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Foto del escritorLeón Valencia

La patria



Ahora que el expresidente Álvaro Uribe pintó, en un foro en Atenas, un cuadro irreal y angustioso de lo que ocurre en Colombia para desestimular la inversión extranjera en el país y para deslegitimar al gobierno y a las instituciones, pensé en el significado de la palabra patria y me acordé de una situación de Uribe cuando estaba en Oxford, y por ahí derecho hice memoria de otros episodios de mi estadía en Holanda a finales de los años noventa.

El gobierno de Holanda había tenido le generosidad de recibirme en su país para escapar a las amenazas de muerte que me asediaron a mediados de 1998. Estuve allí cerca de año y medio. En ese tiempo Uribe fue invitado por la Universidad de Oxford para un curso de perspectivas políticas.

En Ámsterdam me enteré de un hecho alarmante. Werner Mauss, un espía alemán, había decidido contratar a un grupo de abogados en Londres para llevar a la cárcel a Uribe. No supe el tipo de acusación que le harían. Supe, eso sí, que se trataba de una retaliación por la intervención de Uribe –cuando oficiaba como gobernador de Antioquia– en la captura y reclusión en la cárcel de Itagüí, por largo tiempo, de Mauss, en el momento en que se aprestaba a abandonar el país luego de haber mediado en la liberación de Brigitte Schoene, secuestrada por el ELN.

De inmediato busqué al hoy expresidente para avisarle de la situación, y entiendo que esa fue una de las motivaciones para regresar al país un poco antes de terminar el curso que lo había llevado a Europa.

No fue el único episodio en que Colombia, la patria, estuvo en mi corazón por encima de diferencias políticas o sociales. Eran años duros, los años más duros de las tierras y los hombres que vieron primero mis ojos, de las palabras que fueron primero en mi voz, de las alegrías que fueron primero en mi alma.

En Europa se multiplicaron los eventos para contar lo que ocurría aquí. La estela de muerte que recorría los campos en medio del atroz enfrentamiento entre el Ejército, las guerrillas y los paramilitares, el desplazamiento forzado, el asesinato o el asilo de líderes políticos y sociales. El horror que sacudió al país entre 1995 y 2005, ese lapso innombrable de tiempo donde se produjo el 70 por ciento de las víctimas de todo el conflicto.

Acudía a esas reuniones con un pudor extraño, con un recato quizás inapropiado; no era capaz de la condena inapelable, de la acusación temeraria, me aferraba a la ilusión de que en algún momento seríamos la comunidad que significa patria, un lugar donde los mitos y las lenguas y los sueños comunes prevalecen sobre las diferencias; me decía una y otra vez que algún día encontraríamos la senda de la paz y la reconciliación.

En la lejanía, en la angustia del exilio, me abrazaba al hermoso dictado de Rainer Maria Rilke, “La verdadera patria del hombre es la infancia”, y al decir de Octavio Paz, “La palabra es la única patria del escritor”. Había leído esas cosas cuando deambulaba por la ciudad de mi juventud, por la Medellín de los años ochenta. Quería cuidar ese tiempo, ese lugar y esas palabras que habían fundado mi espíritu. Quería regresar algún día al hogar, al gran hogar, con sus graves disputas y sus alegres acuerdos.

Después Uribe se hizo a la Presidencia del país y desde allí hablaba con una obsesiva insistencia de la “patria”, y debo decir que al principio esa invocación era muy grata, hasta cuando sentí que hablábamos de cosas distintas. En sus labios esa palabra era una cisura, una facción, un llamado vehemente al litigio, un pendón desafiante.

Lo que ha hecho ahora en Atenas, lo que ha dicho en esa distancia inmensurable, es de sus convicciones, de sus aprensiones profundas. Valen muy poco las admoniciones, los llamados a la cordura. Valen nada aquellas palabras de Néstor Osorio, embajador de Colombia en Londres, señalando que no es la manera de hacer oposición, que una cosa es la crítica a un gobierno y otra el desprestigio del país, que una persona que ha ocupado en dos periodos la Presidencia de la República tiene mayores responsabilidades que el resto de los nacionales. Eso está muy lejos de frenar a Uribe.

Lo seguirá haciendo porque está en su memoria, porque su patria es una ideología y unos propósitos políticos y ahí no caben sensibilidades poéticas, no caben fraternidades con los compatriotas de ideas antagónicas o solo diferentes. No caben valoraciones equilibradas o solo veraces.

Es probable que con el paso del tiempo la pendencia se torne más intensa. Si la paz sigue su marcha y los acuerdos de verdad y justicia dan sus frutos, la ira de los impugnadores podría incluso aumentar. En esa circunstancia la campaña en el exterior sería aún más agresiva. No vale la pena hacerse ilusiones. Pasará mucho tiempo para que la palabra patria tenga un valor común.

Columna de opinión publicada en Revista Semana


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