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La Ladrona Y El Ladrón Juzgan Por Su Condición

Por: Guillermo Linero Montes



Un lector que dice no confiar en la Inteligencia Artificial, me ha pedido que hable sobre la frase “El ladrón juzga por su condición”, a propósito del uso que le diera el presidente Gustavo Petro para poner en su lugar a oponentes políticos y/o periodistas, que se refieren a su conducta política con inocultable e injusta malsanía.


En respuesta, primero debo enterar a ese respetado lector, que si bien mi impulso cognitivo deviene de la “Inteligencia Natural”, la verdad es que, en calidad de herramienta para el conocimiento, yo confío y uso mucho la “Inteligencia Artificial” desde hace ya 58 años, cuando mi padre me enseñó a usar el Pequeño Larousse. Y en cuanto a la frase “El ladrón juzga por su condición”, le comparto lo siguiente:


De manera natural asumimos que por ser semejantes, en términos fisiológicos o desde las características que nos distinguen como especie, todos los humanos sentimos y pensamos igual. Y eso, del mismo modo lo visualizamos hasta en los objetos, pues al impulsar una rueda esta se echa a rodar indefectiblemente, y al hacer lo mismo con otra rueda igual, presta se echa a rodar.


Tenemos por cierto, de principio alentador de existencia, que Dios nos hizo a su imagen y semejanza; pero, si eso fuera real, entonces, desde el imaginario moral que tenemos de él, en razón de la catequesis, sin equívocos concluiríamos que Dios tendría que ser, por defecto, un malvado indolente; y nosotros, por efecto, buenos y creadores.


No obstante, si aceptamos como axioma la consigna de que “cada cabeza es un mundo”, y que el espíritu humano es cambiante, tendríamos que descartar de nuestra conducta el criterio de la concordancia emocional con nuestros semejantes. De hecho, cuando alguien se encuentra enfadado, su inmediato semejante puede estar feliz (incluso, a veces por cuenta del enfado del otro). De ahí los principios de ética y moral, que estandarizan una conducta unificadora de emociones.


Van Gogh, el expresionista neerlandés, confesó en una de sus cartas a su hermano Theo, que él desfiguraba el paisaje al pintarlo, para serle fiel a su estado emocional; es decir, para transformar en semejante a sí mismo, al mundo exterior. De tal suerte, hoy podemos adivinar que al pintar “La iglesia de Auvers sur Oise”, cuyos trazados remiten al lenguaje formal de lo agobiado, él pintor de la oreja cortada también lo estaba.


De ahí la contundencia apreciativa de esta otra premisa, endilgada al filósofo suizo Henry Frédéric Amiel, y difundida justamente en los tiempos del pintor de los “países bajos” (hacia la segunda mitad del siglo XIX): “El paisaje es un estado del alma”. Una advertencia, de aquel pensador moralista, acerca de que cuánto vemos, siempre está distorsionado por nuestra situación emocional: el paisaje del acongojado, será indefectiblemente de congojas, y el paisaje del regocijado lo será de regocijos.


Esa manía de creer y pensar en un mundo de semejantes, nos ha mantenido bajo la sospecha de que los otros actúan idénticamente a nosotros. A ese efecto de espejo, los sicólogos le han denominado “Proyección”. Un término acuñado por Freud para referirse a las conductas, o mejor, a las actitudes proclives a inducirnos a “ver en los demás lo que no queremos admitir en nosotros mismos”.


Con todo, esa advertencia de reflejarnos en lo otro y en los otros, es bastante pretérita. Ya entre los romanos del antiguo imperio, o mejor, entre los juristas, era común el uso de este proverbio: «Malus est qui praesumitur sibi malos esse alios» (Es malo quien presume que los demás son malos como él). En la edad Media, época de ladrones y filibusteros, dicho aforismo se hizo corriente bajo esta afilada versión: “El ladrón juzga por su condición”.


Llama la atención que, aun cuando en derecho un punto de partida fundamental para la solución de conflictos es el principio fundamental de la buena fe, no esté en boga entre los hablantes la frase: “El honrado juzga por su condición”, sino su contraria. Ello es así, pues la “proyección” se desenvuelve negativamente tal un acto reflejo emocional -“un mecanismo de defensa” le llamó Freud- ante sentimientos muy internos de envidia y codicia.


Finalmente, solo resta pedirle a ese amable lector de mis notas, que consulte ahora sí a la IA, y compare su respuesta con la que yo le he dado, que está basada estrictamente en mi experiencia de lector, en consultas a Mr. Google y en el uso puntual del Pequeño Larousse; que son algo muy parecido a una suma ordenada de algoritmos.


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