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Posesión presidencial: la gran fiesta organizada por los/las oficiales de Bolívar

Por: Attila Lenti


“Hay dos maneras de jugar al fútbol. Como juega la escuela de Ochoa, el América, o jugar como juega el Nacional con Maturana. Jugar para la victoria solamente, o jugar para la victoria, pero también para la tribuna. Tú puedes hacer la vida plana o la puedes hacer llena de matices, llena de luz. Son maneras de actuar. Yo creo que la gente tiene una vida y debe gozarse esta sola vida que tiene. Puede que nosotros no hayamos ganado siempre, pero por lo menos hemos puesto eufórico al país en más de una ocasión, y hemos puesto al país a girar en torno a realidades dinámicas, llenas de sorpresas, llenas de ensayos originales”, Carlos Pizarro Leongómez

El M-19: democracia en armas


El de las misiones imposibles y las acciones espectaculares. El de la inesperada “recuperación” de la espada de la Quinta de Bolívar. El del tremendo robo de armas del Cantón Norte a través de un túnel subterráneo de más de 80 metros, cavado desde un apartamento cercano. El de la toma exitosa de la Embajada de la República Dominicana. El del barco El Karina, destinado a traer un cargamento de toneladas de armas desde Alemania a través del Atlántico y de tres continentes por una tripulación guerrillera. El de la victoriosa batalla de Yarumales, el combate de posiciones más prolongado de la historia de todas las guerrillas con 70 fusiles, ejemplo histórico de la aplicación de un amplio repertorio de técnicas militares traídas del exterior.


El de la errónea toma del Palacio de Justicia, que nace de la excesiva autoconfianza y de un idealismo que raya con la locura, y que desemboca en una tragedia, intencionalmente malinterpretada por la historia oficialista. El del Batallón América, el “ejército latinoamericano” de combatientes de distintos países, unidos en el sueño de un continente sin límites. El de la Constitución del 91, pluricultural y participativa, promesa de los Derechos Humanos y del Estado Social de Derecho por construirse.


Locos, creativos, soñadores de nuevos horizontes, audaces, mamadores de gallo, resistentes e insistentes, improvisadores pero a la vez trabajadores y disciplinados, rebeldes con causa, armados por la paz y la democracia. Los hombres y mujeres en armas que desbordan las armas. Nacionalistas incluyentes de un pueblo arco iris. Un fenómeno espontáneo y contradictorio que abraza lo mágico. El fenómeno más colombiano posible con un pensamiento político tan particular que todos los clichés de la izquierda fallan al tratar de describirlo, pues la revolución es una fiesta. Asimismo, todo intento de asemejarlo a otras guerrillas de Colombia directamente va a la categoría de falsificación histórica. Tan particular, que en algún momento Jaime Bateman se permitió anunciar que el programa oficial del M-19 era el cumplimiento de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.


Estudiar al “M” es un noble reto para aquellos que quieren entender la historia del país y la complejidad de la sociedad colombiana. A la vez, es una gran fuente de aprendizaje para cualquier extranjero que quiere acercarse a la nación multicultural indescifrable de la que se enamoró sin realmente saber por qué.


El significado y la herencia


La posesión del presidente Petro de ayer no fue una posesión cualquiera. Es el sueño hecho realidad por el que murieron decenas de hombres y mujeres que creían en una Colombia más democrática y más justa. Es el respiro de una juventud que desea tener acceso a la educación y a trabajos dignos en un país que le ha negado las oportunidades. La esperanza de una sociedad con hambre y en el rebusque. Es el anhelo de una población rural que quiere la paz y una agricultura viable. Un hito en la historia nacional, porque es el primer gobierno dispuesto a asumir las reformas estructurales que requiere una paz verdadera. Finalmente, puede ser la última oportunidad para uno de los países más biodiversos y con mayores reservas de agua dulce en el mundo de parar la destrucción de sus ecosistemas a través de una transición económica sostenible.


Fue una posesión única, llena de simbolismos requeridos por la catarsis colectiva que merece vivir la sociedad colombiana después de incontables gobiernos de status quo. Posiblemente el mundo no ha visto una catarsis parecida desde el inicio del gobierno de Nelson Mandela: muy necesaria, parte de la reparación colectiva en el largo tránsito hacia la paz en Colombia.

Gracias a la pequeñez de Duque que jugaba a ser presidente con p minúscula por 4 años, la traída de la espada de Bolívar, tan importante en las luchas del M-19, más allá de un acto de memoria histórica y un símbolo del mandato popular, se convirtió en un verdadero acto de toma de las riendas del Estado.


El discurso inició citando Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, “manual” de la guerrilla del M-19 que cada nuevo integrante tenía que leer obligatoriamente desde las épocas de la comandancia de Jaime Bateman. “Hoy empieza nuestra segunda oportunidad. Nos la hemos ganado.” En plural. Porque el Petro al que han tildado de arrogante, individualista e incapaz de construir movimiento, subió a la Presidencia gracias a un conjunto amplio de movimientos de diferentes bases sociales y bien coordinados, con una agenda reformista y de profundización de la democracia, muy de acuerdo con el programa político de siempre del M-19, la primera izquierda moderna en Colombia.


“Hoy empieza la Colombia de lo posible. Estamos acá contra todo pronóstico, contra una historia que decía que nunca íbamos a gobernar. Contra los de siempre, contra los que no querían soltar el poder. Pero lo logramos. Hicimos posible lo imposible.” Este fragmento es casi la respuesta desde el futuro al discurso de Valledupar de Carlos Pizarro: “Porque nosotros somos, como quería Afranio Parra, el líder asesinado del M-19, gallos de pelea: nosotros salimos en las condiciones más difíciles, sorteando todos los obstáculos, para demostrarle a esta oligarquía que no tiene pueblo, que no tiene razón, que no tiene futuro”.


Petro menciona como condición de la paz el arranque del diálogo social en todas las regiones de Colombia. Más adelante refiere al acuerdo nacional como objetivo. Se trata de una importante reivindicación histórica del M-19 desde los inicios de los años 80, denominada por Jaime Bateman como el “sancocho nacional”, entendido como característica de una sociedad multiétnica de las más diferentes tradiciones y como un gran acuerdo basado en la concertación con distintos sectores.


Reconocer el fracaso de la guerra contra las drogas y proponer nuevas soluciones internacionales con enfoque preventivo no es nada nuevo. Se basa en un diagnóstico acertado y compartido hasta por organismos internacionales. El M-19 entendió la problemática hace no menos de 40 años, cuando “El Flaco” Bateman, mente costeña brillante, admirada por una generación, habló del tema en la publicación ¡Oiga hermano!: “la coca existe por el mercado norteamericano, si no fuera así, la coca seguiría siendo simplemente el producto tradicional que utilizaban los indígenas latinoamericanos... que no vengan ahora con cuentos. La producción expansiva de la coca en Latinoamérica se da porque hay una demanda en los Estados Unidos”.


El programa social anunciado respecto a combatir la pobreza y la desigualdad es la implementación efectiva del Estado Social de Derecho de la Constitución de 1991. Asimismo lo es la descentralización, tema de debate permanente por décadas. El gobierno de Petro llega a realizar una transición democrática sustantiva en cuanto a otorgarle a la democracia los pilares sociales necesarios para su ejercicio. El artículo no. 1 de la Constitución poco a poco puede salir del papel a la realidad.


La unidad de América Latina, idea recurrente en el discurso de Petro, es una idea bolivariana que en su momento dio nacimiento al Batallón América. El M-19 construyó su propia narrativa de Bolívar y aplicó sus pensamientos para la época. “Descansen, oficiales de Bolívar”, les dice Petro a los soldados de guardia. Un gesto interesante, teniendo en cuenta que con esta denominación se refería a todos/as los/las integrantes del M-19. Una guerrilla que sin dudas se ganó el respeto de varios sectores de las Fuerzas Armadas por su trato respetuoso a los militares capturados en combate. En poco, Gustavo Petro recibiría en la tarima a la nieta del almirante Juan Antonio Pizarro.


Hace 32 años, o a más tardar en 1994, Carlos Pizarro iba a ser presidente de la República. Se habría ahorrado mucha sangre, caos y desunión. Viviríamos en un país distinto. No extraña que fuera María José Pizarro, heredera de un legado político inconmesurable, quien tuviera el honor de colocarle la banda presidencial a Gustavo Petro que hoy simbólicamente encarna el acumulado intelectual y popular de ese movimiento. Es el encuentro de dos personas que desde recorridos diferentes desconocieron lo imposible y se convirtieron en protagonistas de una victoria construida con esfuerzos colectivos de varias generaciones desde Gaitán. Dos personas que conocen distintos oficios y que respiran pueblo. Que tengan la sabiduría de nunca desconectarse del mismo.


No es cosa alegre sentarse a revisar álbumes de fotos con ex integrantes del M-19. La mayoría de las figuras que aparecen allí desde hace muchos años están muertos por tortura, desaparición, ejecución extrajudicial o en combate. Equivocados o no en sus caminos, todos estos hombres y mujeres tenían ideales y soñaron un país diferente. Ahora sí, descansen, oficiales de Bolívar. El trabajo pendiente nos queda a nosotros.


 

*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.

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