Por: Germán Valencia Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia
En mi columna anterior hablé sobre lo oportuno que resulta para docentes, estudiantes y personal administrativo el retorno gradual a los campus de las diversas instituciones de educación superior (IES) en el país. Sobre todo, porque esto contribuye a que se controle el deterioro, tanto de la salud mental como de la calidad en el servicio educativo, que viene dándose por las medidas de aislamiento preventivo para atender la pandemia de la covid-19.
Se trata de un regreso a las actividades presenciales que –tal como lo establece la Resolución 777 de 2021 del Ministerio de Salud y las directivas del Ministerio de Educación– debe darse de manera gradual, controlada, progresiva, planificada y saludable. Debe cumplirse con todos los estándares de bioseguridad para volver a los lugares habituales de trabajo y estudio del personal universitario.
Como se ha advertido, la covid-19 es un virus que ha llegado para quedarse y, por tanto, es necesario tomar una serie de medidas para convivir con él. Los espacios universitarios no volverán a ser los mismos: estamos en presencia de un momento que exige enfrentar la realidad y no quedarnos en casa añorando que todo vuelva a ser lo mismo que un día fue.
En este sentido, la pandemia conlleva una serie de retos para todos los estamentos relacionados con la educación superior. Estos desafíos, bien aprovechados, se pueden convertir en oportunidades para transformar positivamente el sistema educativo.
En el orden de actuación se tiene, en primer lugar, a los equipos directivos, quienes deberán trabajar, de manera prioritaria, para que los espacios universitarios cumplan con todas las condiciones que exige la regulación de salubridad. El riesgo de contagio se mantiene y continuará para toda la población universitaria y sus familias, lo que hay que hacer es enfrentarlo para mitigar sus efectos.
La normatividad exige que los IES cuenten con espacios ventilados, limpios y con condiciones para una enseñanza adecuada. Asimismo, deben cumplir con las exigencias de distanciamiento entre estudiantes en las aulas de clase y con los porcentajes de aforo por cada salón. En este sentido, es necesario que el personal administrativo de las universidades trabaje para que los campus cumplan con las condiciones de bioseguridad.
En este componente se abre para las universidades –en especial para las públicas– una oportunidad para hablarle al Estado sobre la necesidad de realizar inversiones en los planteles educativos. Por muchas décadas, los Gobiernos han presionado a las universidades para que amplíen su cobertura, buscando mayor equidad, sin embargo, la contrapartida de mayores recursos no se ha brindado, dando como resultado un incremento desproporcional entre admisión de estudiantes e inversión en instalaciones.
Así, por ejemplo, un campus como el de la Universidad de Antioquia –que, a propósito, cumplió hace poco medio siglo de vida y ha sido declarado patrimonio cultural y arquitectónico de la nación– fue construido inicialmente para albergar a una población entre dos mil o tres mil estudiantes, pero ahora conviven en él hasta ocho y diez veces esa cifra, generando una gran presión por el uso del espacio.
Además, con las nuevas realidades existen otras condiciones para tener una educación incluyente y de calidad. Las clases virtuales llegaron para quedarse. Muchas personas querrán alternar entre la educación desde casa y la asistencia a las aulas físicas. La pandemia requiere espacios con tecnologías de información y telecomunicaciones, herramientas que permitan tener salones para que la población estudiantil pueda recibir clase en el aula y, además, que otros estudiantes les puedan acompañar desde otros espacios, en tiempo real.
Los equipos administrativos están en un buen momento para pedirle Gobierno que comparta informes sobre las condiciones en que las y los jóvenes asisten a las universidades. Esto con el fin de diagnosticar si se cuenta con los espacios suficientes para que el estudiantado reciba clases y si se tienen espacios debidos para el estudio, la alimentación, el descanso y el sano esparcimiento.
Adicionalmente, las juntas directivas de las universidades deberán trabajar en crear las condiciones para un sistema de alternancia, donde se cumpla el derecho que tienen los y las estudiantes para recibir una educación de calidad, ya sea de forma presencial, virtual o híbrida. De allí que deban preguntarse si sus instituciones cuentan con los recursos para que el estudiantado inscriba cursos con materias virtuales, remotas –clases en línea, pero replicando la presencialidad– y asignaturas presenciales con un aforo máximo.
El segundo actor en aparecer es el profesorado. Este grupo tiene, al menos, dos grandes retos: por un lado, lograr que aquellas y aquellos docentes que ejercen labores investigativas puedan aprovechar el regreso al campus para robustecer el trabajo colaborativo a través de la comunicación directa. Por el otro, el regreso a los campus es una excelente oportunidad para que este gremio hable de pedagogía y didáctica en la educación virtual, y del estudio desde casa mediado por tecnologías.
Estos dos asuntos fueron atendidos con urgencia por el profesorado en medio de la crisis de la salud, pero lo hicieron sin la debida preparación. Las personas que nos dedicamos a la enseñanza no estábamos preparadas ni para investigar desde casa ni para enseñar desde espacios distintos al aula física. Ahora es momento de enfrentar con responsabilidad esta doble dimensión del trabajo profesoral y de dar respuestas adecuadas a la urgencia que dejó la pandemia.
Finalmente, se encuentra el sector estudiantil, que es el actor que mayores retos tiene. El hecho de que las y los jóvenes universitarios sean la población con menor vacunación y, a la vez, quienes mayor ventaja inmune poseen, debe servir para que a su educación se incorpore la responsabilidad con el autocuidado y el amor propio: cuidado de su salud mental, con el respeto de los espacios del otro y con el cuidado de la vida.
La juventud deberá formarse para el autocuidado: manteniendo el distanciamiento individual responsable –el suficiente para pedir un tinto o comer en el restaurante–; para el cuidado con sus compañeros y compañeras: no asistiendo al campus cuando haya síntomas de alguna enfermedad y pueda poner en riesgo a quienes les rodean; y, finalmente, para el cuidado de su familia: tomar conciencia del riesgo que tienen sus familiares y personas con las que se habita, pues, a pesar de poder no sentir los efectos del virus, este está presente y puede llevarse a sus seres más queridos.
En síntesis, el regreso a los campus universitarios ofrece magníficas oportunidades que, bien aprovechadas, pueden servir a diversos actores: a los equipos administrativos, para que doten los planteles con infraestructura necesaria para transmitir las clases desde las aulas; al profesorado, para educar sin miedo y con responsabilidad; y al estudiantado, para que asuma con responsabilidad medidas de autocuidado y de respeto por los espacios y la vida del otro.
De allí que se pueda decir que volver a los campus universitarios es una buena ocasión para adecuar y transformar los sistemas educativos. Profesorado, estudiantado y personal administrativo deben aprovechar el momento para prepararse pedagógica, psicológica y tecnológicamente para atender las exigencias de una nueva era de la educación. Para construir un modelo educativo que permita prepararnos más adecuadamente para atender una situación que se convierte en estructural y definitiva.
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