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Organización Femenina Popular: memoria y resistencia

Por: Laura Cano. Periodista Pares.


Siendo la ONG de mujeres más antigua de Colombia, con 48 años trabajo, la Organización Femenina Popular (OFP) ha recorrido las zonas y luchas del Magdalena Medio, convirtiendo estas experiencias en miles de historias que ahora vienen a recordar por qué el trabajo comunitario es la propia muestra de aguante y convicción por las justas causas, incluso cuando la defensa de éstas supone escenarios adversos y violentos.


La OFP nació en Barrancabermeja como un espacio de participación de los sectores y organizaciones populares de la ciudad, especialmente de las mujeres populares. No obstante, y como un estigma de nunca acabar, a razón de su trabajo con la gente y con motivo de la llegada e instalación del paramilitarismo en la región entre los años 1998 y 2008, la organización sufrió en ese tiempo distintas formas de persecución y amenazas.


No obstante, y siguiendo las palabras de Diana Zuley Bernal, “la OFP encontró formas para mantenerse y no permitir la terminación de su proceso a pesar del paramilitarismo, asumiendo como principios políticos la autonomía y la civilidad, y como instrumentos de lucha el lenguaje y los símbolos para la defensa de los derechos humanos”.

En medio de este proceso y de un conflicto que se agudizaba en la región, la OFP se convirtió en un lugar de encuentro, en un espacio para hacerle frente al miedo y en el que se permitía pensarse desde lo comunitario procesos de reparación, no solo para quienes han sido víctima del conflicto armado, sino también para las mujeres que han sufrido violencias basadas en género pues, de acuerdo a la información que publicó el periódico El Tiempo en 2017:


“Después de 2006, la desmovilización paramilitar, bajo los índices de violaciones a los derechos humanos y el desescalamiento del conflicto interno, permitió ver otro flagelo: la violencia intrafamiliar. Tan solo en Barrancabermeja, en los últimos cuatro años, la Comisaria de Familia atendió más de 2.000 casos, en los cuales en un 80% las víctimas fueron mujeres”.


Este componente de acción de la organización se puede reconocer de dos maneras: primero, en la compilación de tres relatos de mujeres publicados recientemente en el portal de la Fundación Paz y Reconciliación Pares, en los cuales uno de los puntos en común era el proceso participativo, formativo y de reparación por el que habían pasado cada una de ellas a través de la organización.

Adicionalmente, también se ve en el proyecto que la OFP lideró con la Casa de la Memoria y los Derechos Humanos de las Mujeres del Magdalena Medio, la cual es el primer espacio de memoria construido específicamente desde una perspectiva de género a través de procesos participativos con mujeres populares del Magdalena Medio.


“Esta casa recoge la historia de las conflictividades y la resistencia, resaltando especialmente el papel que han tenido las mujeres, posicionando y reivindicando su acción como sujetas políticas autónomas que han sufrido de forma diferencial las afectaciones de conflictos en razón de su identidad organizativa y su proyecto político, pero sobre todo como resistentes, sobrevivientes y constructoras de paz”, comunicaba la OFP.


Como parte de un proceso de reconocimiento de la OFP y del trabajo realizado por la organización en el Magdalena Medio, Pares habló con Laura Serrano Vecino, coordinadora de proyectos de la OFP, quien además de dialogar sobre los procesos de la OFP y la Casa de la Memoria y los Derechos Humanos de las Mujeres, también relacionó cómo ese andar de la OFP se ve de alguna forma ejemplarizado en los tres relatos publicados anteriormente:


Pares: ¿Cómo ha sido la consolidación de la Casa de la Memoria desde las historias que se han tejido en el Magdalena Medio?


Laura Serrano Vecino: La Casa de la Memoria y los Derechos de las Mujeres ha sido construida desde las voces y las experiencias mismas de las mujeres. La Organización Femenina Popular es un proceso [que lleva] 48 años en el territorio, así que son historias que no solo se vienen a encontrar con la construcción de la Casa, sino que han venido tejiendo un camino juntas desde 1972, cuando empezó la organización. Un camino que algunas veces ha sido más difícil que en otros momentos, que algunas veces ha tenido bastantes gratificaciones, y en otros momentos ha implicado más formas de resistencia y dolores.


Estas historias no son solo de Barrancabermeja, sino que aquí se encuentran una diversidad de orígenes, lo que nos pone también el reto de que la Casa Museo sea un espacio de proyección y representación regional. Queremos que nuestras acciones vayan más allá del espacio físico y que impacten en las mujeres que la han construido y a las comunidades de las que ellas hacen parte.



Pares: ¿Cómo ha sido la construcción de memoria dentro de la Casa de la Memoria y qué efectos ha generado en esa construcción del proceso la pandemia y las restricciones que esta ha traído?

L.S.V: La Casa de la Memoria es una apuesta como parte de la reparación colectiva de la OFP y es un espacio que pretende recoger y representar un poco esas memorias de resistencia de las mujeres, no solo como víctimas sino como agentes políticos y sujetas que han sido protagonistas en el movimiento social de la región.


Lo que se pretende también es contribuir a la transformación de los imaginarios sobre el lugar que hemos ocupado en escenarios de conflicto y en los relatos oficiales, ya que por lo general aparecemos en lugares de subordinación o no aparecemos. Entonces la Casa de la Memoria no es un espacio que habla de las mujeres, sino son ellas quienes hablan y tienen allí esas representaciones.

Es importante reconocer que la OFP desde hace mucho tiempo ha hecho su proceso de memoria y la Casa de la Mujer es un resultado y una manifestación concreta ya en una infraestructura, pero eso no significa que el proceso de memoria inicie ahí.


Entendemos que, como un espacio de memoria, es un espacio inacabado. La memoria la entendemos como una práctica viva, entonces constantemente está encontrando nuevos caminos, está encontrando nuevas formas de expresarse, nuevos relatos, nuevos procesos de sanación, de construcción de compromisos individuales y colectivos; en ese sentido, La Casa de la Memoria es un espacio que está ahí y que esperamos mantener vivo.


Normalmente los proyectos de memoria nos enfrentamos a escenarios muy adversos. Hay un panorama político adverso de la memoria desde los lineamientos del Gobierno, desde sus posturas negacionistas, relativistas y desde los riesgos específicos que hay en cada uno de los territorios; además de las barreras económicas para sostener estos espacios.


Ya de por sí es difícil y ahora el escenario de la pandemia nos pone un reto adicional que es mantener la infraestructura cerrada: no tener las visitas, no poder recibir los grupos de los colegios. Sin embargo, para nosotras ha sido muy importante mantener el escenario de acción y dinamización abierto. Como decía, la memoria es una práctica viva y en ese sentido no se puede encerrar en un lugar.


Un lugar de memoria tiene sentido en la medida que genera reflexión, sensibilidades y que a partir de eso genere también compromisos y acciones para la construcción de justicia social, reparación y no repetición.


Entonces hemos tratado de mantener esa misión con espacios de encuentro, en los que se reproduzcan esos objetivos a través de laboratorios creativos. Hemos realizado un laboratorio que empezamos en el mes de junio que se llama Hilando Afectos, el cual es un espacio en el que las mujeres o distintos grupos nos encontramos para reflexionar sobre las realidades de la región y así buscar la enunciación de compromisos y la posición que vamos a tomar como sujetos.


Así hemos tenido la oportunidad de tejer redes con otras organizaciones llevando el laboratorio creativo a través de mensajes colectivos y articulados; eso ha tenido una ventaja y es que nos ha permitido llegar a comunidades a las que probablemente les hubiera quedado más difícil llegar al taller si lo hubiéramos hecho en el espacio físico.


También hemos trabajado este tiempo en el fortalecimiento de la formación sobre Derechos Humanos, riesgos específicos de mujeres y hombres, así como en la investigación y el reconocimiento de los liderazgos sociales, culturales y sindicales.


Nuestra labor en este tiempo también ha incluido la indagación sobre los asesinatos de mujeres en el marco del conflicto armado aquí en el Magdalena Medio y la dimensión política de esos asesinatos, que es un elemento muy importante para nosotras; resaltar la dimensión política de las violencias basadas en género y las violencias contra las mujeres que en los marcos patriarcales de la historia es prioritario para nosotras dado que es un elemento que siempre se quiere invisibilizar.


Pares: En los tres relatos recopilados por PARES, las mujeres con quienes hablamos hacen una especial mención a los procesos psicológicos y emocionales que vivieron desde la OFP. ¿Cómo trabaja la organización sobre esta dimensión?


L.S.V: La Organización siempre ha contado desde la sección de Derechos Humanos con el área psicojurídica para hacer el acompañamiento y las asesorías jurídicas que se requieran, pero también las atenciones psicológicas individuales a víctimas del conflicto armado o víctimas de violencia de género.


Sin embargo, las compañeras enfatizan mucho en esto porque entrando a la década del 2000 y en los primeros años de esta, fue el periodo más duro por la arremetida paramilitar y la persecución sistemática contra la OFP, y las mujeres han reconocido que hubo una afectación muy grave a su bienestar emocional y psicológico, manifestándose esto también en afectaciones físicas.


De hecho, una de las dimensiones del diagnóstico del daño que la organización elaboró para el proceso de reparación colectiva fue ese, refiriéndose al bienestar emocional y psicológico. En ese marco se propusieron unos ejercicios para apostarle a esos escenarios de recuperación haciendo talleres de biodanza, espacios de sanación con esencias y sobre todo espacios de encuentro, entendiendo que la fragmentación del tejido social fue muy fuerte en los territorios donde el conflicto instauró unas relaciones de miedo, de sospecha, y de desconfianza.


Entonces se propusieron estos espacios para abrir la posibilidad de estar con otras, compartir los dolores, sentirse apoyadas; tener como una red de apoyo social que entendiera la situación por la que había pasado la otra, y así encontrar motivos colectivos para resistir y enfrentar esas situaciones juntas. Eso ha sido muy importante para la organización.


Esa dimensión ha sido un eje fundamental que a su vez nos ha permitido el reconocimiento de las experiencias de otras así como también el reconocimiento dela falta de acción del Estado en lo referente a una reparación integral que incorpore los procesos de rehabilitación social, especialmente desde una perspectiva de género.


Pares: Durante los años de mayor persecución del paramilitarismo la OFP siguió comprometidamente con su trabajo social, incluso quienes estaban siendo víctimas en este tiempo relatan cómo la organización fue la que hizo acompañamiento. ¿Cómo se logró esa resistencia por parte de la OFP?


L.S.V: Hay que decir que la OFP surge como un proyecto social y político de base ligado desde la teología de la liberación a procesos de formación y de luchas por los Derechos Humanos en el territorio, también surgió articulado a diferentes expresiones del movimiento social que siempre ha sido muy fuerte en el Magdalena Medio: como el movimiento obrero, el movimiento campesino, de maestros/as. Esa postura que tenía la OFP desde el momento de su surgimiento y los principios de su acción le costaron ser víctima de la persecución de los paramilitares.


Particularmente, hablamos de persecución política porque la OFP tiene sistematizados más de 148 casos de agresiones cometidas en su contra entre las cuales hay amenazas, hostigamientos, desplazamientos, detenciones arbitrarias, allanamientos ilegales y el asesinato de tres compañeros durante la década de los 2000.


Ese escenario de persecución se recrudeció y la OFP también fue muy perseguida precisamente porque no se dejó amilanar frente a todas estas cosas que les pasaban, sino que al contrario se fortaleció como un espacio de resistencia y de refugio.


Por ejemplo, se hacían las ollas comunitarias aun en medio del conflicto, de la guerra, de las amenazas de los paramilitares; las mujeres de la organización decidieron no cerrar los comedores y no cerrar las ollas comunitarias, ya que, al haber un escenario de violencia, de pobreza, de desigualdad se evidenció esa necesidad de mantenerlas abiertas y persistir con la iniciativa pese a la violencia.


Las casas de la mujer estaban amenazadas, se les hacía seguimiento, se reportaban monitoreos sobre ellas, y hubo la intención de apropiarse de ellas, de ocuparlas por medio de la violencia. Con todo ese escenario las casas de la mujer continuaron abiertas como un escenario de refugio, con acciones concretas de resistencia. Por ejemplo, cuando los actores armados llegaban a intimidar a las mujeres para que les entregaran las llaves ellas se resistían y no las daban.


Pares: Una de las mujeres decía algo muy importante y usted lo retoma en una de sus respuestas en la que hacía referencia a la formación política, ¿por qué en estos procesos comunitarios se hace indispensable este factor?, que además es uno de los puntos a resaltar en los relatos de las mujeres.

L.S.V: La formación política es uno de los ejes de la organización y uno de los trabajos de base. Entendemos el liderazgo desde una perspectiva y conciencia de género, que además nos ayuda a realizar una lectura del territorio desde ahí.


¿Cómo lo hacemos? A través de espacios de formación: tenemos una escuela de formación política, tenemos otra de economía feminista popular, tenemos los espacios de encuentro como asambleas que también promueven estas prácticas de formación, y desde la Casa Museo y todas las iniciativas se tienen una misión pedagógica de la memoria, del género, buscando esa transformación de los imaginarios y ese reconocimiento de las dimensiones políticas.


Esto se logra si hay un reconocimiento de las mujeres como sujetas políticas; y en medida de ese reconocimiento se evidencia la dimensión política de las violencias contra las mujeres, que son también violencias de carácter sociopolítico; especialmente en el marco del conflicto armado ese carácter se quiso y se sigue queriendo invisibilizar, fortaleciendo la estructura patriarcal y una justicia que responde a esa estructura.


Reconocer esa dimensión es importante, pues además del proceso de memoria ese reconocimiento también permite crear estrategias de protección frente a esos riesgos políticos de las mujeres. En los relatos se hacía referencia a eso, a la persecución que también han sufrido las mujeres por su rol de liderazgo.


Pares: Por último, ¿por qué este espacio de la memoria de las mujeres es tan importante, sobre todo en una región como el Magdalena Medio?


L.S.V: No es fortuito que la Casa Museo de la Memoria y Derechos de las Mujeres haya nacido en el Magdalena Medio, no solo por las afectaciones que ha tenido durante el conflicto esta región, sino porque históricamente ha sido una zona de lucha social permanente con el sector campesino, obrero, feminista, de educadores/as, etc.


Aquí siempre ha habido una capacidad de movilización política bastante fuerte, y en ese escenario también han sido las mujeres las que han sido fundamentales y protagonistas de esas movilizaciones.

La OFP es la organización más antigua de mujeres de base en el país, y eso es una historia que vale la pena contar, no solo por narrar lo referente a la resistencia y la posibilidad organizativa de las mujeres en espacios de violencia, sino también porque es relevante como aporte a la justicia y a la verdad en un escenario de construcción de paz.


¿Por qué hay que hablar específicamente de las mujeres? Para conocer lo que sucedió realmente con el conflicto. Para construir la verdad es necesario saber lo que pasó, pero para saber lo que pasó necesitamos saber lo que les pasó a las mujeres y el porqué de esas experiencias, porque en el caso de las mujeres hay unos tipos de violencia específicos que se han presentado de manera diferencial y desproporcional, como la violencia sexual, por ejemplo.


Pero también hay que reconocer el papel que las mujeres han jugado en escenarios de resistencia y construcción de paz. ¿Quiénes son las que se han ido a buscar a los/as desaparecidos/as en los ríos en la selva? ¿Quiénes son las que han persistido en la búsqueda de la verdad, de la justicia? ¿Las que han adelantado los espacios de memoria de movilización masivas aquí en el territorio?


Han sido las mujeres. Así que es necesario reconocer no solo las afectaciones diferenciales en su dimensión política, sino también las acciones de resistencia que se han construido desde una conciencia de género y sus particularidades, que tiene también una forma de presentarse distinta desde una visión estética, política y muy en relación con la conciencia de género y clase.


Tener un escenario de memoria de las mujeres nos va a permitir esa comprensión muy integral de lo que sucedió en el conflicto y hacerles frente a los relatos que perpetúan el propósito de presentarnos en escenarios de subordinación, pero también como víctimas pasivas, muchas veces dependientes, ligadas a sus roles familiares. Un lugar de memoria de las mujeres que reconoce esas cosas es muy importante y pertinente.

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