Por: Guillermo Linero Escritor, pintor, escultor y abogado de la Universidad Sergio Arboleda
Vi en un titular de un canal de Youtube (de esos que hoy tienen por característica ser independientes) que le preguntaban al senador Iván Cepeda por qué razón las autoridades norteamericanas no capturaban o procesaban judicialmente al expresidente Uribe, y sin leer la respuesta del senador me di a la tarea de tratar de responderla también yo, pues esa pregunta creo que nos la hemos hecho buena parte de las personas colombianas.
Lo cierto es que las denuncias contra el expresidente Uribe son tantas y tan escandalosas que van incluso contra la misma humanidad. De ahí que uno esperaría —si es verdad que existe el mundo civilizado— que países como Francia, Inglaterra, España, Italia, Alemania, Holanda, Noruega, las cortes internacionales y, por qué no, los mismos Estados Unidos le abran proceso por estar haciendo daño a la humanidad, y no solo a la ciudadanía colombiana.
Sin embargo, no hay que mirar solo a Uribe para saber de ese extraño y burdo comportamiento norteamericano; porque, en efecto, de allí nos han devuelto a varios mafiosos, luego de pocos años de cárcel y de haberles recibido altas sumas de dinero. Esto sin importarles que dichos recursos económicos provinieran de crímenes y actos de corrupción realizados en Colombia. Los liberan y los devuelven a nuestro país, a donde arriban con una postura moral renovada porque los supremos policías del mundo les han perdonado y entregado credenciales de libres sanos.
Pese a ello, muchos de estos delincuentes deportados confesaron su responsabilidad no en uno, ni en diez, ni en cien, sino en miles de asesinatos, y en otras conductas aberrantes colaterales como degollar niños, violar mujeres y torturar ancianos. Es algo que se sale del control hasta de los mayores imagineros de la historia, como lo han sido los escritores de ficción y realismo. A los escritores les ocupó más de cien años escribir desde distintos asombros sobre los crímenes cometidos por Jack el Destripador, que no fueron miles, ni cientos, sino apenas cinco. Igual se han quedado en “El Doctor y los Demonios”, relato de Dylan Thomas que describe la profanación de tumbas y los crímenes cometidos por ladrones de cadáveres para surtir las necesidades científicas de Thomas Rock, un poseso maestro de anatomía.
En el caso específico de los norteamericanos, al parecer poco les han importado los numerosos asesinos en serie que han aparecido en su nación, ni las masacres realizadas por espontáneos “ciudadanos de bien” en escuelas y plazas públicas. Todo porque todavía se obnubilan, por ejemplo, con el crudo relato “A Sangre Fría” de Truman Capote, que da cuenta del asesinato de cuatro miembros de una misma familia.
De modo que es apenas natural preguntarse por qué al expresidente Uribe no lo judicializan los americanos, si ellos saben, por ejemplo, que los engañó al cobrarles muertos falsos durante la guerra contra la FARC. Al menos 6.402 de esos reportes fueron mentiras y conllevaron el asesinato del mismo número de jóvenes inocentes. Es bastante claro que a los americanos nada les preocupa que miembros del entorno familiar de Uribe, de su círculo social y político, y algunos de sus más cercanos colaboradores, hayan estado o estén en cárceles por distintos y comunes delitos. Incluso delitos de narcotráfico, que para los americanos son una grave ofensa.
Pese a todo ello, nadie sabe por qué el Gobierno americano no le ha ni siquiera investigado —siendo su cuerpo de inteligencia el más audaz en semejante campo—. Aquí, en Colombia, por ejemplo, es comprensible que se compre la justicia —abogados, jueces y magistrados— porque ya otros funcionarios con menos poder que Uribe lo han hecho (basta recordar el cartel de la toga y las recientes sinvergüencerías de la Fiscalía en el caso contra Uribe por la compra de testigos).
En fin, una sarta de indicios y evidencias delictuales que nos llevan a pensar que, tal vez, el expresidente Álvaro Uribe sea un protegido de los norteamericanos; porque lo tratan como si fuera uno de ellos. No un rubio con la estatura y catadura de un Jimmy Carter, de Ronald Reagan o de Bill Clinton, sino uno del patio trasero que les hace el trabajo sucio, como en Chile ya se los había hecho, en los años setenta, el general Augusto Pinochet.
Alguna vez, un prestigioso periodista colombiano me dijo que a Uribe lo había montado a la Presidencia la aristocracia cachaca para que les hiciera el trabajo sucio contra las guerrillas. Trabajo que ellos habían intentado hacer y no habían podido realizar porque se necesitaba de mucha maldad y de mucha imaginación diabólica. Sabían los cachacos aristócratas, según la respetable intuición de mi amigo periodista, de los modos y maneras de las AUC y de las Convivir.
Pero bueno, ¿por qué a los Estados Unidos no les ha inquietado el caso de Uribe? Acaso no han sumado indicios ni visto pruebas. Que Uribe tenga poder en Colombia no es extraño si consideramos que tenemos una cultura (o mejor, una política estatal propagada con diseños de incultura) donde se descuenta la ética. Y en dicho contexto resulta fácil conseguir las cosas —cualquiera que ellas sean— solo con el dinero; porque en Colombia no importa el estatus cognitivo que se tenga, sino la capacidad económica.
El dinero mueve montañas en Colombia, pero si naciera un juez o surgiera eventualmente uno desprendido de esa incultura, entonces se le trataría distinto y ya no se le ofrecería dinero, sino que enfrentaría amenazas relacionadas a la pérdida de su vida o la de sus seres queridos. Eso también vence la autoridad de cualquier país. Por ejemplo, la gente entendió que para llegar al Senado en Colombia no se necesitaba talante humanista, ni experticia sociopolítica, sino simplemente una cantidad determinada de dinero y que, de conseguirla rápidamente, podrían llegar allí saltándose incluso la obligación de ir a la escuela. Y lo que es peor —pero también es la realidad— es que, sin tener la menor idea del derecho, esos burros con plata terminan legislando.
De manera que comprender por qué en Colombia Uribe es intocable no cuesta trabajo, ni es misterioso; pero que ocurra lo mismo en los Estados Unidos… ¿cómo? Si allí las cifras para sobornar —si existiera como aquí un entramado de corrupción nacional— tendrían que ser demasiado elevadas. ¿Qué será entonces lo que protege a Uribe de la justicia americana?
Cuando yo tenía 21 años me sorprendió saber, tras la captura del dictador Noriega en Panamá (a quien se le había acusado con pruebas de estar promoviendo el tráfico de drogas hacia los Estados Unidos, al parecer usando a Cuba como ruta, y con el respaldo material y financiero de Pablo Escobar) que además era un espía de la CIA, es decir, un agente del Gobierno americano en lo más preciado que ellos dicen tener: las agencias estatales de inteligencia. Por eso Noriega pudo hacer tantas cosas sin que lo apresaran, como finalmente lo hicieron cuando lo vieron salirse de la línea con sus pilatunas extraimperialistas.
Así las cosas, y desde la lógica de un narrador de ficciones y realidades, esa es la única opción que a mí se me ocurre imaginar: que Uribe sea una suerte de General Noriega. O quizás una suerte de Augusto Pinochet, a quien la CIA, viéndole aptitudes malévolas, lo preparó para que asumiera el Gobierno de Chile y lo mantuviera en la dependencia de ellos —en manos de los Estadios Unidos— y no a la suerte de la independencia chilena —en manos del raizal e izquierdista Salvador Allende—. Esta es la única razón que yo encuentro para entender, al menos decentemente, por qué en los Estados Unidos no se atreven a tocar al expresidente Uribe, tal como si le tuvieran mucho pánico (que no lo creo), o demasiado respeto por el oscuro servicio que les presta, si se los prestara.
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