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La revolución de la biodiversidad en Colombia – ¿cómo “potenciar” la Potencia Mundial de la Vida?

Por: Attila Lenti



Se nos acerca la COP16 en Cali con mucha promoción. Es una publicidad muy bien invertida. Siempre me ha parecido raro que toda persona en Colombia conozca el mito del “segundo himno más bonito del mundo”, título imaginario proveniente de un comité misterioso y de incuestionable gusto musical, pero no todos sepan un hecho científico: que viven en uno de los países más biodiversos del mundo. Como si estuviéramos preparados para no saber sobre las verdaderas riquezas de nuestro país, para no ser ciudadanos conscientes y reclamar su protección. Colombia es un país que le da tres vueltas a Costa Rica en términos de condiciones naturales, pero que no las ha podido aprovechar de manera inteligente, para innovar y construir poder blando a partir de la conservación, la educación con diálogo de saberes, la bioeconomía sostenible con sistemas productivos agroecológicos, el liderazgo en acuerdos internacionales, o el diseño de nuevos mecanismos para la valoración de servicios ecosistémicos. No ayuda que no se haya concebido una integración a la economía mundial distinta a la que nos destinaron los colonizadores hace 5 siglos.


Un cambio de paradigma, una política de Estado


Ahora por fin tenemos un gobierno que ha puesto estos temas como eje central de su Plan de Desarrollo y ha hecho un importante trabajo en posicionarlos en la agenda nacional. Asimismo, para poner a Colombia en el mapa de los actores más relevantes en las negociaciones internacionales en materia ambiental. No es un logro menor. Sin embargo, aún falta realizar la tarea más importante, que es lograr las transformaciones necesarias en los territorios más biodiversos, pero más abandonados y afectados por el conflicto armado de Colombia. Para ganar credibilidad en los foros internacionales hay que mostrar resultados tangibles de implementación de las políticas públicas. Porque, como tantas veces, tenemos la ambiguedad de organizar un gran evento internacional con todos los actores relevantes apenas a unos kilómetros de territorios – con riquezas naturales y culturales inimaginables – que siguen esperando “su segunda oportunidad sobre la tierra”.


Para construir un modelo económico productivo, con alto valor agregado y basado en el conocimiento y nuevas tecnologías, que aproveche la biodiversidad de manera sostenible pero que también tenga la capacidad de brindar bienestar en el campo, se necesita mucho más que una gran visión. Se trata de un esfuerzo nunca visto en la historia de Colombia que requiere el trabajo de varias administraciones consecutivas, y que a partir de hoy exige la coordinación efectiva de todos los sectores relevantes, incluidos los ministerios involucrados: Ambiente, Agricultura, Minas y Energía, Transporte, Educación, de Ciencia Tecnología e Innovación, entro otros. De igual manera, una constante coordinación entre las políticas nacionales, departamentales y locales. Hay que lograr que la transición productiva se vuelva una política de Estado que atraviese ciclos electorales.


El reto de la implementación


En un país de 60 millones de hectáreas de bosques y 39 millones destinados a la ganadería, los territorios con vocación forestal deberían tener sistemas productivos biodiversos que se integren al bosque. De lo contrario, van a causar daños ambientales. La agroforestería no es un sistema de uso de tierra desconocido en Colombia, ya que desde tiempos ancestrales las chagras indígenas – cultivos tradicionales que copian los mecanismos de la naturaleza – han producido comida, plantas medicinales, y han cumplido el rol de preservar la biodiversidad en la Amazonía colombiana. Para que la agroforestería pueda potenciar la biodiversidad mientras que produce materia prima para las cadenas de valor de la bioeconomía, es fundamental aprender de los pueblos tradicionales que conocen las complejas interacciones entre las especies nativas que sostienen cada ecosistema. Así podemos producir conservando, ofreciendo un hogar para las múltiples formas de vida, que en cambio nos brindan múltiples fuentes de ingresos, seguridad alimentaria y servicios ecosistémicos como el agua, el mejoramiento del suelo, o el control de plagas.


Hoy este sistema de uso de tierra tiene el potencial de recuperar grandes áreas deforestadas y degradadas, así como de transformar la ganadería extensiva y deforestadora en una ganadería silvopastoril, regenerativa y sostenible. Más sana, mejor para la naturaleza, y mucho más rentable. El reto es fomentar la capacitación masiva de ganaderos, mostrándoles los beneficios tangibles e incentivando las mejores prácticas.


La transición a bioeconomías basadas en sistemas productivos sostenibles, entonces, es principalmente una revolución del conocimiento. Creación e intercambio justo de conocimiento. Por supuesto, requiere instalar grandes capacidades de investigación en los territorios, no solo para conocer mejor nuestros ecosistemas, sino también para que esta información se traduzca en productos innovadores y tangibles de la biodiversidad. Porque es una revolución de la infraestructura también: no puede haber bioeconomías sin brindar servicios públicos estables y de buena calidad, formas sostenibles de transporte para los productos transformados en el campo, sedes universitarias con laboratorios y paquetes tecnológicos cuidadosamente adaptados a las condiciones locales. El nuevo modelo económico debe ser capaz de democratizar el acceso al conocimiento y las mejores tecnologías, para que los/las jovenes se queden en el campo con trabajos de calidad asociados con la bioeconomía local.


El marco institucional todavía nos debe una ruta clara de bioeconomía de base forestal y lo más inmediato: reducir la burocracia y facilitar el acceso a recursos para potenciar los emprendimientos locales de bioeconomía. Nos quejamos de la deforestación, pero hoy un lote deforestado tiene más valor que uno con bosque. Debe haber varios incentivos para los productores para preservar la biodiversidad.


El colombiano promedio poco o nada conoce los productos de su propia biodiversidad nativa. Eso contribuye a que casi no haya mercados locales para productos provenientes de nuestros ecosistemas. Crear una nueva cultura del consumidor tiene que ver con la educación para la salud, la buena alimentación y la identidad propia para valorar lo nuestro. ¡Tomemos jugo de azaí en vez de Coca Cola!


Frente a la paz y el desarrollo de bioeconomías sostenibles estamos frente al dilema del huevo y la gallina. Se necesita seguridad física para desarrollar actividades económicas, así como se necesita un modelo económico viable y legal para el campo para expulsar la guerra alimentada por actividades ilegales. Lo cierto es que la implementación del nuevo modelo tiene que comenzar cuanto antes con todas las herramientas disponibles.


En un mundo donde los ecosistemas están al borde del colapso, el país tiene la oportunidad de redefinir su identidad en el escenario global, no como una simple reserva de “recursos naturales”, sino como un bastión de innovación basada en la naturaleza. Al integrar el conocimiento ancestral de las comunidades indígenas conla investigación científica, Colombia puede desarrollar soluciones que no solo salvaguarden su extraordinaria flora y fauna, sino que también impulsen economías sostenibles que beneficien a todos. El reto involucra la construcción de un sistema de gobernanza ambiental que pasa por la solución de retos importantes en por lo menos siete aspectos: conocimiento, financiación, infraestructura y tecnologías, marco institucional, participación ciudadana, producción y cadenas de valor sostenibles, y los problemas estructurales históricos del campo.

2 Comments


soniyasinghaniaseo
Sep 24

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