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Qué es lo de Marta Lucía Ramírez

Por: León Valencia, director – Pares


¿Cómo llamar lo que le ocurrió a Marta Lucía Ramírez?

¿Es su hermano Bernardo una víctima del narcotráfico? Tanto en el comunicado de la vicepresidente Ramírez como en la mayoría de los medios de comunicación se le da el nombre de tragedia familiar a la captura y condena de su hermano por tráfico de heroína en el año 1997. Vi también que hablan del condenado como víctima.


Al lado de estos calificativos vienen otras afirmaciones: no hay delitos de sangre, nadie es responsable por lo que hagan sus familiares, ese fue un hecho privado que nada tiene que ver con las funciones públicas, o preguntas como esta: ¿Quién en Colombia no tiene algún familiar tocado por el narcotráfico? O frases así: quien esté libre de culpa que lance la primera piedra.


Recientemente, en la polémica por el nombramiento de Jorge Rodrigo Tovar Vélez, hijo de Jorge Tovar, reconocido paramilitar, como director de víctimas del Ministerio del Interior se dijeron las mismas cosas para defender la decisión.


Pero a la inversa, con ocasión del asesinato de George Floyd en Minnesota a manos de un policía, a un actor de la televisión colombiana se le ocurrió decir que Floyd “no era un angelito”.

Esta manera de retorcer el lenguaje es una de las causas de, esa sí, la tragedia nacional que ha vivido Colombia en los últimos cincuenta años por el procesamiento y tráfico de drogas y el tratamiento que Estados Unidos le ha dado al fenómeno.


Bernardo Ramírez cometió un delito de narcotráfico, así de simple, lo cometió en sus cabales, después del asesinato de cuatro candidatos presidenciales y del reguero de sangre que había dejado Pablo Escobar, después del proceso ocho mil y de la grave afectación a la democracia que significó esa infiltración de dineros de los narcos en una campaña política. Lo cometió sin una necesidad económica apremiante, dado que pertenecía a una familia adinerada con importantes contactos internacionales. Llegó a eso por pura y física ambición.


La Vicepresidente tiene todo el derecho a reclamar su inocencia, no fue ella quien cometió el delito. Incluso puede defender su deber de auxiliar a un hermano en líos judiciales y el acto generoso de cubrir la fianza. Vayamos más lejos y digamos que no hay un impedimento legal para que después de los hechos de su hermano, ella, Marta Lucía, haya ejercido los cargos más importantes del país.

También Jorge Rodrigo Tovar está en su derecho de aspirar y a ejercer cargos públicos y quienes lo nombran pueden decir que es inocente y no debe pagar por lo que hizo su padre.


Pero no hay pudor, no hay decoro, no hay decencia, al presentar estas cosas como una tragedia familiar y definir a personas que no lo son como víctimas.


Y fíjense en el contraste. Unos años después Marta Lucía Ramírez es nombrada ministra de defensa en el gobierno del presidente Uribe. En los primeros meses ese gobierno declara el Estado de Conmoción Interior y emite el decreto 2002 de 2002 que establece las zonas de rehabilitación y consolidación en todo el país.


Se desató entonces una persecución aterradora a los campesinos cocaleros, pobres, hambrientos, necesitados. Miles de ellos fueron capturados, golpeados, hacinados en cárceles o concentrados en canchas y lugares públicos.


La cifra que tengo en la cabeza es de 12.000. Se les acusaba del pavoroso delito de narcotráfico. Esa desesperada vinculación de los campesinos colombianos al cultivo de la hoja de coca o de amapola o de marihuna no se sentía, no se siente aún como una tragedia. No se ve a esos campesinos como un gran grupo humano al que es necesario auxiliar, en vez de perseguir, en vez de castigar.


No saben o no quieren saber, como no sabía el actor Jorge Cárdenas, que la condición de víctima la da la indefensión, no la inocencia. Es una definición clave para entender la vida colombiana.

La perversión del lenguaje y la inconsciencia tienen sus consecuencias. Si Marta Lucía, en su momento, hubiese aceptado sin ambages la actuación de su hermano como un grave delito y al asumir cargos públicos lo hubiera comunicado a los ciudadanos, quizá su esposo Álvaro Rincón Muñoz, años después, no se hubiese enredado con el narcotraficante Guillermo Acevedo, alias ‘Memo Fantasma’.


Y bueno, se abusa mucho en la valoración de los lazos de sangre, se los pondera en los momentos de felicidad y de holgura, se los utiliza para avanzar en la vida, para ascender, para conquistar victorias políticas, económicas y sociales, se los invoca para la solidaridad en los momentos difíciles de las personas, pero se niega su trascendencia cuando el pariente entra en los laberintos judiciales.

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