Por: Redacción Pares
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Los que conocieron a Pablo Escobar sabían que su madre y él se entregaban con devoción a una figura que rozaba con ser una deidad pagana: el niño Jesús de Atocha. No se conoce que el capo más buscado del mundo en su momento fuera un asiduo de hechiceras y brujos, pero en cada una de sus casas, en su billetera, estaba la figura de este sucedáneo de Jesús que tenía, entre otros poderes, convertirlo en invisible ante sus amigos. Doña Herminda Gaviria le atribuía a sus poderes el hecho de que muchas veces su hijo no cayera en redadas o fuera descubierto en alguna de sus caletas.
Cuando mataron a Matamba, uno de los más eficientes financiadores que tiene el Clan del Golfo, las autoridades descubrieron que las necesidades de su vida terrenal las ponía en deidades que sólo él podía controlar. Como algunos recordarán Juan Larinson Castro Estupiñán, su nombre verdadero, escapó de La Picota en febrero del 2022 mostrándole al país lo porosas que pueden ser las cárceles colombianas cuando se tiene poder. Si bien todo se realizó después de sobornar a guardias él le atribuyó el milagro a una hechicera del pacífico nariñense. Como a un oráculo recibía sus consejos. También le mandaba unguentos y contras para protegerlo de sus enemigos. Esta obsesión terminaría siendo su final. La hechicera, después del escándalo que cobijó a Matamba, huyó hacia Venezuela y en el afán por tener contacto con ella -era tanta la dependencia que no tomaba decisiones trascendentales sin consultarle- fue dejando pistas, como un niño despúés de robar un pan, que terminaría con su captura definitiva. A granadas y balazos lo redujeron mientras se escondía en una finca en el sur de Bolívar.
Otro miembro del Clan del Golfo, El Negro Sarley, usaba tarotistas para tomar decisiones. Al principio le funcionó la estrategia para coronar envíos de narco y doblegar a sus enemigos pero, precisamente, la inteligencia del ejército pudo seguir a uno de sus consejeros espirituales y por medio de ellos asesinarlo en mayo del 2013 en un lugar conocido como La Pita, Turbo, mientras se desplazaba en uno de sus cuatrimotos.
Le decían Pablito, pero su nombre real era Uldar Cardona Rueda. Era miembro del Clan del Golfo y no tuvo problema en contratar como su guardaespaldas personal a su propio brujo. Lejos de tener un arma destructora lo que empuñaba en cada operación el hechicero era un muñeco hecho con pelos humanos. Pero los rezos tampoco sirvieron demasiado. Cuando lo cercaron en un refugio que tenía en Arboletes Antioquia el brujo le dijo a Pablito que estuviera tranquilo, que no pasaba nada, que se pusiera detrás de él y así lo protegería. Con el muñeco de pelos en la mano guardaespaldas y cabecilla fueron abatidos por la fuerza pública. A veces los poderes ultraterrenos empalidecen ante las armas de última tecnología.
A Roberto Vargas, duro del Clan del Golfo, le decían Gavilán porque decidió secar las patas de un gavilán y colgárselas en el cuello. Así tendría las alas para escapar de sus enemigos. Estaba asegurado con las oraciones de una santera, pero en el 2017 lo mataron también en turbo.
Desde siempre los que se han dedicado a la ilegalidad han depositado su fe en la hechicería, como si el fervor católico no les bastara, como si fueran conscientes que a Dios y a su hijo muchos le rezan y no hay mucho tiempo -por más omnipotencia que se tenga- para cuidar a las ovejas descarriadas. Esta semana cayó el cabecilla de las disidencias John Naranjo quien tenía una misión: nutrir con billete a este grupo. Se decía que podía mover 33 mil millones de pesos anuales gracias a sus extorsiones. Y secuestros. Se movía por la zona de Villavicencio, Puerto Gaitán y Mapiripán. El duro del frente 39 se protegía con un duende de barba blanca y que tenía un traje que se caracterizaba por el símbolo que lucía en el pecho, el de los pesos. Con él se aseguraba no sólo que no lo fueran a capturar sino que así mantenía nutrida sus arcas. El duende ha sido mostrado como un trofeo por las autoridades después de la captura de John Naranjo y reafirma ese viejo dicho de que detrás de todo cabecilla se esconde una red de hechiceros que lo protegen.
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