¿Por qué restaurar los columbarios de Bogotá no es clasismo, sino justicia histórica?
- catalina valencia Coordinadora del Observatorio Cultura
- 18 feb
- 3 Min. de lectura
Por: Catalina Valencia

El debate sobre la restauración de los columbarios en los Mártires ha generado controversia, especialmente entre quienes consideran que el espacio debería destinarse a un parque con canchas deportivas y juegos infantiles. Un texto reciente critica el proyecto de restauración y lo califica como una imposición de la “élite artística”, restándole importancia al valor simbólico e histórico del sitio. Sin embargo, esta visión ignora una realidad crucial: los columbarios no son simples ruinas, sino un espacio de memoria vinculado a la historia de la violencia en Colombia. Restaurarlos no es clasismo, es un acto de justicia y reconocimiento para las víctimas y para la sociedad en su conjunto.
1. Memoria y espacio público: un falso dilema
El texto en cuestión plantea una oposición entre dos usos del suelo: un parque recreativo o un monumento de memoria. Esta dicotomía es falsa. Bogotá necesita tanto espacios de esparcimiento como lugares que recuerden las tragedias de su historia para que no se repitan. No se trata de elegir entre la felicidad de los niños y la memoria de las víctimas, sino de encontrar un equilibrio donde ambos propósitos coexistan.
Reducir la restauración de los columbarios a una imposición de la “élite artística” es un argumento simplista que desconoce el papel que han jugado estos espacios en la historia reciente del país. Los columbarios han sido escenario de luchas de memoria, en especial para recordar a los desaparecidos en el conflicto armado. Transformarlos en un parque sin reconocer su pasado no solo invisibiliza a las víctimas, sino que también perpetúa el olvido.
2. La memoria como construcción ciudadana
La crítica central del texto sugiere que el proyecto responde a intereses de una élite desconectada de las necesidades de la comunidad. Sin embargo, la conservación de la memoria no es un capricho de artistas o académicos, sino una exigencia de organizaciones de derechos humanos y víctimas que han luchado durante décadas para evitar la desaparición de estos espacios.
Es cierto que Bogotá necesita parques y lugares de esparcimiento, pero ¿por qué asumir que la memoria y el bienestar son incompatibles? En muchas ciudades del mundo, sitios de memoria han sido integrados exitosamente con espacios públicos: el Memorial del 9/11 en Nueva York, el Parque de la Memoria en Buenos Aires o la Plaza de la Memoria en Medellín. En todos estos casos, la memoria convive con la vida cotidiana sin que una anule a la otra.
3. Invisibilización de las víctimas y la historia
Uno de los puntos más problemáticos del texto es la afirmación de que nadie sabía que el cementerio existía y que el espacio era solo un “gran lote”. Esta postura desconoce la importancia de los lugares de duelo en la construcción del tejido social. La desaparición de los columbarios no solo borraría una parte de la historia de Bogotá, sino que también enviaría un mensaje de indiferencia hacia quienes han luchado por el derecho a recordar.
4. La ciudad no se construye desde el olvido
Finalmente, el argumento de que la restauración de los columbarios impide la construcción de una ciudad más democrática es contradictorio. Una sociedad democrática es aquella que reconoce sus dolores, les da un lugar y aprende de ellos. La memoria no es un obstáculo para el desarrollo, sino una base fundamental para construir un futuro más justo e inclusivo.
Si realmente se busca una Bogotá equitativa, es necesario salir del reduccionismo que plantea la memoria como un lujo y el esparcimiento como una necesidad. Ambos son esenciales y deben coexistir. Se pueden hacer parques, pero no a costa de enterrar la historia de las víctimas en el olvido.
Conclusión
Preservar los columbarios de Bogotá no es un capricho ni un acto de clasismo, sino una necesidad ética. No se trata de elegir entre memoria y esparcimiento, sino de reconocer que una ciudad sana es aquella que encuentra formas de recordar sin dejar de mirar hacia adelante. Si queremos construir una sociedad realmente democrática, debemos entender que la memoria no es un obstáculo, sino un pilar de nuestra identidad colectiva.
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