Por: Iván Gallo Editor de contenidos
Seis días antes de morir Jorge Enrique Botero había reportado sobre los naufragios de los migrantes que intentan cruzar el Darién para la Jornada de México, uno de los diarios para los que trabajaba. En el escrito aún estaba intacta su capacidad de observación, de agudeza en el detalle. Tenía fuerzas. La enfermedad, con toda su fuerza, lo estaba acosando desde hacía tres meses, continuas hospitalizadas, las alarmas encendidas. Sus amigos se despertaron el sábado con la noticia, sorprendidos, tristes. Botero se había ido sin avisar.
Sobre Jorge Enrique hay que decir que fue un escritor que se encontró en la vorágine de la información. Era un observador, un detallista, un reportero, un valiente. Desde su juventud fue un inquieto que se sumó al movimiento estudiantil en los agitados años setenta. Allí conoció a los que serían, después, comandantes de las FARC. Alfonso Cano, era uno de ellos. Jamás pensó que la lucha armada podría ser la respuesta a un país preso de una élite incapaz de abandonar el poder por vía democrática. No tenía ni la disposición para caminar durante horas con un morral encima en la selva durante meses, la practicidad para saber ubicar dos árboles equidistantes y poner allí una hamaca, ni mucho menos la de disparar. Para un lector es muy complicado ser guerrillero. Los libros pesan mucho.
Pero igual estuvo en el monte, como reportero de guerra, y gracias a él pudimos conocer los infames campos de concentración del Mono Jojoy en donde tenía a decenas de soldados secuestrados por las FARC, supimos, a través de su libro “Ultimas noticias de la guerra” que Clara López había tenido en cautiverio a un niño al que le pusieron el nombre de Emmanuel. Botero se enteró mientras preparaba un reportaje en la ex zona de distención un año después de que naufragaran las negociaciones del Caguán. Almorzaba con guerrilleros cuando surgió la conversación. Tomó nota. En vez de hacer lo que cualquier periodista afanado por la chiva hubiera hecho, esperó para informarse más y escribir un libro. Todas las noches pensaba si no se equivocaba. ¿Y si se filtraba la información? Pasaron años y cuando salió el libro, en el 2007, cuatro años después, sus colegas movían la cabeza y se preguntaban ¿Cómo pudo chiviarlos a través de un libro?
Estudiante del Gimnasio Moderno y del Cervantes, ávido lector de Conrad, Balzac y los grandes aventureros, Jorge Enrique Botero tuvo que salir varias veces exiliado. La primera vez fue en los años ochenta. El diario la Jornada de México recordó en su obituario este hecho. En ese momento sostenía una relación con Daneli Salas, militante de la Unión Patriótica. Como tantos otros de sus compañeros fue detenida y desaparecida. Botero intentó investigar sobre lo que sucedía hasta que lo obligaron a irse del país. En 1992, después de la firma de la Nueva Constitución, Botero regresó al país, a trabajar en AM PM, el primer noticiero contestatario hecho en Colombia.
Lo dirigía Antonio Morales y, en mofa, decía que sus siglas significaban “A Mierda Pa Mala” Allí conoce de primera mano a víctimas de las FARC y establece los contactos que lo convertirían en el gran reportero de guerra de Colombia. Pero no sólo en la selva ´dejó legado. En marzo de 1995, cuando el Proceso 8000 acaparaba toda la agenda informativa, los ministros del entonces presidente Samper, Fernando Botero Zea y Horacio Serpa, salieron a dar una rueda de prensa sobre el interrogatorio al que en ese momento era sometido quien fuera el tesorero de la campaña, Santiago Medina. Cuando Botero tomó el micrófono preguntó si ellos se habían robado ese interrogatorio de la Fiscalía. Aún están los videos de cómo Fernando Botero, entonces ministro de defensa, trastabilla y le cede la palabra a Serpa quien farfulla un galimatías. Al otro día Botero Zea renunció. Los periodistas acuñaron una frase en ese momento: Botero tumbó a Botero.
Pero en los años de la seguridad democrática de Uribe también le tocó irse del país porque, por sus reportajes a las FARC, le cayó el remoquete de insurgente. En Washington pudo asistir al juicio contra Simón Trinidad. En una audiencia vio como Imelda Daza, quien asistió al juicio en calidad de testigo por haber hecho política con el hombre que alguna vez se llamó Ricardo Palmera, le gritó a Trinidad “Soporta que tu eres de hierro” Y ahí le surgió la idea de este libro que es un clásico, el perfil de Simón Trinidad, un hombre al que enterraron en vida, una condena demasiado severa para lo que había hecho. Botero estuvo un largo tiempo por fuera hasta que regresó, con la esperanza de un acuerdo de paz, el que sostuvo Santos con las FARC.
Fue corresponsal permanente en La Habana y allí le hizo una de las entrevistas más emotivas y humanas a Jesús Santrich, en donde incluso el ciego comandante se atreve a tocar el saxofón. Vio momentos de pausa en los diálogos que interpretó como buenas señales, como eso de que el comandante Lozada de las FARC se fuera a fumarse un cigarrillo con el general Flórez y a hablar de cosas de la vida. Los dos enemigos irreconciliables descubrían que también eran humanos.
En estos últimos años seguía con sus infatigables viajes a la selva, preocupado por las disidencias, el clan del golfo y el Darién, constatando que el gran problema del país, la falta de justicia social, no se blindó en la negociación con las FARC y que las cicatrices se volvieron abrir. Se fue con 68 años apenas. El vacío no lo llenará nadie.
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