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Pájaros y chulavitas: los grupos paramilitares apoyados por conservadores que asesinaron a miles de liberales

  • Foto del escritor: Redacción Pares
    Redacción Pares
  • 5 jul
  • 3 Min. de lectura

Por: Redacción Pares



A mediados de la década del cuarenta no había nada más temible para el movimiento de masas que la Iglesia católica. Aún estaban lejos en el tiempo los años en los que aparecía la teología de la liberación. La Iglesia, solo en algunas excepciones, estaba de acuerdo con el pueblo y sus dictámenes. La mayoría del pueblo raso, la calle, era liberal. Sin embargo, en 1946, el presidente era Mariano Ospina Pérez, miembro del Partido Conservador y el senador Laureano Gómez, imponiendo la calumnia y el odio por delante, generaron un clima de extrema zozobra y en algunos casos también sangriento. Los conservadores querían venganza por lo que se conoce como la masacre de Gachetá. En este pueblo de Cundinamarca, en 1939, se generó un tiroteo masivo que provocó la muerte de nueve personas, todas ellas afiliadas al Partido Conservador. Desde el periódico El Siglo —propiedad de Laureano Gómez— se empezó a asentar una verdad inverificable, que la masacre la había ordenado el gobierno del entonces presidente Eduardo Santos, perteneciente al Partido Liberal.


Por eso, el gobierno de Mariano Ospina Pérez permitiría ciertos excesos, retaliaciones por parte de una parte de la policía, conocida como los Chulavitas, un grupo paramilitar reclutado por el Partido Conservador para defender sus intereses. Tenía funciones de policía secreta —era considerado la Gestapo goda— En 1946 empezaron a ejercer una de sus primeras funciones, la de quitarle la cédula —por la razón o por la fuerza— a todo aquel que perteneciera al Partido Liberal. El nivel de violencia de estos grupos medioparacos, medio oficiales, desembocaría en el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948. Esto generó un temible contragolpe de las huestes liberales, que hicieron cumplir a rajatabla el mandamiento de su máximo líder —si me matan, vengadme— el gobierno de Ospina respondió con más violencia, generando lo que se llama en nuestra historia como la época de La Violencia.


A los chulavitas se les llamaba así, porque la mayoría de sus miembros había nacido en la vereda de Boyacá que lleva ese nombre. La estrategia de quitarles las cédulas a los liberales era para no dejarlos votar. Laureano, en las elecciones del 46, afirmó que había un millón ochocientos mil cédulas falsas, algo que jamás pudo probar.


Cuentan que, a Jorge Leyva Urdaneta, papá del excanciller Álvaro Leyva, cuando fue ministro de Industria y Comercio de Colombia, la gente en la calle le tiraba alpiste, ya que lo consideraba un “pájaro”. Cuando asumió la presidencia Laureano Gómez, en 1950, los chulavitas empezaron a llamarse “Pájaros”. Estaban ahí para cometer cualquier tipo de atropellos en los departamentos donde más había liberales, estos eran: Norte de Santander, Santander, Valle del Cauca y Boyacá. En Tuluá existió el más conocido y temible de estos asesinos: León María Lozano. Los crímenes de los chulavitas y los pájaros no se detuvieron ni siquiera con la dictadura de Rojas Pinilla en, 1953, sino que siguieron hasta 1965 cuando el presidente era Guillermo León Valencia. En esos veinte años de “esplendor”, los chulavitas y los pájaros, convertidos en máquinas estatales de la muerte, asesinaron a cerca de 150.000 campesinos liberales.


Los métodos de tortura fueron escabrosos: se hablaba de La escalera, que consistía en un ahorcamiento en un lugar extremadamente alto; el cuartico, este método era encerrar a una persona en un cuarto muy estrecho y propinarle descargas eléctricas, una práctica que usaría la dictadura de Videla años después; el vaso de agua, durante días sometían a una persona a una sed extrema y le ponían al frente un vaso de agua, pero como no podía agarrarlo porque estaba amarrada, se moría físicamente de sed con el agua al frente; otra tortura era el tramojo, que no era más que un torniquete aplicado en los genitales; el trote, que era ponerle a una persona un ladrillo en cada mano, si cedía al cansancio, la mataban y, así, una serie de atrocidades que, llama la atención, jamás fueron juzgadas por gobierno alguno.


Estos excesos hicieron que los campesinos liberales, acorralados, tuvieran que formar guerrillas para defenderse. Muchos historiadores les atribuyeron a los crímenes conservadores el origen de las guerrillas y el incendio, que aún nos devora como sociedad.



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