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Las mujeres en el Informe Final de la Comisión de la Verdad

Por: María Victoria Ramírez


El Informe final de la Comisión de la Verdad, con sus 14 tomos, tomará un tiempo para leerse, sufrirse, entenderse y asimilarse como parte de la historia colombiana. Para reconstruir el horror de lo que nos ha pasado, la Comisión escuchó más de 14.000 testimonios de víctimas, testigos y responsables y desarrolló un diálogo con cerca de 30.000 personas que participaron en distintos espacios públicos y privados.


En esta columna me ocuparé del tomo 2 titulado Hallazgos y recomendaciones, un documento de 792 páginas. Pondré especial atención sobre aquello que concierne a los hallazgos sobre las mujeres en el conflicto armado colombiano, aunque recordemos que la Comisión le dedicó un tomo especial a este tema, el 7, Mi cuerpo es la verdad: experiencias de mujeres y personas LGBTIQ+ en el conflicto armado, en una próxima columna me ocuparé de él.


A lo largo del tomo 2 se va encontrando el reconocimiento a las distintas formas de participación de las mujeres para detener el conflicto y las marcas que este dejó en sus vidas. Lo primero es que se reconoce la lucha de las mujeres por una salida política al conflicto armado en Colombia (pág. 34) y la mención especial de las movilizaciones de las mujeres en torno al derecho a la vida (pág. 108) , que las mujeres de los sectores populares, las niñas y jóvenes en las áreas rurales y marginalizadas urbanas están dentro de los grupos más afectados, junto con los campesinos y los pueblos étnicos (pág. 37), que las mujeres fueron activas a la hora de enfrentar a los actores armados para exigir sus derechos, “muchas mujeres de las comunidades llevaron adelante la interlocución con guerrillas, paramilitares o fuerza pública para exigirles respeto a la población civil, para impedir el reclutamiento de hijos e hijas, para recuperar los cuerpos tirados en quebradas o ríos, para exigir el derecho a la autodeterminación de la población civil en el conflicto armado” (pág. 44).


El reconocimiento a las víctimas se hizo no solo en el ejercicio de escucha y en la transcripción de sus relatos, sino en el acompañamiento del duelo en más de 50 eventos públicos: “la Comisión de la Verdad los escuchó en los territorios e hizo parte de esos duelos: desde el primer acto de reconocimiento de la Comisión –que se dirigió a las mujeres y personas LGBTIQ+ víctimas de violencia sexual y a los familiares de desaparecidos que salieron a buscar a los suyos en los territorios del miedo– hasta el último evento nacional en reconocimiento a las Madres de Soacha que dieron el paso para denunciar las ejecuciones extrajudiciales que se conocen como «falsos positivos»” (pág. 47).


Exalta el informe que las mujeres de forma silenciosa contribuyeron a contener los impactos de la guerra en sus comunidades: “durante años, el silencio protector, el apoyo solidario de los grupos de referencia, las respuestas colectivas basadas en la organización histórica de algunos territorios o el trabajo invisible de las mujeres en el sostenimiento de sus familias y comunidades fueron aspectos que contribuyeron a contener los efectos devastadores de la guerra.” (pág. 54).


Los liderazgos femeninos fueron blanco de los ataques de los distintos grupos y tanto los homicidios como los desplazamientos y el exilio, conllevaron impactos sobre otras mujeres que las tenían como referentes. “También esos asesinatos, amenazas o exilios tienen un impacto específico en otras mujeres que han visto a estas lideresas como referentes para superar las condiciones estructurales de discriminación que las han mantenido históricamente en una posición de subordinación frente al poder masculino. Con el desplazamiento de las mujeres se lleva a cabo el de sus familias completas, siendo un poderoso impulsor del vaciamiento de los territorios” (pág. 69).


Por parte de las excombatientes de las FARC se reconoce la afectación que produjeron en mujeres de las comunidades en las que tuvieron influencia (pág. 71).


Reconoce la Comisión las diversas formas de agresión sexual de que fueron víctimas las mujeres y que cometieron los distintos actores del conflicto, entre las que se enumeran las violaciones sexuales, la esclavitud sexual, las amenazas de violación, el acoso sexual, el desnudo forzado, el aborto forzado, las prácticas denigrantes y las humillaciones sexuales. “Las mujeres y niñas fueron ampliamente las más afectadas, el 92 % del total de víctimas [de violencia sexual], particularmente las que habitan áreas rurales. Los mayores registros de las violencias sexuales asociadas a las propias dinámicas del conflicto armado se encuentran entre 1997 y 2005” (pág. 154).


En el aparte sobre la relación del narcotráfico y el conflicto armado dice el Informe que “las economías regionales de la cocaína fueron una oportunidad de trabajo, pero también conllevaron formas de explotación, violencia y desigualdad. La expansión de la prostitución fue uno de los reflejos más claros de este negocio” (pág. 358). Igualmente, las consecuencias de las acciones para reducir los cultivos de cocaína tales como la aspersión con glifosato tuvieron afectaciones dentro de las que se cuentan problemas dermatológicos, abortos y malformaciones.


Resulta muy valioso que el Informe de la Comisión de la Verdad analice como parte inherente al conflicto las relaciones asimétricas que el patriarcado establece y la guerra desata con mayor furia. “En el marco del conflicto armado, el patriarcado se hizo patente en la forma de pensar y actuar de todos los actores armados y de terceros civiles. Su forma de ver a las mujeres los llevó a profundizar y recrudecer las violencias, lo cual les representó ventajas frente a sus enemigos. En la guerra, estas vidas fueron frecuentemente objeto de todas las formas de desprecio, lo que reforzó la masculinidad bélica de los hombres en armas, que estaba centrada en la misoginia, el prejuicio, el poder de la fuerza y el uso de la violencia.”


Los actores del conflicto armado entendieron que atacar a las mujeres, desplazarlas o agredirlas sexualmente era una forma de destruir el tejido social; controlarlas o eliminarlas era ganarle al adversario en todo lo que estaba por fuera del campo de batalla. Se logran establecer patrones diferenciadores de esas violencias contra las mujeres en los tres actores del conflicto: guerrilla, paramiltares y fuerza pública. Entre las guerrillas, particularmente las FARC-EP, las violencias sexuales fueron una práctica que funcionó, en muchos casos, para compensar a los combatientes por fuera de la lucha ideológica y de los estatutos internos. Por otro lado, se constató que estas violencias se dieron cuando no había un control efectivo de sus hombres, sobre todo de las milicias. Y si bien ejercieron violencia sexual contra mujeres civiles, la mayoría se ejerció en las filas. Con la fuerza pública, aunque hay reporte de menos casos, se evidenció que la violencia sexual ejercida contra mujeres civiles fue una forma de atacar a las consideradas enemigas, es decir, a las mujeres señaladas de colaborar con las insurgencias o las sospechosas de ser guerrilleras. La Comisión pudo constatar que los hechos más recurrentes se dieron hacia las mujeres detenidas en el marco del Estatuto de Seguridad, en contextos de tortura.


En el caso de los paramilitares, estas violencias contenían una profunda carga de crueldad y sevicia contra las mujeres. Fue un mecanismo efectivo de terror que usaron para desplazar, despojar y controlar los territorios y comunidades en distintas partes del país.


Destaco finalmente, que la Comisión realizó un esfuerzo deliberado en visibilizar la violencia sexual dado que “ningún actor admite con franqueza haber violado, acosado o prostituido forzadamente a una víctima. Es más fácil confesar el despojo, el desplazamiento forzado e incluso el asesinato, pero sobre la violencia sexual impera un profundo sentido moral que la convierte en un crimen horrendo, que denota la inhumanidad de los victimarios” (pág. 557).

Quiero finalizar esta columna haciendo un homenaje a las víctimas que hablaron, a aquellos que reconocieron los hechos en los que participaron, contribuyendo al esclarecimiento, pero sobre todo al entendimiento de las causas de la tragedia que condensa este documento. A la Comisión, eterna gratitud por el gran esfuerzo de abarcar las múltiples aristas del conflicto, los territorios en los que tuvo lugar, yendo más allá de un esfuerzo descriptivo y logrando una polifonía de que desde el dolor exigen reconocimiento y justicia, pero que también dan una lección de esperanza.

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