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¿Qué tan reformista puede ser Santos II?

Foto Starmedia


Otra vez la guerrilla, otra vez la paz o la guerra, fue el centro del discurso de posesión del presidente de Colombia. Belisario Betancur inició la tradición con una oración dramática  No quiero que se derrame una sola gota más de sangre colombiana de nuestros soldados abnegados, ni de nuestros campesinos inocentes, ni de los obcecados, ni una gota más de sangre hermana. ¡Ni una gota más de sangre!”. La frase de Juan Manuel Santos tampoco escatimó el drama “Mientras el mundo se incendia en diversos escenarios… Colombia puede y debe ser la buena noticia que necesita la Humanidad  ¡La noticia de que llega a su fin el último conflicto armado del hemisferio occidental!”.

En otro aparte del discurso dijo “Una paz total no es posible si no hay equidad. Y la única forma de lograr la equidad a largo plazo es tener una población bien educada”. Con este enunciado resumió y articuló los pilares de su segundo mandato: paz, equidad y educación.

En Colombia las palabras de los políticos han perdido mucho valor, demasiado valor diría yo. A fuerza de incumplir, a fuerza de mentir, los políticos han deslucido el lenguaje, le han restado brillo y convocatoria, han hundido la palabra en el laberinto de la incredulidad. Pero pensemos por un momento en que el presidente dice esto con entera convicción, pensemos en que hará todo lo que está a su alcance para llevar a cabo este ambicioso programa de gobierno. En ese caso las batallas que lo esperan son descomunales y los resultados tendrían una cara muy parecida a una verdadera revolución.

De las negociaciones de paz viene lo más duro. Planear el desarme y la desmovilización de una guerrilla afincada en territorios profundos del país y pactar el cese bilateral al fuego como antesala obligatoria a esta dejación de las armas. Encontrar la medida exacta de verdad, justicia y reparación para satisfacer los derechos de las víctimas, contener a los enemigos de la negociación y facilitar, a la vez, la reinserción política de una guerrilla que puede avanzar hacia el reconocimiento pleno de sus responsabilidades y avenirse a penas alternativas, pero difícilmente aceptará cárcel o exclusión política para sus miembros. Y, para rematar, ganar en la opinión y en las urnas el apoyo para los acuerdos de La Habana en medio del escepticismo de la ciudadanía y de la oposición feroz del uribismo. ¡Qué tareas las de los próximos meses!

Y vamos a la equidad. Hablar de equidad en un país escandinavo o, incluso, en Uruguay y Costa Rica, países cercanos, tiene el sentido de acercar grupos humanos con una y otra medida de redistribución, pero hablar de equidad en Colombia significa reducir distancias siderales.

Si alguien tiene duda de esta realidad vea la sentencia de Juan Ricardo Ortega, el director saliente de la Dian: “Estamos ante una sociedad brutalmente desigual, el 25 por ciento de la riqueza está en el 1 por ciento de la población”; o recuerde que tenemos una de las concentraciones más altas de la tierra en el mundo con 0,85 de Gini; o mire la diferencia que hay entre un estudiante formado en un colegio de un lejano municipio o de un barrio pobre con uno graduado en las grandes ciudades y en los colegios de los estratos más altos de la población; o póngase a pensar en la brecha que existe entre Bogotá y Chocó a la hora de comparar lo urbano y lo rural o el centro y la periferia. Cambiar esto significa darle un vuelco al país en tributación, en transformación del campo, en reordenamiento del territorio.

Anunciar que la meta es hacer de Colombia la más educada de América Latina en la propia cara de la delegación de Brasil fue una audacia impresionante. Eso significaría que estaríamos dispuestos a hacer saltar de inmediato la inversión en educación de un 4,2 del PIB a 7,5 por ciento, cifra que ya tiene el país vecino.

Son cosas que se están haciendo en la región. No son cosas imposibles. ¿Pero podrá llevarlas a cabo Santos? Sí –y solo sí– se apoya en los innumerables grupos de presión que están exigiendo las reformas.  Sí –y solo sí– logra forjar una masa crítica en los partidos que lo acompañan y en el Congreso de la República para adelantar estos cambios. Sí –y solo sí–  se enfrenta a quienes ya  le ganaron el pulso a Juan Ricardo Ortega en la pasada reforma tributaria y a los grandes dueños de la tierra que les han ganado siempre el pulso a los reformadores del campo.

Columna de opinión publicada en Semana.com


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