top of page

La vigencia de la esclavitud

Por: Guillermo Linero Montes

Escritor, pintor, escultor y abogado de la Universidad Sergio Arboleda


De manera inteligente, la vicepresidenta Francia Márquez le ha respondido a una entrevistadora de la BBC que ella, en su papel de vicepresidenta, quiere ser reconocida por su gestión en favor del cambio social y no por el hecho de ser negra o ser mujer. Dos condiciones que hacen parte del mundo de las exclusiones en un tiempo en que la humanidad se ufana de estar provista de nuevos valores, precisamente en el siglo XXI, del cual pronosticó Mircea Eliade que sería espiritual o no sería.

Sin embargo, la resistencia más notoria que ha recibido Francia Márquez es precisamente por ser una mujer negra, o lo que es lo mismo en la tradición de la exclusión, por ser heredera de esclavos. Y esto es así por cuanto en los Estados Unidos como en Suramérica buena parte de las personas tiene el imaginario de que la esclavitud era una condición exclusiva de los afrodescendientes.

No obstante, tal percepción es causa de la política colonialista que vio en el color de la piel y en los rasgos fenotípicos de los africanos las condiciones naturales y necesarias para ser esclavo. “Este esquema mental —así lo explica el sociólogo peruano Aníbal Quijano— significó una nueva manera de legitimar las ya antiguas ideas y prácticas de relaciones de superioridad/inferioridad entre dominados y dominantes, fue fundamental en el proceso de conquistas territoriales y sometimiento de pueblos enteros para beneficio de las metrópolis europeas”.

De modo que la realidad es que quienes originaron y promovieron la esclavitud en el continente europeo tenían otro criterio respecto a ella. En la antigüedad, por ejemplo, los griegos veían natural la existencia de los esclavos argumentando que la naturaleza creaba a unos seres para mandar y a otros para obedecer, y hasta el mismo Aristóteles la justificó en su Política, donde afirma que: “La naturaleza ha querido que el ser dotado de razón y de previsión mande como dueño, así como también que el ser capaz por sus facultades corporales de ejecutar las órdenes, obedezca como esclavo”.

De esa aseveración aristotélica proviene la estrategia maquiavélica de los privilegiados del capitalismo salvaje, los autodenominados “gente de bien”, que para seguir sacando provecho de la esclavitud hacen de la educación un derecho vedado a los pobres, bien elevando los costos de esta o brindándoselas de muy mala calidad. Una estrategia que les asegura que estos no estarán buenamente dotados de razón y, al mismo tiempo, les festejan las prácticas deportivas, asegurándose de que desarrollen facultades corporales para el trabajo.

De otra parte, hay quienes desconocen todavía que aparte de los negros y antes que estos, los indígenas fueron esclavizados. De hecho, muchos indígenas fueron llevados a Europa para ser vendidos en calidad de sirvientes. El mismo Cristóbal Colón alcanzó a programar viajes para llevar indígenas a España y venderlos en Sevilla.

De corriente se dice que el proyecto de esclavizar indígenas fracasó por causa de sus características físicas inapropiadas para la realización de trabajos pesados como la minería; pero, aunque eso sea cierto, la razón de que fueran desusados como mercancías del esclavismo se debió a una ley emitida por el rey Carlos I, tras advertir que el continente americano necesitaba quien trabajara la tierra y la minería, pues a los indios los habían asesinado en un 70% y otro tanto había sido vendido en Europa.

De modo que no se trató de un acto de benevolencia del rey, sino de la reacción lógica de quien, por sus ambiciones de progreso imperial, vio con preocupación la baja demográfica de los indígenas. A partir de entonces, y con licencia de la Corona, la esclavitud en Suramérica sería surtida con afrodescendientes capturados de manera salvaje y cruenta en territorios africanos.

Con todo, pese a esa atroz realidad de los esclavos, que es bien sabida, poco se habla acerca de si fueron esclavizadas o no las mujeres negras, o de cuándo y en qué momento decidieron traerlas en calidad de esclavas. Las referencias historiográficas indican que, en esos barcos negreros, ingleses, holandeses, franceses y españoles, se trasportaban decenas de hombres por viaje, y no hay, o hay muy pocas, referencias acerca de que embarcaran también mujeres, en un tiempo en que hacerlo era de mal agüero. Se sabe que durante todos los años de la esclavitud —que van del siglo XVII al siglo XIX— los marinos no se enganchaban en barcos en los que hubiera mujeres y era popular que los capitanes dijeran: “A mi barco sólo suben las mujeres tatuadas en los antebrazos de los marineros”.

Esa creencia agorera se sumaba al hecho de considerar a las mujeres como el “sexo débil”, es decir, no aptas para trabajos pesados, como eran aquellos para los cuales se requerían esclavos, en minas de socavones. Quizás menguaron las investigaciones acerca del comercio de mujeres negras; porque las mujeres encargadas de los oficios domésticos, en el caso de los Estados Unidos, no eran blancas. En cuanto al continente americano, la escasez de indígenas, como ya lo hemos comentado, también las requería. Y que hubiesen sido traídas en calidad de objetos sexuales, como sustentan algunos investigadores, se contradice con la historia que da cuenta de cómo tal oficio ha sido ejercido esencialmente por mujeres blancas. Lo que sí no tiene discusión, porque los traficantes de negros y quienes los adquirían para sus plantaciones o fábricas necesitaban que estos se reprodujeran, es que hubieran sido traídas para la producción de esclavos. De esclavos negros, por aquello de que la racialidad los signaba con natural legitimación como esclavos a sus servicios.

De tal suerte que las mujeres negras, aunque en menor proporción, fueron esclavizadas, tanto para la creación de familias de esclavos, para hacer trabajos domésticos (hacer pan o lavar la ropa) y también, en muchos casos, para arduos trabajos en las minas. Esto último por una torpe razón de los ideólogos del colonialismo, considerar a las mujeres negras distinto a como trataban a las mujeres blancas, por fuera de la machista clasificación de sexo débil.

En la historia de los Estados Unidos hay referencias muy precisas de que el tráfico y comercialización de mujeres negras ocurría. En efecto, en el primer viaje de afrodescendientes que con fines comerciales arribó a Virginia en 1619 —en el barco White Lion—llegaba una mujer negra apodada Ángela, adquirida por un cultivador de tabaco de apellido Pierce.

Finalmente, valga decir que la esclavitud, por cuenta de deudas civiles o penales, fue abolida en el derecho romano en el siglo IV a.C., con la aprobación de la Lex poetelia papiria; valga decir que la esclavitud, como consecuencia de actos de conquista, terminó después de la Segunda Guerra Mundial; y valga decir que la esclavitud, soportada en la compra y venta de esclavos o en la condición natural de ser hijos de estos, fue prohibida en Colombia durante la presidencia de José Hilario López en 1851 y, catorce años después, en 1865, Abraham Lincoln la abolió en los Estados Unidos.

Pese a ello, en el presente la esclavitud, como figura de sumisión y de subordinación, como pérdida de libertades y limitación de derechos, sigue vigente; pero ya no por causas de la guerra o de la conquista, sino por la extrema necesidad de algunas franjas sociales y por la insensibilidad de gobernantes y empleadores. De hecho, no son exagerados quienes afirman que los pobres de hoy en día son la versión renovada de la esclavitud y su causa esencial sigue siendo la desigualdad.

 

*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.


bottom of page