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Se llama Gustavo Petro

Por: Guillermo Segovia Mora

Abogado y politólogo


En los pueblos de América Latina y Colombia, tan parecidos por las raíces y las mixturas, por las alegrías y las desgracias, siempre en las charlas de tarde, en los parques, hay un personaje querido y fastidioso que al final y entre chanzas, soportando los diluvios de palabras necias e infundadas, cultivado en la sapiencia de los viejos, los callos de las andadas y las páginas releídas de los libros, se aparta a abrazar al árbol de la esquina para musitarle con congoja: no puede ser. Los amigos lo miran y sonríen, pero nunca olvidarán lo que ha dicho.


Todavía sobreviven compañeros de Gustavo Petro, algunos mayores y en aquél entonces superiores en la jerarquía organizativa, que llevan atado al cuello el pañuelo con la bandera azul, blanca y roja de la guerrilla del M19, celebrando septuagenarios que la lucha no fue en vano. Entregaron los fusiles en los 90, tras los acuerdos de paz, y la orden cerrada de Carlos Pizarro León Gómez, pero la jura esperaba este momento. La democracia en Colombia es un acto revolucionario, dijo Jaime Bateman, el jefe mayor, y, si no hay una nueva piedra en el camino, la victoria de Petro le volverá a dar la razón.


Hace treinta años, un recién desmovilizado y delgado representante a la Cámara llamado Gustavo Petro, llegado al Congreso haciendo tejido político en una izquierda imposible, retando altanero al establecimiento representado por congresistas obesos, babosos y criminales que advertían su esencia señalando con la vista a los matones que los protegían, denunciaba, controvertía con soberbia y exigía justicia. Desde entonces se ganó desafectos y varias promesas de meterle un tiro, pero también el aprecio y la incondicionalidad de quienes valoran su valentía e inteligencia.


Las organizaciones defensoras de derechos humanos saben y reivindican el papel fundamental que ha cumplido Gustavo Petro en develar la trastienda del paramilitarismo. Cómo, apenas pasando su juventud, desde el Congreso, se echó encima la ardua tarea de confrontar la criminal estrategia contrainsurgente, su legitimación en la parapolítica y su legalización en la “seguridad democrática” de Uribe, con efectos monstruosos como los falsos positivos, hasta llevarla a los tribunales. Una hazaña. Hoy militares confiesan ante la justicia transicional asesinatos abominables que hasta hace poco muchos apañaban y disculpaban.


Mesándose tímido el cabello, el maldecido Petro le denunció al país la corrupción gobernante en una alianza criminal entre políticos, hampones profesionales ellos mismos o sus aliados, y bandas de sicarios al servicio de narcotraficantes. Denunció la corrupción en los altos niveles del Estado, los favores de los funcionarios por millonarias coimas a los bancos, la masacre oficial en el Palacio de Justicia, los genocidas despojos de tierras, los subsidios a los ricos; los carteles de la cocaína, la heroína, la hemoglobina, la comida escolar, los hospitales, el papel higiénico, la recolección de basuras y los servicios básicos.


Político de olfato, robustecido en los fracasos, intentó, una y otra vez, y participó de cuanto intento hizo la izquierda por unirse y crecer, señalando siempre sus limitaciones al no querer dejar de ser una oposición marginal para superarse, por lo cual se aventuró algunas veces en iniciativas solitarias duramente censuradas por sus copartidarios. Finalmente, dejó el Polo Democrático para, en un acto inaudito, descalificado desde las complicidades inmorales, denunciar al alcalde de Bogotá y varios de sus colaboradores, sus excompañeros, por el "carrusel de la contratación". Acto que le dio el prestigio para intentar por tercera vez, y con éxito, llegar a gobernar la capital del país.


Se paró duro en Bogotá para mostrar y tratar de remover las estructuras criminales en el control de rentas y algunos servicios, así como para combatir las causas de la desigualdad e inequidad. Casi lo tumban con complicidad de autoridades nacionales. Ganó el pulso y la evidencia de ello es hoy conciencia y gratitud ciudadana. Dicen que no hizo nada, y pareciera que no, si uno se guía por los reportajes del exquisito periodista recién fallecido Mauricio Gómez, que lo dejan por el suelo pero que, contrastados hoy, demuestran una carga de parcialidad poco común en el comunicador: solo le dio la palabra a los empresarios y políticos críticos, algunos de los cuales guardan silencio ante los beneficios del modelo de ciudad que apenas alcanzó a delinear (por ejemplo: los constructores).


En su tercer intento por llegar a la Presidencia de la República, hace cuatro años, logró atraer el apoyo de casi toda la izquierda y los movimientos sociales y, al pasar a segunda vuelta, estuvo a punto de ganar sumando buena parte del denominado centro, pero no le alcanzó ante un adversario por el que pusieron todo su capital las estructuras mafiosas, el poder económico en sus distintos negocios y el establecimiento de derecha. Otra vez una disrupción. Sus propuestas, un ideario de un país de avanzada en uno donde la mitad de la población apenas sobrevive: la paz, el agua, la naturaleza, la contención de los efectos del cambio climático, el saber, la transición energética, tributación progresiva, tierra mejor distribuida, derechos de las minorías.


Conocedor de los límites de su adversario y con el sin sabor de una derrota que se pudo evitar con más malicia, trabajo y estrategia, la aceptó para inmediatamente arremangarse e iniciar una nueva campaña por pueblos y plazas a lo largo y ancho del país, denunciando el continuismo, el guerrerismo y la corrupción de un gobierno que comenzó como el mandadero de Uribe y ya ni eso le reconoce su propio partido. Consciente de lo logrado, pero también de lo faltante, cultivó y atrajo, además de su base étnica popular y de izquierda, un sector importante del liberalismo y de los cristianos. Así lideró el acuerdo del Pacto Histórico, cuya bancada en el Congreso será la más diversa, pluralista y paritaria de la historia de Colombia.


Analistas, comentaristas y embaucadores no logran explicar cómo puede mantenerse con ventaja y crecer un candidato presidencial que, sin tapujos, expone un programa en el que por primera vez en el mundo se compromete a suspender la exploración petrolera y poner fecha límite al extractivismo, que ya hizo irreversible la reforma del régimen pensional, botín intocable de los “cacaos”, que, tras cuatro años de atraso impuesto por los terratenientes, dará plena implementación al capítulo de desarrollo rural y en su totalidad a los Acuerdos de Paz con las Farc y promete agotar la vía de solución negociada a los conflictos y expresiones criminales que desangran al país, que aspira a impulsar la economía dando prioridad al desarrollo agroindustrial tras la tormenta neoliberal y que quiere a todos los niños y niñas, los y las jóvenes en escuelas y universidades.


Para que sus acuerdos y alianzas políticas electorales no despisten del sustento de su convergencia auténtica y telúrica, además de la bancada popular que ayudó a llevar al Congreso, su entrañable hermandad con los indígenas caucanos y la reivindicación por lo alto de la población afrocolombiana, negra, raizal y palenquera con la designación de la adalid negra Francia Márquez Mina como compañera en la vicepresidencia; es pertinente repetir que en la raíz de todo está la convergencia del Pacto Histórico como propuesta de cambio que implica, más allá de las reformas puntuales y urgentes, la posibilidad de una era de transformaciones para las que al parecer se abrirá una puerta el próximo 29 de mayo o 19 de junio.


Mientras la Jurisdicción Especial de Paz avanza en la comparecencia y reconocimiento de crímenes por parte de los actores en conflicto, en audiencias atravesadas por el dolor y el perdón, mostrando al país los horrores de la guerra, muy a pesar de los indiferentes y los cínicos que aun niegan o descreen. Y, por su parte, la Comisión de la Verdad alista la versión final de su informe que promete ser un espejo estremecedor del rostro bestial que configuraron nuestros odios. En medio de una campaña en la que todo lo que se diga puede ser evidencia en contra, Gustavo Petro se atrevió a hablar de perdón social, pero, hastiado de la ignorancia y la sevicia, aplazó el tema para tiempos mejores. Este país, incendiado por todas partes, solo les sirve a los fogoneros y a los bomberos. Por eso Petro también persistirá en la necesidad de reconciliación.


Ya en la noche, en nuestros pueblos, el muchacho aventajado del que sus compañeros se burlan pero aprenden, los deja a sus espaldas celebrando y, camino a casa con la mirada en las estrellas, sonríe pensativo: -Se los dije.


 

*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.

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