Por: León Valencia Agudelo
En una carta abierta a la opinión pública Iván Márquez anuncia que no asumirá su curul -producto del acuerdo de paz- en el Senado. Lo primero que se me vino a la cabeza cuando empecé a leer el escrito de Márquez fue: triunfó el uribismo. Ese ha sido una de las apuestas de esta corriente política contra los acuerdos de paz, que los dirigentes del nuevo partido creado a partir de la desmovilización de las FARC no asuman la representación en Congreso de la República hasta que no paguen las condenas que les imponga el tribunal de la Justicia Especial para la Paz.
Pero los argumentos de Márquez no apuntan al uribismo. Dice que el montaje judicial contra Santrich, la desfiguración de la JEP y la falta de voluntad para cumplir con la reforma política y con las transformaciones agrarias acordadas en La Habana, son las tres circunstancias que se interponen en su vinculación al Congreso de la República. No obstante, afirma que seguirá luchando por la paz y que está comprometido con la gesta de la reconciliación.
Aún con estas explicaciones del principal jefe del nuevo partido me quedó el sabor de que, después del plebiscito, este es el triunfo político más grande del uribismo contra los acuerdos de paz.
Porque de ahí para adelante pueden ocurrir cosas aún más graves. La Corte Suprema de Justicia y Duque tendrán, seguramente, en sus manos la extradición de Santrich y no es descartable que tomen esta decisión en los próximos meses. ¿Qué hará Márquez?, ¿volverá a la guerra? No quiero pensar en ese escenario. El proceso de paz fracasaría. Las disidencias, ahí sí, dejarían de ser fuerzas marginales, condenadas a convertirse en simples organizaciones criminales ligadas al narcotráfico y tendrían un nuevo impulso; la negociación con el ELN sería mil veces más difícil; y el gobierno de Venezuela tomaría un protagonismo impresionante en el conflicto colombiano.
Iván Márquez debería hacer un alto en su camino y volver al cauce de las negociaciones con el Estado y, para ello, es clave que asuma la vocería de las FARC en el Congreso. No debería darle el gusto al uribismo. Desde siempre se ha sabido que en Colombia la paz es la suma de mil batallas políticas, una tras otra, algunas se ganan, otras se pierden. Es cierto que en este momento la reconciliación atraviesa un sendero muy oscuro. Es impresionante como se ha enrarecido el ambiente en estos meses de elecciones. Las amenazas han retornado con una fuerza increíble, al igual que el asesinato de líderes sociales y la ofensiva contra los acuerdos.
Pero también hay una nueva realidad política para las fuerzas de izquierda y de centro izquierda: las enormes votaciones que obtuvieron en primera y segunda vuelta, la conformación de una gran bancada parlamentaria y las grandes expresiones que se vieron en las plazas y en las calles clamando por la paz y por los cambios, nos dicen que hoy las fuerzas que persisten en cerrar el ciclo de las guerras y las violencias no están solas, tienen un apoyo interno y un respaldo internacional indudable.
En los próximos meses el forcejeo entre las fuerzas de la paz y de la guerra será intenso -si se quiere dramático- y lo mejor que podría hacer Iván Márquez es llegar a Bogotá a asumir sus responsabilidades políticas en la reunificación del nuevo partido, que está bastante fracturado por las circunstancias expuestas en la carta pública y por las vicisitudes de la transición a la contienda democrática.
En vez de refugiarse en las montañas, Márquez tendría que refugiarse en las bancadas parlamentarias comprometidas con la paz, en la opinión pública que ha favorecido el proceso y en las organizaciones sociales que a pesar de las agresiones persisten en sus luchas. Seguramente vendrán mejores momentos para la paz. No es el momento de retroceder a épocas dolorosas.
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