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La belleza de Beirut podría ser arrasada para siempre por culpa de Israel

Por: Redacción Pares


Foto tomada de: Vatican News


En la década del setenta Beirut era considerada la París de Oriente medio. Con el afán que tenemos en occidente de apropiarnos de las cosas que no son nuestras esto al final no es un elogio sino una imposición. Beirut, con sus misterios, encandiló a Europa y a Estados Unidos. Como en Estambul su nivel de cosmopolitismo es tan grande que conviven la tradición musulmana con la sofisticación de occidente. Si existe una figura controversial ha sido Muamar el Gadafi. En 1969, cuando el mundo estaba cruzado por las revoluciones la figura de el Gadafi emergió como la de un paladín, el salvador que llegaba a Libia para sacarla de la corrupción, el atraso y la pobreza a la que la habia sumido el decadente y odiado rey Idris I. Gadafi se consideraba un discípulo del carismático líder egipcio Gamal Abder Nasser y siguió por la senda del panarabismo. Obviamente dejó caer la monarquía y fundó la república árabe de Libia.

 

El boom petrolero le ayudó a levantar económicamente a Libia pero el poder, como está visto en la historia de la literatura, desde la Biblia hasta el Señor de los anillos, termina corrompiendo. En una dictadura de cuarenta y dos años los excesos se transformaron en opositores presos, torturados y asesinados en las cárceles de Libia y rumores de sus preferencias sexuales: era un depredador de mujeres y hombres tal y como lo mostró la periodista francesa Annick Cojean en su libro Las presas, en el harén de Gadafi, en donde se muestra como el dictador “esgrimía el sexo como un instrumento de poder y de dominación, un predador sexual que durante años mantuvo cautivas a sus víctimas en los sótanos del conjunto de palacios de Bab Al Azizia, la gigantesca residencia de Gadafi en los suburbios del sur de Trípoli, la capital libia”. Su caída en el 2011, que fue escandalosamente televisaba, no hizo sino agrabar aún más la situación en el Libano. Sus habitantes incluso han llegado a añorar un régimen despiadado como el anteriormente descrito.

 

Beirut es testigo mudo de los acontecimientos. Mudo y hermoso. Desde 1975 fue azotada por una guerra civil que duró quince años. Pero esto no ha sido lo peor que ha arrastrado esta ciudad sino los constantes bombardeos de Israel que la azotan desde el 2006. Además las explosiones en el puerto de Beirut de agosto del 2020, que dejó a más de 300 mil personas sin hogar y que mató a otras 100, devastó buena parte de su belleza. Aún siguen en pie la imponente mezquita de Mohammad al Amin que se terminó de construir en el 2008 y que tiene 65 metros de alto, sus mercados, sobre todo el Zoco al Ahad que sólo abre los domingos y que se ha convertido en un auténtico punto de encuentro para los habitantes de la ciudad. La avenida de París es una especie de campos Elíseos con mar. Al final del recorrido se encuentran los caminantes con una de las puestas de sol más hermosas que se pueden ver en capital alguna y está la historia milenaria, con ruinas romanas que, la humanidad espera, la ferocidad de los ataques a los que está sometiendo en este momento Israel no vaya a destruir.

 

Hasta este 3 de octubre las fuerzas de Netanyahu habían cumplido su promesa de no atacar el centro de Beirut en su demencial venganza contra Hezbolá pero la agencia EFE ya acaba de confirmar que el barrio residencial de Al Bashura fue atacado con sus bombas y el saldo es, por ahora, de seis muertos y siete heridos además de docenas de edificios destruidos.

 

Es un golpe muy duro para la humanidad que una de las ciudades más bellas del mundo sucumba de esta manera ante la arremetida de un pueblo incapaz de la autocrítica y convencido que está regido y destinado a la grandeza y la impunidad por un mandato divino. Beirut es destruida ante nuestros ojos sin que podamos hacer otra cosa que lamentarnos.

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