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Llegó diciembre

Por: Walter Aldana

Político Social Alternativo


Tan característicamente colombiana es la celebración de la temporada decembrina que desde niño y al calor del hogar de una familia pobre, pero feliz, crecí amando esta época del año. Tengo el recuerdo de los buñuelos y la natilla que hacían mi abuelita Laura Rosa o mi tía Diomedes, y mi madre Blanca Flor; con la harina, la mantequilla, los huevos y el queso de producción nacional.


No como hoy que el modelo económico ha llevado a importar el 90% de lo que sería viable plantar y cosechar en nuestros campos.


Qué agradable recordar el “chamizo” que mi padre Ángel María y mis hermanos mayores, José Ángel, Arcadio y Omar, buscaban en los potreros vecinos a la casa para luego, en nuestro mundo infantil, mis hermanas Marta Graciela, Derli y Gelman, vestirlo con algodón luego de sembrarlo en el tradicional tarro de galletas, colocarle las pequeñas bolitas de colores y, finalmente, la fascinación producida por los colores rojo, azul, amarillo y verde de las sencillas luces de navidad, enrolladas en el chamizo, incluso el papel celofán con el que forrábamos el tarro. Confieso que aún conservo esa fascinación, gracias a Dios. Me perdona quien lea esta columna que mencione a mi familia, pero entenderán para mi caso que, así como “sin negro no hay guaguancó”, sin familia no hay alegría decembrina.


Y claro, buscar el musgo. Y quizás uno de los momentos más lindos del inicio de la temporada: hacer, vestir o armar el pesebre; las ovejas más grandes que las casitas; el muñeco (en mi caso), presente de caucho o plástico; la tapa de algún frasco grande forrada en papel aluminio simulando el lago y en él, el pato al lado del cocodrilo, junto al pequeño cisne; los tres reyes magos camino hacia el establo en el inicio del pesebre; y nuevamente la magia de las luces, la extensión en el interior, las casitas o debajo del musgo.


Luego, las novenas de navidad, jugar a los aguinaldos (“pajita en boca”, “preguntar y no contestar”, “al sí y al no”, etc.); endulzar y jugar al amigo secreto; el “llévele a la comadre Teodolinda”, las rosquillas con dulce, los encurtidos y los platos con la fruta calada, definitivamente era llevar el presente, la muestra de respeto y cariño.


La música con Buitraguito, el “indio” Pastor López, Bovea y sus vallenatos, el Son de Patanguejo, Son del Tuno, los Caucanitos y los hermanos Medina, oficializando su presencia en esta época, como diría el tema “mes de parranda y animación”; las chirimías recorriendo nuestras calles de Popayán y las cabeceras municipales, con la máxima de “diablo sin cola no es diablo”, y las y los parroquianos agradeciéndoles con una moneda en el recipiente siempre rojo, tipo cernidor.


Al Altísimo agradezco una temporada más que, como sobrevivientes de la pandemia, sentimos hinchado el corazón de recuerdos, alegrías y nostalgias.


Siempre me he preguntado cómo sería la convivencia comunitaria si el espíritu navideño impregnase los restantes meses del año: menos agresividad en las relaciones interpersonales, más solidaridad con el necesitado, familias encontrándose físicamente aún viviendo lejos; en fin, frente a la competencia que genera y estimula el modelo neoliberal aperturista, un ambiente cordial, un clima humanista, para hacer de Colombia una potencia de vida.


Que hemos vivido... claro que sí, con pasión por lo que hemos hecho, bienvenido diciembre, así nos deje también unas buenas deudas, pero nos desmandamos con gusto navideño.


 

*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.

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