Por: Redacción Pares
Foto tomada de : El Tiempo
Esta semana murió a los 95 años Jean Babptiste Hermosilla, este argelino de nacimiento pero colombiano de corazón y de intelecto que vivió unas particularidades dignas de ser contadas. Vivió tanto que pudo ver como Argelia, el lugar donde nació, pasó de ser una colonia a un país completamente independiente. Aferrado a su madre que claramente lo prefería a él sobre sus otros cuatro hermanos fue una mezcla entre niño consentido y prodigio. A los 13 años ya había leído todo Racine y su profesora de piano no le cobraba las clases con tal de que contara, con su gracia natural, la historia de la humanidad. Eso sí, sus compañeros no lo querían tanto. Le hacían maldades por eso la época del colegio no es precisamente la que mejor recuerde.
Aunque le gustaban los libros terminó estudiando ingeniería hidráulica en la universidad de Toulouse. Era adelantado en los idiomas, sabía español, por eso en 1955 terminó en Colombia, dictando clases en la Universidad Nacional, algo que le dio un objetivo a su vida porque encontró, por fin, su vocación. Tenía varias particularidades, como eso de exigirle a sus alumnos que se levantaran a saludarlo cada vez que llegara al salón de clases. Odiaba ese fraude llamado “la copia” y la combatió tanto como pudo. Se paraba incluso en los pupitres para tener una mejor vista a la hora de encontrar infraganti al copiador.
Nunca se casó. Decía que no tenía por qué renunciar a su libertad. Cuando se jubiló se fue a la india y aprendió el yoga, el arte de dejar la mente en blanco. Se dedicó a esto con la misma pasión con la que hizo todo en su vida. Regresó al país, siempre seco, directo, hosco y hermoso. Vivía en un edificio del centro de Bogotá en donde El Tiempo le hizo uno de los mejores perfiles sobre Hermosilla. Allí cuenta que empezó a ayudar, primero a distancia y, como siempre, sin esperar nada a cambio, a la Fundación Vida Nueva, que se encarga de proteger a mujeres en riesgo de prostitución. Donaba 150 mil pesos mensuales. En el 2014, de manera súbita, estuvo impedido por la enfermedad de hacer las cosas que le gustaban, ir al cine, caminar por la séptima. Entonces le pidió un favor a Nohora Esperanza Cruz, la directora de la Fundación Vida Nueva, para que lo cuidara. Ella aceptó y se lo llevó a vivir a la Fundación en donde estuvo rodeado, hasta el último momento de su vida, por jóvenes que intentaban escapar de la prostitución.
Incluso, con Nohora, antes de la pandemia, Jean Babptiste Hermosilla regresó a Toulouse, recorrió sus calles, disfrutó la belleza de esa ciudad europea, volvió a ver a su familia y, al mes de estar allí, le dio la saudade colombiana y le pidió a Nohora regresar. Y se fue a vivir a la fundación hasta el final de los días. Sus alumnos estuvieron siempre pendientes de él, y contaban alborozados el método polémico con el que impartió sus clases. Nohora le ayudó a escribir lo que serían sus memorias, el libro Un paseo por la vida, que lanzó en el 2019. A raíz del citado artículo de El Tiempo decenas de alumnos que recordaban sus clases fueron a visitarlo a la fundación y constataron que efectivamente las mujeres de Vida Nueva, lo atendían y le daban todo el amor necesario. Era lo más parecido que podría encontrar un hombre en la tierra a ser protegido por los ángeles.
La comunidad de la Universidad Nacional lamentó su partida. En su ceremonia de velación y de despedida quedó claro que su huella había quedado en decenas de alumnos que no lo olvidarán jamás.
Comentarios