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La verdad de Andrés Pastrana

Por: Germán Valencia Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia

El pasado martes 31 de agosto, el expresidente colombiano Andrés Pastrana Arango se presentó ante la Comisión de la Verdad. Aunque su objetivo era aportar a la comprensión de los hechos de violencia que ocurrieron durante su mandato (1998-2002), en realidad su contribución a este objetivo fue poca y su discurso sirvió más bien para levantar críticas, avivar polarizaciones políticas y dejar un sin sabor entre las víctimas.

El aporte voluntario de Pastrana se realizó a último momento, a pocos meses de que se entregue el informe final de la Comisión Verdad y cuando solo faltaba él para completar la presencia de todos los expresidentes vivos ante el órgano de la Justicia Integral. Lo hizo por la presión que ejerció de la opinión pública, porque vio una buena ocasión para, nuevamente, cuestionar a sus eternos adversarios políticos, y, por supuesto, por la invitación que le hizo el presidente de la Comisión.

Francisco de Roux fue quien insistió en que los exmandatarios “tienen mucho que decir sobre lo que se ha vivido en el conflicto”, al menos en su presidencia. Además, señaló que durante este período presidencial (1998-2002), en especial, el país había acumulado el mayor número de víctimas en el lapso de análisis la Comisión de la Verdad; fruto, por supuesto, de la guerra con la exguerrilla de la FARC-EP, pero, sobre todo, por la expansión de grupos paramilitares –que durante su Gobierno se extendieron por todo el territorio, siendo la población civil la mayor afectada–.

A pesar de este importante señalamiento –en el cual tuvo que insistir Francisco de Roux al final de la versión–, el expresidente conservador no dijo nada nuevo. Se dedicó tan solo a dos cosas: primero, a repetir todo lo que ya ha dicho en sus memorias –las que había escrito en su libro “La palabra bajo el fuego” (2005) y en“Memorias Olvidadas” (2014)–; y, segundo, a dejar en el aire, sin mucha argumentación, una serie de críticas contra sus opositores políticos.

Sin pena con las víctimas, durante el tiempo que mantuvo el micrófono encendido en la sala de la Comisión, Pastrana enfocó su discurso en la defensa de su período presidencial, en insistir que mantuvo una “apuesta decidida por la paz”. Esto posibilitó que algunos, después de escucharlo, concluyeran que sin todo lo que él hizo con las FARC, en San Vicente del Caguán, “no habría sido posible el Acuerdo de La Habana”, y que los escasos frutos que hoy se recogen en torno a la paz en Colombia se deben a su trabajo.

Como queriendo con ello borrar de la memoria de la sociedad colombiana y de las víctimas que él fue uno de los principales líderes del No en el Plebiscito por la Paz del 2016. Su nombre, junto a los del Centro Democrático, se levantó en contra de lo que consideraban que era entregarle el país a las FARC-EP, a las víctimas, a las comunidades LGTBI y a los comunistas. De allí que impulsó decididamente el voto por el No.

Dado que el expresidente hizo muy bien su papel de contar su verdad sobre lo que hizo durante su mandato, en esta columna voy a recordar tan solo tres aprendizajes en materia de paz que se le olvidó nombrar, como debía, en su versión voluntaria. Estos son:

Primero, que propuso el inicio de un proceso de paz sin un deseo genuino de buscar un acuerdo final. Pastrana no querían negociar la paz seriamente, tan solo buscó aprovechar el Mandato ciudadano por la paz, la vida y la libertad para ganar respaldo político y obtener la victoria a la Presidencia de la República en 1998. Ante una primera vuelta que ganó por muchos votos Horacio Serpa –su adversario y contradictor–, el único argumento que le quedó fue presentar una fotografía en la selva con Manuel Marulanda –el entonces comandante de las FARC-EP– como constancia de que iba a negociar la paz con él.

Segundo, que inició unos diálogos de paz sin una agenda clara y precisa de negociación. Lo cual lo obligó a utilizar todo el tiempo que estuvo en el Caguán para construir, con su enemigo, una agenda donde se proponía reformar casi todo; una agenda amplia e imposible de cumplir, aunque hubiese tenido varias reelecciones. Y lo peor, una negociación donde a muchas personas las hicieron pasar por la Mesa de Diálogo y Negociación para entonar sus propuestas sin que estas fueran oídas, haciendo perder la confianza en la paz negociada y dándose cuenta de los pocos avances que se tenían en esta materia.

Y tercero, que negoció en el territorio nacional y despejó una zona de este para la guerrilla. El Gobierno le entregó a la insurgencia un territorio y se fue a negociar la paz en él; en un lugar donde gobernaba su adversario político y no otro con un gobierno neutral. Esto provocó que las FARC-EP se comportaran como un soberano tiránico, realizando en aquel territorio lo que deseaban: desde dejar plantado al opositor político en la mesa de diálogo –la silla vacía de Marulanda– hasta secuestrar un avión comercial y llevarlo a su zona de dominio para mostrar su poder.

En conclusión, los colombianos y las colombianas sí reconocemos en Pastrana al presidente del “Cambio para construir la paz”; pero lo hacemos no porque en el Caguán se haya avanzado mucho en el tema de paz, sino porque nos dejó muchas lecciones aprendidas con sus errores. Desaciertos que el país no podía darse el lujo de volver a repetir. De allí que una vez se tuvo nuevamente la oportunidad de negociar la paz, se trabajó en transformar muchos aspectos intentando remediar aquellas malas decisiones tomadas en el pasado. Esta vez la realidad fue otra: se negoció la paz con deseo real, se tuvo una agenda clara, precisa y negociable, y se desarrolló una mesa de encuentros en el exterior, entre otras acciones que no realizó en el gobierno Pastrana.

* Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona a la que corresponde su autoría y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación (Pares) al respecto.



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