Por: Attila Lenti
Magíster en Relaciones Internacionales, Magíster en Ciencia Política y candidato a doctor en Economía. Analista de riesgos políticos y experto en cooperación internacional.
En el siglo XIX, Otto Von Bismarck, forjador de la unidad de Alemania y creador del primer Estado de Bienestar en Europa, entendió la posición geopolítica frágil de su país entre Francia y Rusia. Al tener una noción sensible del equilibrio, siempre advertía abstenerse de una política exterior ruidosa o agresiva para que sus poderosos vecinos nunca formaran alianzas efectivas contra Alemania. Guillermo II, un emperador poco talentoso pero lleno de ambiciones imperiales, no tuvo en cuenta sus consejos y el resultado fue el desastre de la Primera Guerra Mundial. Desastre para Alemania y desastre para toda Europa. El secreto de la Realpolitik de Bismarck había sido entender las verdaderas capacidades de su país y jugar a la diplomacia dentro de unos límites bien comprendidos. Sus sucesores no solo no tenían su talento para jugar, sino que tampoco comprendían el alcance de estos límites.
El presidente ruso Vladimir Putin inició una guerra contra Ucrania. La aparente debilidad de los países europeos debido a los cambios de gobierno, el COVID y la dependencia energética; más un ejército ucraniano en proceso de modernización intensa pero aún no tan robusto, convencieron a Putin de que ahora era el momento adecuado de atacar. Sin embargo, en general subestimó a “Occidente” en cuanto a su capacidad de unirse ante la amenaza. Igualmente, subestimó la resistencia ucraniana y la unidad de Ucrania como nación. Sobreestimó sus propias capacidades militares y económicas, su apoyo popular interno y su influencia internacional. Estos cálculos equivocados conllevan a una guerra prolongada, a una crisis económica sin precedentes y a un Putin cada vez más desesperado, dispuesto a escalar el conflicto con tal de no salir como perdedor. A largo plazo pierde la humanidad, pero Rusia en ningún escenario podrá triunfar.
Antecedentes: el fenómeno Putin
Vladimir Putin tenía fama de ser un jugador racional. También cumple con uno de los criterios de la Realpolitik de Bismarck, ya que, definitivamente, no lo restringen límites morales en su flexibilidad estratégica. Lo evidenció de sobra desde temprano durante sus primeros dos períodos como presidente de la Federación Rusa. Si bien logró reestablecer la autoridad de un Estado en proceso de deterioro en los 90, en parte muy favorecido por la subida del precio internacional del petróleo (del cual Rusia tiene bastante), con el mismo ímpetu vació la institucionalidad democrática para volverla absolutamente formal y funcional a su interés de permanecer en el poder.
La libertad de expresión nunca le gustó. En un ambiente de represión a la prensa independiente, intimidaciones, censura y autocensura, en los últimos 20 años, 370 periodistas críticos fueron asesinados/as en misteriosas circunstancias y extrañamente en ningún caso las autoridades lograron aclarar los hechos. Entre los casos tuvo gran repercusión el asesinato de Anna Politkovskaya, quien investigaba las violaciones de Derechos Humanos cometidas por las tropas rusas en la Segunda Guerra de Chechenia. La guerra comenzó en 1999 a causa de la explosión de unos edificios en varias ciudades rusas. Señalar a los chechenos como perpetradores de los atentados (de manera débilmente sustentada) ayudó a enmarcar su intervención militar como una “guerra contra el terrorismo”.
Putin, hoy considerado como uno de los hombres más ricos del mundo, no solo se destacó en construir una “democracia iliberal” -como hoy en día está de moda llamarles a los autoritarismos-, sino también en consolidar a Rusia como una de las sociedades más desiguales del planeta. El 10% de la población rusa posee el 85% de la fortuna de todos, en un país de 144 millones de habitantes.
El delirio imperial
Históricamente, Rusia ha enfrentado el dilema de escoger entre la apariencia de grandeza imperial y garantizarle condiciones dignas al pueblo, que finalmente siempre se ha sacrificado para que se logre el primer objetivo. Hoy la diferencia con la era soviética es que ya no está disponible aquella red de bienestar mínima con la que se le daba legitimidad al sueño socialista en sus últimas tres décadas. Sin embargo, las libertades están igualmente coartadas. Opositores callados, militarización, funcionarios obedientes y manipulación propagandística señalan con claridad cuáles han sido los elementos de la URSS que a Putin le parecen dignos de darles continuidad. Definitivamente no es una alternativa atractiva para ninguno de los países vecinos.
El pasado de Putin en el KGB es determinante en el pensamiento estratégico de la Rusia de hoy, estancado en la Guerra Fría. La cúpula, acompañada por la Iglesia Ortodoxa de Rusia, comparte la visión de la gran conspiración occidental contra la madre patria. La política exterior está dirigida por el servicio secreto, cuna de Putin, junto a sus tesis conspiracionistas y un sentimiento de inseguridad permanente.
En esta inseguridad juega un rol clave el país emergente de Ucrania con sus extensos llanos, cuya pertenencia a la esfera de influencia rusa como zona intermedia de choque no se permite cuestionar por el Kremlin. No es por casualidad que la caída del presidente ucraniano Víktor Yanukovich en 2014, como producto de unas fuertes protestas populares que surgieron porque el gobierno no quiso firmar el acuerdo de asociación con la Unión Europea, provocó la intervención de Putin en los asuntos internos de Ucrania. El líder único de Rusia, por supuesto, no dudó en calificar este levantamiento popular pro-europeo como un “golpe de Estado”, mientras que solo fue un golpe a su deseo de seguir manipulando a Ucrania y mantenerla en la esfera de influencia de Rusia.
Alcance europeo y global
La intervención rusa en Ucrania forma parte de una estrategia más amplia de debilitar a la Unión Europea y generar conflictos locales con el fin de ampliar la influencia rusa. Cuando analizamos los acontecimientos en Ucrania, tenemos que echar un ojo a lo que pasa hoy con los separatistas ultranacionalistas serbios en Bosnia apoyados por los rusos, a los movimientos rusos en Belorusia y no descartar posibles planes respecto a los países bálticos.
Las actividades expansionistas de Putin en la arena internacional están acompañadas por políticas de dividir al continente europeo y, hasta donde sea posible, a la misma OTAN. Aprovecha las grietas que puedan surgir y la mejor manera de hacerlo es apoyando a los partidos euroescépticos, principalmente de la extrema derecha. Su alianza política y económica con su principal caballo de Troya en la Unión Europea y la OTAN, el primer ministro populista de Hungría, Viktor Orbán, ha servido para bloquear decisiones europeas contra su régimen y conseguir información crítica de inteligencia.
Son contradictorias las relaciones entre Rusia y China. Puede existir una alianza táctica entre los dos superpoderes respecto a debilitar a los Estados Unidos. En el caso negativo de un escalamiento mundial no se descarta una sincronización militar entre las dos potencias y una intervención china en Taiwán, foco de conflicto con los EEUU de vieja data. Sin embargo, sus intereses no siempre son complementarios. China, contrario a Rusia, sí tiene industrias serias. Está profundamente insertada en la economía mundial y necesita sus mercados. Además, sus fraternales relaciones económicas no pueden reemplazar su dependencia, principalmente tecnológica, de los países de “Occidente”. Estados Unidos y sus aliados dominan la industria de los microchips y la situación es parecida en el campo de la aviación. Rusia y China necesitan de ambos.
Fabricar un casus belli y venderlo
En las redes sociales se expanden a la velocidad de la luz las justificaciones rusas de la guerra. Esta operación de la desinformación en el actual contexto es normal. Rusia se ha esforzado en fabricar una opinión mundial favorable a sus intereses y, siguiendo la lógica de la Guerra Fría, en América Latina su realidad paralela encuentra eco en grupos de opinión que vivieron experiencias negativas con la influencia estadounidense. Veamos algunas mentiras y otras aclaraciones.
Putin dice que la guerra fue causada por la expansión de la OTAN. Se trata de un complejo proceso de adhesión que se solicita por parte de cada país que busca defensa porque por sí solo no tiene la capacidad militar para defenderse. La OTAN por iniciativa propia no puede expandirse. Cuando países como Polonia, Letonia, Lituania o Estonia ingresaron fue principalmente por miedo a una futura expansión rusa que, como bien vemos, no ha sido injustificada. La Unión Europea aún no tiene su propia fuerza militar compartida.
El tamaño y la capacidad militar de cada uno de estos países de Europa Central y Oriental es una minucia comparado con Rusia y perciben su propia vulnerabilidad a la sombra del oso. Rusia tiene iguales derechos que cualquier otro país y no tiene por qué reclamar para sí mismo una zona de seguridad intermedia. Pero, sobre todo, con base en ninguna regla o moral Rusia puede limitar la decisión soberana de país alguno de escoger su alianza militar.
Hay una popular equivocación repetida hasta por figuras públicas serias: que la OTAN hizo promesas de no recibir países de Europa Central y Oriental. Esta promesa no existe en ningún acuerdo internacional. En la diplomacia lo demás es considerado chisme de salón sin evidencias, en este caso una mentira de Putin.
En los países de la OTAN no existe aparato militar ofensivo. Lo que hay:
1. Los ejércitos propios de cada país miembro de la región (muy modestos) y 5000 soldados de la OTAN en total que trabajan en cooperación con los ejércitos de Polonia y los países bálticos. Fueron instalados en 2016, después del anexo de la Crímea por Rusia. Ni Alejandro Magno se atrevería a atacar a un ejército de 1 millón de efectivos con una fuerza tan reducida.
2. Los misiles defensivos que están presentes en estos países, tecnológicamente no son aptos para fines de ataque, no tienen explosivos y no se tienen instaladas las herramientas (hardware, software, infraestructura en general) para lanzarlos contra Rusia.
Putin habla de un genocidio de 13-14 mil personas que quiere presentar como una especie de limpieza étnica contra población rusa. Es la cifra de todos los soldados muertos de lado y lado como resultado de 8 años de guerra en Ucrania Oriental. Los rusos intervinieron militarmente con fuerzas regulares e irregulares en el oriente de Ucrania desde 2014, así que esta guerra tampoco es nueva.
Aún se esperan las evidencias de la parte rusa de ese genocidio fantasma. El último genocidio de Europa ocurrió en Srebrenica cometido por los serbios, murieron 8 mil personas y tiene repercusiones en la consciencia europea y en los tribunales de guerra hasta hoy. Una persona mínimamente sensata no puede creer que ninguna organización de DDHH se haya dado cuenta de una matanza de 6 mil muertos más en la Europa de 2022.
Finalmente, tenemos el argumento de que “la operación especial” de Rusia es contra el gobierno nazi de Ucrania. El que crea este argumento, o no sabe lo que significa “nazi”, o no conoce el gobierno de Ucrania, o ambos. No obstante, la centralización del poder y el resquebrajamiento de la democracia, la violación agresiva de la soberanía de un país, el chantaje y la amenaza (incluso con armas nucleares), la propaganda absoluta, los asesinatos selectivos contra voces disidentes, la reclamación de un espacio vital ruso (“Lebensraum” en alemán), la divulgación de teorías mentirosas de conspiración para manipular a la opinión pública, son rasgos de los sistemas totalitarios fáciles de identificar en el régimen de Putin.
El eclipse de Rusia como superpotencia
Pese al dominio total de los medios gubernamentalistas en Rusia, no se ha podido venderle la guerra al pueblo. Hay manifestaciones contra la guerra y detenciones masivas de los manifestantes cada semana. Miles de rusos huyen cada día del país debido a la crisis económica interna generada por las sanciones. Los oligarcas que han estado con Putin debido a sus intereses compartidos de pronto repensarán su alianza si ya no pueden seguir haciendo negocios libremente y disfrutar de sus inversiones en los países de la Unión Europea.
Rusia es económicamente vulnerable porque tiene una estructura económica atrasada: es un país dependiente de la fluctuación del precio internacional del petroleo y del gas natural. El gran problema de Rusia es el mismo que quiere resolver el programa de Gustavo Petro en Colombia: una economía cimentada en la exportación de materias primas. Solo se salva por la interdependencia que tiene con los países europeos, que ya declararon su intención de acelerar su inversión en energía renovable y lograr independizarse del gas ruso para el año 2027. La modernización del sector de energía puede ser un resultado positivo no esperado de esta terrible guerra.
Los expertos lo sabían desde antes de la guerra (por eso pensaron que no iba a pasar): las fuerzas armadas de Rusia no son capaces de ocupar un país tan extenso. Putin está enfrentando un continente unificado, unas sanciones económicas cuidadosas pero efectivas y una resistencia ucraniana civil y militar muy fuerte, incluso en territorios supuestamente prorusos. Toda costumbre, regla y doctrina de seguridad perdió su validez: Alemania vuelve a armarse, la neutralidad sueca, finlandesa y suiza parece esfumarse.
Rusia perdió el respeto del mundo y se aisló; por décadas sentirá sus impactos. Comenzó la lenta erosión del poder de Putin. Esperamos que su frustración militar lo lleve a la mesa de negociación en vez de seguir en su círculo vicioso sin salida y dar pasos desesperados.
*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido su autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.
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