Por: Oscar A. Chala, investigador de la Línea de Democracia y Gobernabilidad
... Todos los llamados líderes de esta nueva derecha han salido en santa alianza contra este fantasma. José Manuel Restrepo desde la tribuna de los técnicos, Vicky Dávila desde su plataforma mediática cargada por más de tres millones de seguidores, Miguel Uribe Turbay señalando que esta marcha era un “atisbo de unidad necesaria”, Paloma Valencia tratado de señalar que era una contestación frente al gobierno, David Luna, entronizado como el más moderado de los opositores y Diego Santos, que compareció como el único autocrítico luego del resultado de la misma.
Al terminar el día, la verdad emergió a la luz: esta ha sido una de las convocatorias menos masivas que la oposición ha tenido desde que comenzó a movilizar a sus sectores sociales y políticos a las calles, un par de meses después de la llegada del gobierno de Gustavo Petro.
Según datos oficiales en prensa, la marcha convocó a 15 mil personas en Medellín, 4 mil personas en Bogotá y en Cali, 1000 personas en Manizales, y un promedio de entre 10 y 150 personas en el resto de las ciudades del país. En Barranquilla, adujeron falta de garantías de seguridad para cancelar la marcha. En otras ciudades, solo hicieron plantones por unas horas.
Exceptuando en Medellín, la mayoría de las convocatorias no logró movilizar a los sectores sociales que a inicios de 2023 llenaban la mayoría de las calles y plazas del país. Es claro que existe un fuerte desgaste en la movilización como herramienta política, y que la disparidad de mensajes, demandas y objetivos ha disgregado un mensaje que ya en 2022 se había fragmentado cuando la consulta de la derecha no obtuvo más del 10,67% de los votos del caudal electoral nacional (4.145.691 votantes) y tuvo que acomodarse a una campaña sin orientación ideológica como la de Rodolfo Hernández en segunda vuelta.
El mea culpa que hizo el editor y columnista de El Tiempo, Diego Santos, puede interpretarse allí, tanto como un reflejo de esa incapacidad de la derecha tradicional y del uribismo por movilizar a muchos más sectores de la sociedad más allá de las burbujas mediáticas en redes como Facebook, Instagram y X (anteriormente Twitter); así como la falta de lectura y traducción de la derecha de los mensajes y demandas de la gente, del mismo modo que expresa cierta disputa egoísta entre liderazgos dentro de este bloque por lograr llevarse la candidatura presidencial de estos sectores sociales y políticos, junto con la imposibilidad, hasta ahora, de articular sus propios intereses en un discurso único.
La crisis de representatividad no es un mito
Fuente: El Espectador.
No obstante, ¿qué es lo que explica que con el paso de los meses estas manifestaciones, que lograron concentrar a importantes sectores sociales, políticos y económicos del país, se hayan visto mermadas en su convocatoria?
Por un lado, existe un desgaste de la movilización social como herramienta de acción directa contra el gobierno. Tanto por el lado de las bases sociales del Pacto Histórico como de la oposición de derecha, existe fatiga por los llamados a tomar las calles cada cierto tiempo sin mayores resultados visibles en estas manifestaciones. Esto ocurrió con las marchas convocadas para el mes de abril, que buscaron presionar al Congreso para que no aprobara la reforma pensional del gobierno, pero que no tuvieron mayor eco en las votaciones. Más o menos es desde esta fecha que poco a poco las marchas de la derecha han ido perdiendo fuerza en su convocatoria.
Junto a ello, también existe una dispersión amplia en las demandas, objetivos y mensajes que estas marchas convocan, que no siempre están articuladas. Desde cuestionamientos específicos a elementos y artículos de las reformas del gobierno, pasando por críticas generales y hasta llegar a discursos más extremos sustentados en el fundamentalismo conservador de los provida o la extraña mezcla de “hispanistas libertarios” que han pasado de las redes a las calles, ha llevado a una falta de enfoque que diluye el mensaje político. Sin ese discurso, la identificación de la gente con un programa y un proyecto político se hace mucho más difícil.
Lo anterior también va unido a una desconexión que se manifiesta entre las bases sociales que se movilizan y las críticas que los principales líderes y figuras de opinión de la derecha enarbolan. Aunque su mayoría ha concentrado su discurso en cuestionar las políticas y la agenda legislativa del gobierno, ninguno ha promovido una agenda política que tenga suficiente legitimidad y capacidad persuasiva y convincente para resolver problemas como la seguridad, la informalidad laboral, la corrupción, las deficiencias en el sistema de salud y pensional, junto con el recrudecimiento de la violencia.
Esto nos lleva a considerar que la baja afluencia en las manifestaciones del 23 de noviembre y otras en los últimos meses denotan que esta oposición de derechas, además de fragmentada, está sufriendo de una crisis de representatividad ambientada en la crisis del uribismo como proyecto político, y la emergencia de unas nuevas derechas mucho más radicales y reaccionarias, como lo hemos venido señalando en estas historias.
Esta crisis viene dada porque los mecanismos discursivos de esta oposición de derechas no están logrando impulsar y movilizar un consenso dentro de su propio bloque, lo que ha llevado a la emergencia de candidaturas que han comenzado a hablar desde la antipolítica (como lo indicamos en esta historia frente a la precandidatura de Vicky Dávila) y desde el desdén hacia las mismas recetas y soluciones institucionales que no han funcionado, que al mismo tiempo movieron el voto hacia candidaturas como la de Iván Duque en 2018.
Según datos de La Silla Vacía frente a la diversidad política en el Congreso entre 2010 y 2022, la mayoría de los congresistas tanto en Senado como en Cámara han tendido a estar entre la derecha y la centro derecha, siendo en su mayoría figuras que han venido del sector de la política y de lo público, y en el que no existe casi representatividad de liderazgos sociales, académicos ni de organizaciones de la sociedad civil.
Esta falta de representación de otros sectores sociales, junto con una defensa del estatus quo, su asociación frente a los intereses de algunas élites económicas y políticas que las respaldan (como ciertos sectores del empresariado que se han manifestado desde el Consejo Gremial, la ANDI, Fenalco, entre otros) ha llevado a esa crisis ideológica interna que tiene como principal reflejo aquella crisis de representatividad a la que aduce Santos cuando habla de que las marchas solo terminan llenas de ancianos, de algunas personas de estratos altos, de reservistas y retirados de la fuerza pública y el ejército, y de activistas ciudadanos.
Existe una crisis de confianza en la acción directa y en la movilización en las calles
Fuente: Revista Semana.
Los sectores sociales y políticos cercanos a la derecha en Colombia estaban un poco deshabituados a manifestarse en las calles del país desde, al menos, casi más de 15 años. Las últimas grandes marchas multitudinarias que convocaron se realizaron durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, cuando las marchas contra el secuestro y contra las FARC lograron movilizar a más de 4 millones de personas en Colombia (hay cifras que varían entre 1,5 y 2 millones de personas sólo en Bogotá el 4 de febrero de 2008).
Tras ello, el repertorio de la movilización en las calles se trasladó a los grandes movimientos sociales estudiantiles, agrarios y sociales que respaldaban el proceso de paz entre 2010 y 2021, cuando estos sectores de derecha los observaron como estrategias de desestabilización al orden institucional y a conspiraciones desde bloques de la llamada “extrema izquierda” (primero la guerrilla, luego a Gustavo Petro) para utilizar estas manifestaciones como instrumentos políticos que buscaban promover agendas ideológicas (el “castrochavismo”, la “ideología de género”) y la destrucción de las bases sociales del país (la familia, el Estado, la propiedad privada).
Desde allí, y con el triunfo de Gustavo Petro en 2022, muchos de estos grupos comenzaron a buscar en las calles la respuesta ante lo que consideraban que era una “crisis de legitimidad” con la llegada del nuevo gobierno, y provisionalmente lograron canalizar la mayor parte del descontento frente a las medidas que posteriormente Petro tomaría y le llevarían a reducir su aprobación en las encuestas.
No obstante, la falta de resultados, los objetivos poco claros e inalcanzables por parte de muchos de estos activistas ciudadanos y políticos convocantes, la carencia de liderazgos carismáticos y la dispersión de los mensajes llevaron a que las marchas se convirtieran más en rituales de autorreafirmación de valores, que a la canalización de un proyecto político alternativo desde la derecha.
Junto a ello, con el pistoletazo que dio inicio a la precampaña electoral hacia 2026 el anuncio de los 5 precandidatos del Centro Democrático, junto con el anuncio de Vicky Dávila de tener intenciones electorales y renunciar a la dirección de Revista Semana, parece que la competencia por consolidar un bloque de poder y un proyecto de gobierno mucho más integral se dará en la capitalización del voto y la competencia político-electoral.
La disonancia entre la disputa en el campo de lo electoral y la antipolítica como nuevo discurso
Fuente: El País América - Colombia.
Sin embargo, está claro que existe un descontento social con las recetas tradicionales que la mayoría de los políticos de derecha están impulsando como medidas para resolver las principales problemáticas sociales que movilizarán el voto hacia 2026, como el reencauche de la idea de seguridad democrática y de la confianza inversionista de la que habla Miguel Uribe, o de la necesidad de mantener la estabilidad y responsabilidad fiscal del país, por parte de opositores más institucionales como David Luna.
Esto ha llevado a la emergencia de discursos que parten de la desconfianza hacia los políticos como el centro de sus programas políticos, como en el caso de la importación del modelo de Javier Milei en Colombia por parte de María Fernanda Cabal o Vicky Dávila, centrada en una fuerte desregulación estatal, un proceso de liberalización del mercado y de promoción de la iniciativa privada mucho más agresivo, centrado en las políticas públicas nacionales y regionales, en una reducción drástica de la burocracia del Estado y una doctrina de seguridad basada en la reestructuración de la fuerza pública y la reincorporación de suboficiales y oficiales cuestionados por crímenes de lesa humanidad y contra la población civil.
La tensión ahora en la construcción y consolidación de ese bloque de poder radica en quién es capaz de aglomerar tras de sí a la oposición de derechas frente al gobierno más allá de la crítica discursiva, y quién puede traducirlo en términos electorales, especialmente frente al cambio de estrategia que parece que han tomado los grupos y sectores que conforman a esta oposición, y que pretende decantarse en la consulta de la derecha en 2026 como escenario final para resolver esta disputa.
Por ahora, y como lo señalábamos en este artículo, Vicky Dávila está aprovechando su postura antipolítica y el fenómeno Trump para poder articular en su discurso a estas nuevas derechas que están buscando una figura con carisma y capacidad de articulación entre diferentes sectores para construir una narrativa unificada y un programa viable y amplio hacia 2026, pero aún no genera suficiente consenso para atraer a estos mismos sectores de la política que cuestiona y critica.
Fuente: X (anteriormente Twitter).
Del mismo modo, parece que, al igual que el gobierno, la oposición está parqueando las marchas, que no lograron diluir en el aire al fantasma que ahora mismo los tiene sumidos en una crisis de identidad, de ideología y de acción. Todas las apuestas están en las elecciones de 2026.
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