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San Juan, el olvidado pueblito de la Guajira donde nació Diomedes Díaz

Por: Iván Gallo - Editor de Contenido




Primero, esto no se trata de una pelea como la que tienen los uruguayos con los argentinos en el caso de Gardel. Acá lo que hay es desconocimiento por parte de los colombianos. San Juan del Cesar es un municipio a una hora del aeropuerto de Valledupar. Se llama así pero es de la Guajira. Carrizal es una vereda de este pueblo y allí queda La Junta. Yo no sabía. En la plaza central de San Juan del Cesar no hay una estatua del Cacique. Tan sólo está otro Bolívar de bronce. Este no está cagado por las palomas. Al mediodía, en San Juan, puede estar haciendo unos cuarenta grados. Las montañas que rodean el valle se ven límpidas, torneadas, como rodillas de mujer y el cielo es de un azul incandescente. Acá todavía existe el azul. Las grandes ciudades están lejos. El parque está recién construido. Durante tres años las toldas verdes lo cercaban. ¿No sé por qué razón toda remodelación en cualquier parque de Colombia demora tanto? La respuesta es obvia, por la corrupción hijo.

 

Me enteré que La Junta es una extensión más de San Juan del Cesar la misma noche que llegué. Mientras esperaba por el administrador del hotel que tenía que registrarme me senté en una mecedora de mimbre. Me mecía, cerca de la medianoche, y con los ojos a punto de apagarse, cuando vi la figura de Diomedes. No, los asesinos de mujeres no regresan como fantasmas. Están condenados a la desaparición, a la nada. Así que era un dibujo de Diomedes estampillado en la pared del hotel. Abajo, una biografía decía que el vallenatero había nacido a un par de Kilómetros de Saraje, el hotel en mención.

 

Nació un 26 de mayo de 1957 en un rancho de techo de zinc que no ha cedido a las inclemencias del paisaje. Porque, para llegar a la casa de Diomedes, hay que pasar dos ríos y un camino empedrado. En medio de la nada la única música que se escucha es el revoloteo de los gavilanes cazando y, si se agudiza más el oído, también se percibirá como el agua de la corriente choca contra las piedras.

 

Tal y como lo contó en su momento el cronista Alberto Salcedo, en el que es el mejor perfil del cantante, Diomedes, al principio, era un joven pobre, ferozmente disciplinado, que iba de finca en finca cantando sus coplas como un viejo heraldo. Lo único que consumía antes de cualquier recital era un caldito de gallina para aclarar la voz. Lejos de él cualquier bebida espirituosa o sustancia alucinógena.

 

En San Juan del Cesar dio sus primeros pasos. Pero nadie parece recordarlo. Entre el 12 y el 15 de diciembre se celebrará en este lugar unas ferias y fiestas. El invitado estrella será Silvestre Dangond. No se anuncian homenajes al Cacique. La Junta es una entelequia de casas abandonadas. El epicentro debería ser San Juan. Tuve que entrar a Wikipedia para comprobar cuantos habitantes tiene este municipio. Me sorprende el número, 43 mil. ¿A dónde se han ido? Las calles que rodean la plaza central, siempre abrazadora, están desiertas. Claro, es la una de la tarde. Lo único que vive son cuatro perros dormidos al frente de la catedral. Se que están vivos porque me quedo viéndoles la pasa hundirse. Como las hojas de los árboles, los perros no se moverán jamás. A la entrada del pueblo hay un letrero de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia, justo al lado de la estación de policía. Ese día me encuentro con el ex comandante de las Farc Joaquín Gómez, quien vive en Pondores, Conejo, a 30 minutos de camino y me dice que no me preocupe, que esos son un poco de desocupados que ponen esos letreros para asustar a la gente, pero que todo está bien. Igual, acá nunca ha estado nada bien.

 

Parado, frente al Concejo del municipio, veo uno de esos extraños milagros de los municipios colombianos: los edificios que rodean la plaza son puro Art Decó. Deben tener unos ochenta años y son hermosos. Porque a pesar del olvido San Juan del César sigue manteniendo una belleza digna. Antes de que los españoles lo fundaran en 1701 este lugar estaba habitado por Tupes, Coyaimas y Marocazos. Los cañones europeos los terminaron. Después vendría el desprecio de Bogotá y el olvido.

 

Ni siquiera los fanáticos de Diomedes pueden ubicar geográficamente a su pueblo. A mi no me gusta el vallenato, pero deberían saberlo. San Juan se muere entre los grupos armados y la indiferencia. Lo que creo es que deberían quitar la estatua de Bolívar y poner un acordeón en la plaza central. El olvido a Diomedes no me molesta. Pero el vallenato no debe morir jamás.

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