese inicio de siglo yo ya había pasado por una persecución a causa de mi liderazgo en el territorio y eso fue lo que me llevó a desplazarme en el 92.


Vivía en un corregimiento. Allá se convocó una asamblea para elegir presidente de la Junta; había de candidatos dos hombres y yo. Les gané por votación, pero por eso empezaron a hacerme la guerra. Ahí se viene un seguimiento debido a ese hecho, por eso debí salir de ahí. Ellos decían que eso había sido trampa. En ese entonces había mucho Ejército por acá. Eran muchas amenazas las que yo recibía todos los días, hasta la gente venía a decirme que mejora me fuera.


Un amigo que era concejal en ese momento escuchó por boca de un comandante del Ejército que dijo que “– a esa vieja la tenían en la mira y le están haciendo seguimiento –“. Entonces él me dijo que me fuera. Ahí tomé la decisión y me fui.


Abandonar el territorio fue muy difícil, a mí la gente ya me conocía, teníamos proyectos, pero ahí quedaron. Eso es complejísimo, incluso todavía ejercer un liderazgo es muy difícil dentro de las mismas dinámicas que hay en algunas juntas de acción comunal. No es fácil para una mujer estar en un escenario público en un país machista, lo digo así porque me ha tocado vivirlo en carne propia. Inclusive en la junta comunal que ejerzo aquí en el barrio, en la que llevo tres años consecutivos, ha sido difícil porque siendo yo la presidenta y el vicepresidente un hombre es como querer pasar por encima de mí porque se cree más capaz. Enfrentar eso es muy difícil, pero no imposible.


Hace poco lo viví con la construcción de un salón comunal, que él decía que debía hacerse como él decía porque era el que sabía, pero me le paré en la raya y le dije que se hacía como ya se había propuesto y que no iba a pasar por encima de mí. Tener que sentar posturas para una lideresa no es fácil porque también hay amenazas de por medio, pero ahí se le hace y así seguirá siendo.


En todo esto que yo estoy diciendo ahorita ha ayudado y ha sido mi escuela la OFP. Allí con la formación política una va entendiendo más lo que pasa. Con la OFP una encuentra una organización más estructurada, con una mirada bien clara. Yo le digo a las compañeras que la mejor universidad de la vida es la OFP. Yo ahí aprendí a sentir más el dolor de otras personas. Ahí creamos esos vínculos que quedan ahí para toda la vida. Ahí se aprende a no ser indiferente a no quedarse callada.

– Bersaides. San Pablo, Bolívar.

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