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Los prolegómenos del fascismo

Por: Guillermo Segovia Mora.

Columnista Pares.


Frente a lo sucedido los pasados 9 y 10 de septiembre todo es un misterio. Hubo un hecho desencadenante, el asesinato por policías de Javier Ordóñez, indignación ciudadana al presenciar en vivo y en directo un “iter criminis” y 12 muertos más, la mayoría producto de disparos de armas de fuego utilizadas de manera indiscriminada por policías adscritos a los Centros de Atención Inmediata, estrategia de acercamiento a la comunidad que terminó en desprestigio por haberse convertido algunos en sitios de extorsión y abuso de autoridad.


La alcaldesa de Bogotá, firme en la denuncia de los abusos policiales y desacatada esa noche, sostiene que a nivel distrital, en la que ella es jefe de la institución, jamás hubo una orden de dispersar las manifestaciones a plomo. Lo mismo dicen el Ministro de Defensa, casi en funciones presidenciales en esta crisis, y los comandantes nacional y local. Pero, en 13 de esos centros los policías dispararon a matar de manera indiscriminada, como lo evidencias varios informes periodísticos y denuncias ciudadanas.


Entonces ¿Quién dio la orden de repeler con armas de fuego la indignación civil? O fue una reacción reflejo condicionado por el adoctrinamiento de que las movilizaciones sociales hacen parte de una estrategia subversiva en curso y que se tolerarán de manera limitada. Parece cierto que en la protesta actuaron activistas y provocadores pero fue una justificada protesta contra un aberrante abuso de autoridad. Por arte de birlibirloque el gobierno convirtió la excepción, los vándalos, en lo prominente de la jornada de inconformidad para distorsionar la manifestación ciudadana.

Ya en los análisis del paro del 21 de noviembre de 2019 y sus alteraciones, que terminaron con la muerte de Dilan Cruz a manos de un miembro del Esmad, venía haciendo carrera en los medios de la derecha colombiana una hábil pero espuria teoría acerca de la agitación social que, en ese momento, sacudía varios países latinoamericanos y había comenzado en Chile con protagonismo de los jóvenes.

Se intenta relativizar las causas sociopolíticas del descontento para situarlas en las acciones de una conspiración “rusa”, “castrochavista” y del “Socialismo del Siglo XXI”. Sandra Borda en el libro “Parar para avanzar”, memoria de esa jornada, deja en claro el alcance democrático y transformador del vigoroso movimiento estudiantil colombiano, lleno de inteligencia y compromiso, causas y razones.

En el país austral un informe de un centro de investigación amigo del gobierno derechista de Piñera, que pretendía responsabilizar a Rusia y Venezuela de las multitudinarias movilizaciones, quedó en ridículo ante las sandeces argumentadas. En Colombia, una aún no esclarecida escena de terror sacudió la segunda noche del paro N21 en Bogotá y Cali, imputada por el exalcalde Peñalosa a un complot orquestado por “una organización de alto nivel”, de la que jamás se volvió a hablar. La investigación reciente del concejal Diego Cancino y la empresa Cifras &

Conceptos sobre el hecho, lleva a la conclusión de que lo que hubo fue un complot para atemorizar a la ciudadanía y justificar medidas de excepción, en la que fue muy activo el twitter de la congresista uribista María Fernanda Cabal.


Una situación similar se vivió a mediados de los años 70 en Latinoamérica, cuando, ante el ascenso de los reclamos sociales y la presencia guerrillera, los regímenes dominantes, alineados con EE.UU., prefirieron ceder el sillón a las dictaduras y acabar con el gobierno de Salvador Allende, socialista elegido por voto popular en Chile. Colombia, embozada en el gobierno civil de Julio Cesar Turbay Ayala, asumió el poder la democracia restringida de la seguridad nacional, el mandato estadounidense a sus súbditos en la guerra fría para confrontar el “enemigo interno” o la “expansión comunista”, etiqueta que les sirvió para reprimir las demandas populares y las libertades públicas.


No obstante la demagogia del respeto al derecho a la protesta por parte del gobierno y del partido de gobierno, conciben las distintas manifestaciones de inconformad, provocadas por una agenda pro rico y anti acuerdos de paz, que se impuso en las elecciones con el apoyo de los partidos tradicionales y sus derivaciones -que ahora intentan escabullirse-, como parte de una estrategia de desestabilización en la que convergen desde el expresidente Juan Manuel Santos y funcionarios de su gobierno, la izquierda,los verdes, los movimientos sociales, el partido Farc, hasta las disidencias de esa organización, la facción que se arrepintió de los acuerdos de paz, el ELN y grupos delincuenciales, en el propósito del “neochavismo” para llevar al país al comunismo. María Fernanda Cabal acusó al expresidente Santos de estar detrás de los disturbios del pasado 9 de septiembre.


Coincide ese argumento en apariencia disparatado, pero jugoso en la polarización y alinderamiento electoral de los que han sacado provecho Uribe y su partido, con la denuncia promovida por la derecha internacional de una lunática estrategia mundial orientada de nuevo a imponer el comunismo que ya no tendría sede en Moscú sino en “moléculas dispersas” y en la que hacen alianza multimillonarios como George Soros y Bill Gates con “países parias” como Rusia e Irán, el Foro izquierdista de Sao Pablo, el Grupo progresista de Puebla y la prensa liberal mundial para imponer una globalización ajena a los “valores tradicionales”.


Para fundamentar la impostura encontraron el puntal ideológico oportuno. La prédica de Aléxis López Tapia, un convencido nacionalsocialista chileno que hace causa solitaria desde un canal privado de tv. en Santiago, cuyos intentos de instituir un partido hitleriano y realizar eventos internacionales con representantes de esa expresión proscrita en el mundo han sido contenidos y lleva ya varios años en procura de un paraíso nazi, mascullando contra las debilidades libertinas de la democracia y rumiando contra la modernidad.


Siempre habrá una ardid que intente inhibir el cambio. Él lo encontró en una fantasiosa adaptación de la compleja filosofía de la deconstrucción, de la que son artífices los filósofos franceses Gilles Deleuze y Félix Guattari, fundamentando en lo expuesto por ellos, la causa de la actual inconformidad contra el orden neoliberal y pronorteamericano. Para López, hay un plan global de imposición del comunismo que ya no obedece a estructuras identificables y se expresa a través de la suma de acciones individuales de desobediencia para llevar al colapso al sistema e imponer la anarquía.


Basta ilustrar la conspiración con los propios ejemplos de este ideólogo de la resistencia a la llamada “revolución molecular dispersa” para entender su “profundidad” pero también su peligro, pues como en un agujero negro, en esa explicación “teórica” cabe todo: los demócratas, Antifa y Black Lives Matter en EE.UU., Podemos en cogobierno en España, “Los chalecos amarillos” franceses, los movimientos lgbt, de género, feminista, abortista, animalista, ecologista, estudiantil, indigenista y pro legalización de las drogas y eutanasia, las centrales de trabajadores y los partidos liberales y de izquierda.


Según él, la deconstrucción está presente en el seriado animado “Los Simpson” que en su concepto pasa de ser una sátira de la familia promedio gringa a promover a través del incorregible Bart la sociedad indócil del futuro, por esa misma vía los niños se malcriaron con los “Teletubis” y “Los Horcos” son el paradigma de sociedad que propone el progresismo. De paso, junto a productores audiovisuales, políticos, cientistas, activistas por los derechos, conjurados en este plan, coloca a los “mimos” callejeros que al parar el tráfico socializan en la desobediencia a la ley.


Sin negar que en una acción colectiva puedan participar activistas ideológicamente preparados, incluso colectivos subversivos, la explosión de masas que vive el continente de sur a norte, pues en EE.UU. el populismo extremista de derecha de Donald Trump ha desatado reacciones callejeras como la vivida por el asesinato del afroamericano George Floyd por policías blancos, similares en su iracundia a las de Chile y Colombia a finales de 2019, contendidas por la pandemia, y revividas por hechos recientes, amerita explicaciones más profundas y menos panfletarias.


Es delirante pensar que miles se sincronicen mental y fácticamente para derribar el Estado e instaurar una dictadura del “desorden”, cuando propenden por policías civilistas, educación y salud públicas, que se acabe la corrupción y la plena vigencia de la democracia, derechos progresivamente conculcados.


Según López, los movimientos sociales, horizontalizan la política, dispersan las responsabildades y anonimizan los liderazgos. Son agrupaciones de “máquinas de guerra” que escalan un programa de exigencias a través de la violencia hasta saturar y desquiciar el orden institucional. Una clara desfiguración de esas organizaciones reivindicativas populares, que en el caso colombiano han visto por decenas caer asesinados a sus dirigentes con displicencia del gobierno y ciertos sectores de la sociedad.


Por supuesto, la enrevesada teoría fue comprada exprés por los eruditos ideólogos y voceros de la derecha colombiana. Para explicar los sucesos del 21N, López Tapia fue el referente de Fanny Kertzman y Plinio Mendoza, entrevistado de Fernando Londoño Hoyos en “La hora de la verdad”, en el noticiero internacional NT24 de RCN y en el portal informativo uribista “El nodo”. En mayo de este año, la Escuela Superior de Guerra realizó el sintomático foro virtual “Pandemia y Revolución Molecular”, con López como invitado internacional junto a mandos activos y en retiro de las fuerzas armadas y reconocidos analistas y políticos uribistas. Y tras los hechos del 9S, María Fernanda Cabal, de nuevo, encontró en el pronazi chileno la explicación de lo ocurrido.


En el debate académico vaya y venga el análisis de las diversas expresiones ideológicas y políticas que fundamentan los regímenes que han gobernado la humanidad, pero que desde un partido de gobierno se asuma como línea orientadora de la interpretación de un fenómeno social, la visión de un reconocido agitador del fascismo que como corolario a sus prédicas convoca a “resistir con todo vigor” cualquier expresión que propenda por la reforma o el cambio debe ser motivo de preocupación. Más aún cuando se advierte por analistas que en Colombia podría darse una retención arbitraria del poder argumentando la necesidad de contener la supuesta amenaza y en EE.UU., Trump ya ha hecho pública esa posibilidad.


En ese ambiente son de cuidado los trinos del ministro de defensa Trujillo provocando a la oposición al señalarla como responsable del incremento de los cultivos de coca por respaldar una solución social como el Pnis y oponerse a la erradicación forzada, la criminalización de los pequeños cultivadores y la aspersión depredadora con glifosato, así como su interpretación, antecedida del justificante respeto a la protesta, de que el Paro del 21S es parte de una estrategia para impedir al gobierno solucionar los problemas.


Por el comportamiento de la Policía frente a los manifestantes el pasado 21 de noviembre, la Corte Suprema le acaba de ordenar pedir perdón y poner en cintura las tropelías, al gobierno respeto y garantía de la protesta social y al Congreso una regulación adecuada a la realización de ese derecho,

Poco a poco la jornada de protesta antipolicial del 9 y 10 de septiembre trasuntó a una asonada insurgente, aún con el alarmante mensaje que deja de unas autoridades que, en supuesto conocimiento de planes en ese sentido, permitieron lo sucedido.


La matanza provocada por policías, salvo en el caso de Javier Ordóñez, fue puesta en trastienda y el consejero de seguridad nacional a la vez que presenta una supuesta reforma cosmética en curso, reclama como responsable de la violencia callejera que, de cientos de detenidos solo unos pocos fueran objeto de medida de aseguramiento. Un deja vú de la Doctrina del coronel Ñungo de la época de Turbay “Es preferible condenar cien inocentes a que se libere un culpable”.


Por si fuera poco para no ver los astros alineándose, el expresidente Santos y medios de información estadounidenses cuestionan que la extrema derecha colombiana está trabajando a favor de la campaña de Donald Trump en Miami con el argumento de que el candidato demócrata Joe Biden es un socialista radical que va a convertir a los Estados Unidos al “castrochavismo”. Trump ha ido dejando rastros de que podría oponerse a un resultado electoral adverso y en su última declaración afirma que podría impedir la participación de su adversario electoral. Mientras especulan con moléculas dispersas para reprimir el descontento social, hacen trizas la democracia y las esperanzas de paz.

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