La recolección de firmas contra las negociaciones de paz y contra la refrendación de los acuerdos no es un evento más de las fuerzas uribistas, es la última y más intensa batalla para evitar el cierre del conflicto armado.Quienes pensaban que al final Uribe cedería, que en el momento cierto de los acuerdos entraría en razón y con algunas objeciones se sumaría al proceso, se han equivocado.
Uribe rechaza cada mano que le tienden y perfecciona su mensaje para no dejar ningún resquicio, ninguna posibilidad de acercamiento. A la invitación a dialogar que le hicieron de la mejor manera Timochenko y Álvaro Leyva, en cartas separadas, respondió con la consabida retahíla de reclamos a la negociación. No había allí el mínimo indicio de que en algún momento pudiera acceder a una conversación directa con los jefes de las Farc.
Al tiempo, en la primera salida a la calle, en Medellín, donde lanzó la campaña de recolección de firmas, marcó el terreno con consignas precisas que no dejan margen para la duda, que van directo a la esencia de la negociación, que apuntan a derrumbar todo lo acordado.
Dijo Uribe: “Firmamos porque no estamos de acuerdo en que en los acuerdos (sic) de La Habana a secuestradores, narcotraficantes y violadores de niñas no se les lleve un día a la cárcel y además se les de elegibilidad política”. Después arremetió contra el plebiscito y señaló que no concurrirá a votar Sí o No a la paz porque esa no es la pregunta que se debería hacer.
El 3 de junio, un día antes de esta salida a la calle, en el recinto de la Asamblea Departamental de Antioquia, en un foro para hablar de los acuerdos de La Habana, Rafael Nieto y José Obdulio Gaviria, notables voceros del uribismo, se fueron lanza en ristre contra el mecanismo de refrendación. Y Gaviria, ante la pregunta sobre una posible reunión entre Uribe y Timochenko, respondió que quizás cuando el jefe de las Farc estuviera en la cárcel de Itagüí purgando una larga condena podría el expresidente, por caridad, visitarlo.
Estas declaraciones, estas consignas, son de una astucia infinita. El llamado a que la paz tenga como condición la cárcel para las Farc y la prohibición de la postulación electoral para sus jefes llega con una facilidad enorme a la gente y ataca los cimientos de la negociación. Es un mensaje perfecto para su propósito.
El llamado a encarcelar a los guerrilleros y la petición de sacarlos del escenario político hace eco de todos los odios, de todos los rencores, de todas las venganzas, va directo al corazón de muchos colombianos y entra en la memoria como algo natural, como un postulado que tiene muy poco que discutirle. Es de una eficacia comunicativa insuperable.
Y tiene en su cocción el perverso ingrediente que haría imposible cualquier negociación de paz. Ninguna guerrilla con algún control territorial, con armas considerables, con apoyo social en algunas zonas, con demostrado poder de perturbación política y militar, con rentas económicas indiscutibles, se sienta a una mesa de negociación para salir de allí con esposas en sus manos hacia una cárcel segura.
Una guerrilla que ha estado más de 50 años en el monte exigiendo un espacio para convertirse en partido político no aceptará –mientras tenga alguna capacidad de presión, mientras no esté totalmente rendida y disuelta– la alternativa de inhibirse electoralmente.
La estrategia es muy buena. Aprovechan la baja popularidad de Santos y las broncas que mucha gente les tiene a las Farc y declaran a voz en cuello que el presidente le ha hecho concesiones inadmisibles a la guerrilla. Dicen que están por la paz, pero no a cualquier precio, que su objeción es la impunidad, que Santos le está entregando el país a la insurgencia, que la refrendación es ilegítima, que buscarán el desconocimiento de los acuerdos mediante la resistencia civil.
El objetivo es acumular firmas, eventos, acciones, acudir a las redes sociales y a los medios de comunicación, mover a los jóvenes y a las señoras bien vestidas de las clases medias y de los estratos altos de algunas ciudades, a gente que vive en el exterior, en Miami por ejemplo, para hacerse a un mundo propio que les permita no concurrir a la refrendación y situarse por fuera de las acuerdos, no dejarse contar en las urnas, no concederle ninguna legitimidad a lo pactado en La Habana.
Tengo la impresión de que ni el gobierno y los partidos que lo acompañan, ni las Farc, ni la izquierda y las organizaciones sociales que apoyan las conversaciones de La Habana se han dado cuenta de lo eficaz y peligrosa que puede resultar la estrategia de Uribe en este último tramo de las negociaciones de paz. Con Uribe no se pueden descuidar. El susto de la campaña presidencial de 2014 puede repetirse. Más les valdría terminar de cocinar los acuerdos en menos de un mes y concentrarse en la batalla contra el uribismo y en una gran campaña conjunta por la refrendación.
Columna de opinión publicada en Revista Semana
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