Por: Redacción PARES
«Las armas son pa’ usarlas y pa’ defender lo que es de uno. Yo por mi barrio me hago matar».
Dice Julián*, un joven de 18 años, mientras se refiere a la Comuna 13 de Medellín. Según cuenta, creció viendo armas y por eso ya no les teme. Tal vez esa falta de temor, y tanto tiempo libre, como afirma, lo llevaron a unirse a uno de los ‘combos’ de microtráfico de su barrio.
«Acá hay ‘combos’, uno crece con ellos porque son los vecinos. Uno les hace favores y ellos lo van ligando a uno. Después, se va viendo la platica y uno va queriendo más y más».
Para él, la principal razón de que los jóvenes se metan a este negocio es la pobreza. Por eso, muchas veces, la forma de atraer a los jóvenes es con regalos o dinero para que resuelvan problemas familiares, cuenta Julián. Afirma que después de que se ve la plata ya se no puede parar. En su caso, su lucha personal es por ayudar a su mamá a separarse de su padrastro, pues la maltrata constantemente. Aquí, la regla es responder a la violencia con más violencia.
A los jefes de los ‘combos’ casi ni se les ve por el barrio, cuenta Julián. Pero cuando llegan, llegan en carros de alta gama y viven de dar órdenes. Son ellos quienes deciden a quién o a quién no matar. Dónde se puede robar y dónde no. Dónde se arrojan los cuerpos y dónde está prohibido. Lo que diga el patrón se hace, no hay matices. Julián lo sabe, por eso, sin titubear, afirma delante de uno de sus amigos:
«Hoy soy amigo de este man, pero si mañana los jefes dicen que hay guerra entre nosotros, con el dolor del alma, hay que matarnos».
El patrón justifica su poder en que es él quién le consigue el trabajo a los jóvenes. Sin embargo, Julián dice que ellos también buscan hacer un ‘cascao’ por su cuenta. ¿Qué es un ‘cascao’? Asesinar o cobrarle a alguien lo que debe, “depende del muñeco”. En la Comuna 13 son los jóvenes los que le ponen la cara a la violencia. Según cifras del periódico El Colombiano, el 50% de asesinatos cometidos en la ciudad de Medellín son contra jóvenes.
Antes de esta vida, Julián trabajaba entre la plaza de mercado y la tienda del barrio. Cuenta que su antiguo jefe lo maltrataba y no le pagaba a tiempo. Hoy, ese antiguo tiene que pagarle el ‘impuesto de vigilancia’, así es como Julián le llama a la vacuna que cobra. Es una espiral de violencia que nunca termina.
«Es que esta es la vida de uno, yo no sé hacer nada más. Si uno es bandido, es bandido».
*Nombre cambiado por seguridad de la fuente.
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