Por: Germán Valencia Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia
La semana pasada advertí sobre el reto que tenemos como sociedad para explorar formas creativas y didácticas de comunicar la verdad a las víctimas sobre lo ocurrido en el conflicto armado colombiano. Este es un deber que tenemos con las víctimas, en especial con aquellas peor situadas en la escala social: las que no saben leer o escribir, y las que no poseen un ambiente adecuado para acceder a este conocimiento.
En este escrito quiero resaltar el poder pedagógico, comunicativo y educativo que tiene la música para cumplir ese objetivo. Buscaré nombrar una serie de atributos y ventajas que ofrece la música para que las actuales generaciones escuchen lo que le sucedió al país, recuerden a los ausentes y tomen conciencia de que esta trágica historia no puede volver a repetirse.
Empecemos por reconocer que la música sirve para conocer la historia. Desde hace siglos, las canciones se han utilizado para narrar la cotidianidad. Han servido para hablar de los conflictos, reconocer sus causas y advertir las consecuencias que traen. A través de la música, millares de personas han podido tomar consciencia de sus realidades políticas y, a partir de allí, han buscado transformarla.
En el siglo pasado, por ejemplo, buena parte de la población mexicana, sin saber leer o escribir, pudo conocer de primera mano la situación por la que pasaba su país a través de la música popular. Canciones como La Cucaracha o La Adelita sirvieron para narrar el acontecer de la guerra y unirles como pueblo.
La música es plural, incluyente y polifónica. Se escucha y expresa desde la diversidad, pues abarca todos los géneros –el hip-hop y el rap, la música popular y la folclórica, el rock y la salsa–. Tiene el poder de hablarle a todas las personas: a jóvenes y ancianos, a campesinos y citadinos, a negros e indígenas.
Una joven a la que le tocó vivir la incursión armada del Ejército en la Operación Orión, en Medellín, puede contar su tragedia y narrar su verdad desde el rap. Igualmente, grupos campesinos de Ituango con sus cantos populares pueden narrarnos las múltiples violencias y masacres que vivieron en sus territorios.
La música es integradora, puede ayudar a reducir la polarización. Los cantos colectivos han mostrado la fuerza que tienen para reafirmarse en sus identidades, para recordar sus tragedias y para sanar en colectividad. Las comunidades más apartadas han logrado, con la música, conservar su memoria histórica colectiva y, a la vez, intentar pasar la página de la violencia.
Hoy las cantadoras de Pogue (corregimiento de Bojayá), a pesar del dolor que les causó la masacre del 2002, a través de los alabaos de resistencia han logrado conservar la memoria viva de su comunidad: cantos tradicionales que interpretan a capela y que, en compañía de sus hijos y vecinos, son transmitidos de generación en generación, intentando estar más unidos y protegerse de los armados.
La música es íntima, cercana y reparadora. Nos permite transformar historias dolorosas en cánticos, lo cual las despoja del horror profundo y permite que nos llegue de la manera que más nos gusta. Las canciones cuentan la verdad como se siente, de manera cercana, como si eso que vivió el otro también fuera nuestra historia.
De allí que en estos momentos, cuando el país intenta pasar la página de la guerra, la población requiere de la sanación emocional. La música cuenta la verdad de lo sucedido, expresa cosas dolorosas, pero lo hace intentando no causar mayor dolor; la idea es recordar lo vivido con un verso, con una estrofa, con un coro, hacer que esta vida pasada se ponga en una canción para hacerla más llevadera.
La música es discreta y pertinente, tiene el poder de comunicar en el momento adecuado. Nos trae al recuerdo ciertas cosas cuando lo necesitamos y estamos dispuesto a recibirlo: ya sea escuchándolo de forma pública, con mucha gente, en auditorios o plazas; o también de manera privada, en el lugar más acogedor y único, incluso en el trabajo o haciendo deporte.
Imaginémonos un campesino recogiendo la cosecha, escuchando canciones populares en la radio que le sirvan para entender por qué durante tanto tiempo no pudo trabajar la tierra. A un joven en el metro o en un bus público, sumergido con sus auriculares, comprendiendo a través de la música por qué su familia fue desplazada de su vereda. O a una madre, realizando sus labores cotidianas, tarareando una canción y entendiendo por qué sus hijos no volvieron a casa debido a los falsos positivos.
Finalmente, la música traspasa fronteras. Le habla a todo el mundo y puede ser escuchada en lugares distantes. Sería muy afortunado que otras culturas puedan conocer nuestra historia a través de la música colombiana, y que esta pueda servir como ejemplo para que no se repita una tragedia similar en otro país. A la vez, presentarse de ejemplo para mostrar cómo se puede trabajar de forma novedosa en la reconciliación y la resiliencia.
En síntesis, la música se nos ofrece como una de las mejores maneras de hacer llegar estas verdades a las víctimas. Sobre todo, a la población que sufrió la guerra y con quienes tenemos el deber de contarla. Por eso la propuesta es: dejemos que la música despliegue todo su potencial sanador. Confiemos en ella y su poder para comunicar, para narrar la verdad y para conservar la memoria de los pueblos a través de sus atributos pedagógicos de dejar aprendizajes.
¡Qué bueno sería pasar la página de la guerra en compañía de la música! Un lenguaje que puede ser escudriñado y utilizado, que puede ser estudiado para recoger piezas que nos ayuden a construir un repertorio musical donde se narre el conflicto, se incluya las víctimas para que se vean reflejadas allí y se construya una memoria que perdure.
Esta tarea, por cierto, es relativamente fácil, pues hay muchas canciones y géneros en el país que ya vienen andando este camino. Avanzar en esta dirección debería, también, hacer posible que desde variados lugares –como ocurre en el curso sobre Música y Política que coordino con un par de colegas de la Universidad de Antioquia– se pueda trabajar en identificar las variadas canciones que describen el conflicto armado colombiano.
En este sentido, y para concluir, debemos ser creativos, intentando encontrar o crear las músicas que narren la historia de las víctimas en Colombia. Músicas que aportan a la tarea de hacer justicia y avanzar en los actos de perdón y reconciliación. Tarea que debemos acompañar del lema que nos deja la canción de Marta Gómez: Para la guerra nada, y para la paz todos nuestros sueños, creatividades y esfuerzos.
* Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona a la que corresponde su autoría y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación (Pares) al respecto.
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