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Las posibilidades del presidente Petro y el mandato del voto popular

Por: Guillermo Linero Montes

Escritor, pintor, escultor y abogado de la Universidad Sergio Arboleda


A muchos ciudadanos, no necesariamente izquierdistas o petristas, les ha resultado desorientador que el presidente electo, Gustavo Petro, haya comenzado en su repartición de cuotas burocráticas privilegiando a quienes, desde la mentalidad e imaginario popular, fueron ajenos a la causa del Pacto Histórico promovida en su campaña.

Lo cierto es que, si entendemos la actividad política como un negocio –el marketing político lo implantaron los norteamericanos a mediados del siglo XX y en el presente su práctica es generalizada–, resulta natural deducir que quienes participan en dicha actividad económica invierten conscientemente en calidad de socios y, como tales, de llegar a fructificar la apuesta, esperarán ser beneficiarios de las utilidades y serlo además de primera mano.

Querámoslo o no, desde tal perspectiva resulta muy difícil comprender la actividad política por fuera de la lógica de la mercadotecnia, en la que los políticos ofrecen realizaciones sociales (digámosle valor) y deben satisfacer a sus electores (digámosles clientes) con hechos de cumplimiento (digámosles objetivos de lucro).

Pero, ¿cómo convertirse en socio de una campaña y de un candidato? Una primera y natural manera es consentir su ideología y su programa de gobierno, y votar por ello. Una segunda manera, un poco más relevante, es colaborar con el candidato, directa o indirectamente, haciendo eco de sus propuestas entre cercanos y familiares, y votar por él. Y una tercera manera, tal vez la más efectiva, es participar con dinero, no para comprar votos, sino para auspiciar logísticas y cruzadas publicitarias, con el único y estricto fin de conseguirlos espontáneamente.

De manera que lo esperado por esos descontentos, y en concordancia con las reglas universales del mercado, es que a la hora de la repartición de las cuotas burocráticas sean quienes dieron su voto y más (los leales ideológicos, los promotores naturales y los aportantes de dinero) las primeras personas favorecidas por el cambio.

Y ello debe ser así, sencillamente porque, en los tres casos, más que la compañía ideológica, más que la propaganda y más que la inversión capitalista, lo que han aportado con eficacia es votos. Al final es el voto lo que favorece realmente al candidato; por eso resulta palmario que a los primeros que debiera favorecer un candidato ganador sean precisamente aquellos que votaron por él.

Así, si nos aferramos al espíritu del marketing político, entendiendo el voto como un valor y a las utilidades que este debe producir como el cumplimiento de las promesas, entonces vale decir que Gustavo Petro –siendo apenas presidente electo– eso ya lo ha comenzado a hacer. En efecto, ha sugerido a alcaldes y gobernadores medidas de gobierno para cumplir, por ejemplo, con el proyecto de la educación pública gratuita. Con igual diligencia viene procediendo con su idea de utilizar energías limpias para la producción industrial; y, lo cual hasta ahora es muy notorio, ha realizado difíciles gestiones para que su reforma tributaria ocurra y así garantizar la realización de sus promesas.

Con todo, ahí no está el fondo de la crítica, pues nadie ha dicho que el presidente electo no vaya a cumplir con los cambios prometidos, sino con quién va a realizarlos; es decir, quiénes serán sus coequiperos reales (funcionarios y empleados públicos) al momento de tramitar lo que haya que seguir para dar fluidez y eficacia a la administración del Estado.

Esas tareas y el pago por ellas se llaman cuotas burocráticas. Tales responsabilidades no se le pueden dar a cualquiera; sin embargo, tradicionalmente, para concederlas solo se han tenido en cuenta las complicidades. Al respecto, el presidente electo ha dicho que tendrá en cuenta primordialmente los méritos, no solo para la escogencia de los mandos militares, sino también para los demás casos. En esa misma línea de cumplimiento político, de su cuota burocrática ya hace parte la denominada “cuota de género”. Pese a ello, lo cierto es que el presidente electo también tendrá que saber compartir entre quienes aportaron dinero y entre quienes compartieron alma y corazón, y diría uno que hasta tendría que olvidarse de aquellos que no le aportaron ni votos ni pesos.

Ahí nace la desilusión, porque no le cabe en la cabeza a los hombres de a pie que el presidente electo se preocupe primero por convocar o prometerles cuotas políticas, como al menos implícitamente habrá ocurrido en sus encuentros, a los expresidentes Uribe y Gaviria, que no le acompañaron ideológicamente, no le aportaron dinero a la campaña, tampoco le dieron su voto y, por el contrario, le pidieron a sus copartidarios que votaran por Gutiérrez, primero, y luego que lo hicieran por Hernández. Ahí nace la desilusión, que se agranda cuando se advierte que esos rostros, como los de Uribe y Gaviria, hacen parte de la galería del horror en Colombia, de lo cambiable.

Aun así, desde la intuición política es claro que el presidente Petro busca abonar el camino para el cambio, para el cual no ve posibilidades sino es involucrando a quienes se le oponen, antes que seguir a ciegas el mandato del voto popular, que es muy tajante en sus resultados, en cuanto al rechazo a las clases políticas tradicionales (clanes de familia y politiqueros), representados muy bien por el expresidente César Gaviria, y muy tajante en cuanto al aborrecimiento al uribismo (ingenuos, corruptos y traquetos) representado especialmente por el expresidente Uribe.

Pero, ¿cuál es la realidad de las posibilidades de cambio del presidente Petro? Siendo analistas, en términos filosóficos, metafísicamente se entiende como posible todo lo que es compatible con la estructura del ser, mientras que en la política todo es posible si es compatible con la estructura de la sociedad. Desde ese inicial presupuesto, fue un acierto de Petro su pacto histórico y lo es ahora el llamado Gran Acuerdo Nacional para el cambio, porque, siendo fieles al entendimiento metafísico, para llegar a una verdadera transformación, qué paradoja, hay que asimilar este principio: “lo que hay es ante todo lo posible”.

 

*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.

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