Por: Ariel Ávila, Subdirección de la Fundación Paz y Reconciliación-Pares
El tsunami electoral de 2018 sigue en América Latina, ya pasamos por Costa Rica, Colombia, hace algunas horas México y nos falta Brasil. En todos estos comicios hay dos temas que parecen transversales en la política del continente, son como dos fantasmas que están atravesando de norte a sur: el fantasma de Venezuela y el fantasma del radicalismo evangélico o iglesias Cristianas protestantes.
En todos estos países ha sido común ver escándalos de corrupción cuyos principales exponentes han sido las élites gobernantes o lo que se podría denominar el establecimiento: Odebrecht en casi todo el continente, el cartel del SIDA en Colombia, el exgobernador Duarte de Veracruz en México, son ejemplos de esta situación. Además situaciones de inequidad social, violencia y crimen permanente han hecho que buena parte de la sociedad pida cambios a gritos.
Esta crisis en los sistemas políticos ha provocado pavor en las élites gobernantes, que han utilizado dos tipos de aliados para mantenerse en el poder, por un lado el fantasma de Venezuela y el castro-chavismo, y por otro, han agitado los cimientos morales de la sociedad judeocristiana, para llamar a defender valores religiosos en contra de todo aquel que sea diferente.
Con respeto al castro-chavismo la idea es de una simplicidad impresionante, pero terriblemente eficaz: todo político, líder social que ose cuestionar el statu quo es castro-chavismo y su fin es volver a cualquier país como Venezuela. Es de tal magnitud esta campaña negra, que a cualquier reforma política, agraria o social le acusan de ser populismo de izquierda y la bloquean, cualquier reforma incluso las más capitalistas. En el tema de los valores morales, la lógica es un poco más complicada, pero funciona bastante bien: la idea es que los mayores derechos a minorías sociales son causantes de lo que varios pastores cristianos llaman “libertinaje”, de tal forma que cualquier garantía de derechos a la mujer o minorías sexuales provocará que los niños y las niñas por arte de magia se vuelvan homosexuales y por ende lo mejor es restringir derechos y que todo se maneje bajo la mano dura. En últimas las dos estrategias se basan en que la sociedad viva con miedo, muertos de pánico y que voten con ese sentimiento.
Sin embargo, a medida que se suceden los hechos, lo que se comprueba, es que la amenaza para las democracias del continente no necesariamente son los outsiders, sino más bien es el propio establecimiento, que ante su inmovilidad social, política y económica, pone el riesgo el sistema político en general. Así por ejemplo, en Costa Rica, en la primera vuelta ganó un pastor fanático cristiano con un discurso del miedo, pero luego perdió en segunda vuelta, cuando mucha población salió a votar contra este político. La población rápidamente entendió que sus propuestas eran desquiciadas, incluso llegó a hablar de centros para “reformar” a los gay. Menos mal la población despertó.
En México a Andrés Manuel López Obrador o AMLO, le aplicaron la misma dosis desde 2006, cuando aspiró por primera vez a la presidencia, lo acusaban de ser populista de izquierda y castro-chavista. Sin embargo, esta vez no funcionó. La sociedad Mexicana despertó, y a diferencia de 2006 y 2012, esta vez no votó con miedo sino con rabia contra la vieja clase política que la representa el PAN y el PRI. Con más de 20 puntos de ventaja, y con al menos 5 de las nueve gubernaturas en disputa, AMLO y su coalición liderada por el partido Morena logró una votación increíble, se quedaron incluso con el estado de Veracruz, el tercero más poblado de México y debido a su potencial turístico y empresarial lo han denominado la joya de la corona.
Para muchos analistas el sentimiento no es rabia, sino deseo de cambio, pero lo cierto es que en México se respiraba un odio a la vieja clase política y un rechazo inmenso a las viejas prácticas clientelistas del PRI y del PAN. Y contra eso salió a votar la población.
En Colombia la gente votó con miedo, el fantasma del castro-chavismo logró su objetivo e igualmente el voto cristiano llegó unido en las presidenciales. En el 2022, sabremos si el miedo sigue ganando, o nos vamos a votar con rabia, como en México; o la otra opción poco probable, es que las élites lideren un proceso de reforma agraria, política y social y logren controlar el descontento. Amanecerá y veremos.
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