LA FE Y LA VIOLENCIA POLÍTICA DE AYER Y HOY: DE JORGE ELIÉCER GAITÁN A MIGUEL URIBE TURBAY
- Arnold Cruz- Experto invitado
- 2 jul
- 5 Min. de lectura
Por: Arnold Cruz

El atentado contra Miguel Uribe Turbay, el pasado 7 de junio, ha reabierto una herida en la memoria política del país: la persistencia de la violencia como forma de disputa ideológica. Aunque sus consecuencias inmediatas distan del estallido nacional que desató el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, en 1948, ambos hechos reflejan una constante inquietante: en Colombia, pensar distinto sigue siendo un riesgo.
Gaitán no solo fue asesinado; fue silenciado en un momento en que lideraba una ola popular transformadora. Su muerte desembocó en el Bogotazo, una explosión de rabia colectiva que marcó el inicio de una era de sangre y desconfianza. La institucionalidad colapsó. La política se convirtió en trinchera y la ciudadanía, en víctima.
Setenta y siete años después, Miguel Uribe Turbay es víctima de un atentado en plena campaña política. Sobrevive. No hay un levantamiento popular, pero sí un estremecimiento nacional: la violencia no ha desaparecido, solo muta. Esta vez no estallan las calles, pero sí las redes; no arden las plazas, pero sí la ansiedad de una sociedad que teme repetir su historia.
Ambos eventos ocurrieron en escenarios distintos: Gaitán, en una Colombia con frágiles instituciones y sin televisión; Uribe Turbay, en un país hiperconectado, con democracia electoral, pero también con heridas abiertas. Y, sin embargo, algo los une: la amenaza de la barbarie que acecha a la política cuando pierde su vocación de palabra y cede al balazo.
La diferencia clave tal vez esté en la respuesta. Si el asesinato de Gaitán fue seguido por el caos, el ataque a Uribe Turbay ha sido enfrentado con oración, condena transversal y llamados a la unidad. ¿Será que al menos en eso hemos cambiado? ¿Que ahora entendemos que las ideas se combaten con argumentos y no con pólvora?
Es pronto para decirlo. Pero una cosa queda clara: cada atentado a una figura política no solo hiere al cuerpo, hiere al país. En cada intento de silenciar con violencia, lo que está en juego no es solo una vida, sino la posibilidad misma de la convivencia democrática.
La imagen de la política herida que se sostiene en lo espiritual tiene profundas raíces en nuestro país. Desde los tiempos de la Violencia hasta el proceso de paz, los discursos que entrelazan religión y política han servido tanto para sanar como para polarizar. En este caso, sin embargo, el gesto parece menos un cálculo electoral que una respuesta humana frente a la barbarie. Es en la fragilidad donde los pueblos se reencuentran con sus símbolos. En la incertidumbre, la fe provee no certezas, sino sentido.
Veamos, brevemente y sin pasión, un paralelo de lo sucedido en los citados eventos:
1. Contexto histórico y político• Gaitán: Líder liberal carismático, su asesinato ocurrió en un momento de alta efervescencia social. Era visto como la esperanza de los sectores populares para una transformación democrática profunda.• Uribe Turbay: Senador del Centro Democrático y precandidato presidencial, su atentado ocurrió en un contexto de polarización política, pero dentro de un sistema democrático más consolidado.
2. Naturaleza del ataque• Gaitán: Fue asesinado a plena luz del día en el centro de Bogotá. Su muerte desató el Bogotazo, una ola de violencia que marcó el inicio de “La Violencia”, con miles de muertos.• Uribe Turbay: Fue herido durante un evento político en Bogotá. Aunque grave, sobrevivió. El hecho no desencadenó una revuelta masiva, pero sí reavivó temor sobre el retorno de la violencia electoral.
3. Reacción social e institucional• Gaitán: Su asesinato provocó un estallido social inmediato y caótico. El Estado fue desbordado.• Uribe Turbay: Hubo condena unánime de todos los sectores políticos, llamados a la unidad y manifestaciones de solidaridad, incluyendo expresiones de fe y oración
4. Impacto simbólico• Gaitán: Su muerte es considerada un punto de quiebre en la historia política del país.• Uribe Turbay: Su atentado no tuvo el mismo alcance histórico, pero sí reactivó la memoria de los magnicidios y la fragilidad de la democracia colombiana.
Ambos casos reflejan cómo la violencia ha sido usada para intentar silenciar voces políticas, aunque con consecuencias muy distintas. Uno desató una guerra; el otro, al menos por ahora, ha generado un llamado a la reflexión y al rechazo del odio.
Dios ante la barbarie: fe y dignidad tras el atentado a Miguel Uribe Turbay
El atentado perpetrado contra Miguel Uribe Turbay, no solo estremeció a la clase política, sino que revivió una herida nacional que creíamos, con ingenuidad, cerrada. La violencia política regresó al centro del debate con su carga histórica, y, en medio del desconcierto, emergió con fuerza una dimensión que no suele ocupar titulares: la espiritualidad.
Mientras el país esperaba noticias médicas desde la Fundación Santa Fe, su esposa organizaba una cadena de oración. Un sacerdote maronita llegó con la reliquia de San Charbel, santo patrono venerado por la familia Turbay —y por el cirujano que lo atiende—. Las redes sociales se poblaron de mensajes de fe y agradecimiento, incluyendo un conmovedor “Dios es grande” publicado por su esposa, tras el parte médico alentador. No era solo un acto de esperanza personal: fue un llamado colectivo a resistir desde la fe.
¿Debe preocuparnos esta mezcla de religión y esfera pública? Solo si pretende imponerse o excluir. Pero cuando la fe se invoca desde el dolor y no desde el dogma, puede tender puentes donde la política ha fracasado. En momentos como este, no se trata de creer o no creer, sino de reconocer que hay lenguajes —como el de la oración o el del consuelo religioso— que operan como formas de resistencia cultural.
El atentado a Uribe Turbay no puede reducirse a una anécdota violenta. Es un síntoma, una advertencia, pero también una oportunidad para preguntarnos qué clase de país queremos ser. La respuesta espiritual de su familia y sus simpatizantes no solo honra una tradición religiosa, sino que interpela al país sobre el valor de la vida, la dignidad y la necesidad de reencontrarnos, incluso en la diferencia.
Frente a la sangre, una oración. Frente a la muerte, una vela encendida. Frente al odio, una herencia de fe que no busca dividir, sino afirmar lo que algunos aún llamamos humanidad.
La fe es vital en momentos difíciles y nos impulsa a seguir adelante ante las adversidades. Nos da esperanza y confianza para enfrentar retos y encontrar sentido en las dificultades de la vida. En contextos de violencia —como atentados, guerras o persecuciones— la fe actúa como un ancla emocional y espiritual.
La fe cristiana es crucial para superar las adversidades y encontrar una salida en momentos difíciles. Nos da la fortaleza y esperanza necesarias para seguir luchando, incluso cuando todo parece estar en contra nuestra.
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