Iván Cepeda y una lucha de 15 años por saber la verdad sobre Álvaro Uribe Vélez
- Iván Gallo - Coordinador de Comunicaciones
- 7 may
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Por: Iván Gallo - Coordinador de Comunicaciones

Iván Cepeda tiene tres perras grandes. Cuando las tres se ponen a ladrar el coro puede ser tan fuerte como el que se siente en un concierto de trash metal. Los ladridos son tan atronadores como cascadas de piedra debido al silencio y tranquilidad que emana el apartamento y que parecen ser una extensión del senador. Sobre la mesa de la sala está un DVD de Serrat. La banda de sonora de sus luchas está en su discoteca. Ahí está su equipo de tres niveles y sus compact disc. Después me arrepiento por no preguntarle sobre la música que escucha. Hay un tema más apremiante y es el de Uribe.
En el año 2002 Iván Cepeda estaba en Francia, había aprovechado su exilio para estudiar un magister en derechos humanos de la Universidad de Lyon, cuando se enteró que Alvaro Uribe Vélez había sido elegido presidente de la república. A Uribe lo había escuchado nombrar por ser gobernador de Antioquia y por la implementación del decreto que permitía la creación de grupos armados particulares para defenderse de las guerrillas que azotaban a Antioquia y que llevaba el nombre de CONVIVIR.
Fue un golpe para él saber que Uribe sería presidente. La publicación y luego el éxito de ventas que constituyó Mi confesión, las memorias de Carlos Castaño, era la confirmación que el proyecto paramilitar en Colombia estaba ganando respetabilidad. Las dos entrevistas que concedió Castaño a los grandes canales del país, lo pusieron en la baraja incluso de posibles candidatos a la presidencia.
El papá de Iván Cepeda, Manuel Cepeda Vargas, había sido asesinado por orden de oficiales de las Fuerzas Armadas con apoyo de grupos paramilitares en 1994. Era una víctima del Estado. Ver este auge del paramilitarismo de comienzos del siglo XXI en Colombia era ser revictimizado. Así que regresó al país en el 2003 después de estar tres años ausente.
Un año después los comandantes Salvatore Mancuso, Ernesto Báez y Ramón Isaza entraron de Everfit al Congreso de la República. En ese momento en senado se consideraba discutir la ley de alternatividad penal que sería una gran victoria para estos grupos paramilitares. Bajo esa ley lavarían buena parte de sus fortunas y podrían aspirar incluso a iniciar una carrera política. Desde el Magdalena Medio los paras pagaron buses repletos de gente para congregarse en la Plaza de Bolívar y apoyar el advenimiento de los comandantes en el Congreso. Habían sido invitados, directamente, por las congresistas Eleanora Pineda, quien antes de incursionar en política se dedicaba a gerenciar un salón de belleza en Tierralta Córdoba, y Rocío Arias, del Bajo Cauca, muy cercana al proyecto político de los paramilitares. A pesar de que ambas eran completamente desconocidas en el 2002 ese año obtuvieron, entre las dos, más de 80 mil votos lo que les permitió ser representantes a la cámara.
Los paras no sólo entraron al congreso vitoreados sino que hicieron esperar a los senadores. Al llegar a CATAM en donde eran esperados por sus chaperonas, Arias y Pineda, ella les tenían listos los trajes a la medida. Pero había un problema con los zapatos de Mancuso y es que era casi imposible conseguirlos con su talla, 44, así que fueron a varias tiendas de la ciudad a encontrar uno que les calzaran. Mientras tanto, en la plaza, un pequeño sector de víctimas y de ciudadanos que rechazaban el paramilitarismo se enfrentaban con quienes habían llegado desde el Magdalena Media. Además, la Fuerza Pública empezó a interceder jalando por el lado que sentían mayor simpatía.
Iván Cepeda tenía una foto de su papá. En ese momento estaba gestando uno de sus grandes proyectos, el MOVICE. Como pudo entró al Congreso junto con otro puñado de víctimas de crímenes de estado. Era su primera aparición pública desde que se fue del país. Cepeda tenía claro lo que significaba el discurso de los comandantes paramilitares del congreso: era la entronización de un proyecto político y militar, eso significaba la entronización de Uribe. En los años venideros la labor de magistrados como Iván Velásquez y de la sociedad civil sirvieron para descubrir que ese congreso más del 30% de sus integrantes habían sido elegidos con la ayuda de las AUC. Cepeda también identificó en ese discurso de los paras la satisfacción, el orgullo de saber que habían ganado, de que, a pesar de sus crímenes, se impondría la impunidad. Estaban seguros que nos someterían a una nueva gobernanza de país.
La memoria, cuando no está debidamente documentada, es frágil, y, después de todo lo que ha pasado, se ha olvidado que en esos dos primeros años del gobierno Uribe se vendía la narrativa de cuento de hadas de los paras. Ellos eran los salvadores del país, los que habían evitado que esto se convirtiera en una nueva Cuba. No importaban las cabezas cercenadas, los cuerpos hinchandose en los ríos, los niños sin familia, lo que importaba es que el comunismo no aterrizaría en Colombia. Pero, después de la visita de los paras al Congreso alfiles que hasta ese momento eran incondicionales a Uribe, como Gina Parodi, empezaron a cuestionar al uribismo. A partir de allí, a pesar de las encuestas, siempre favorables a quien llamaron El presidente eterno, empezarían los años tormentosos para él. Su pelea con la Corte Suprema, representada en la confrontación con Iván Velásquez y con la izquierda y todo aquel que no decidiera arrodillarse a su paso, empezaría a minarlo.
Como lo dice el propio Cepeda “El proyecto de Uribe tenía un talón de Aquiles y este era que carecía de escrúpulos morales”. Es que en su momento el gobierno contaba con el DAS y las Fuerzas Militares como elementos de opresión contra las voces que lo criticaban.
Un primer encontronazo entre Cepeda y Uribe fue desde la presión que estaba ejerciendo el Movice para evitar que siguieran extraditando a comandantes paramilitares sin que pudieran contar la verdad. El primer gran logro de Cepeda y que le habrá sacado unas canas a Uribe fue aplazar la extradición de Macaco, este comandandante fue el primero de las AUC en ser extraditado a los Estados Unidos.
Al escuchar el testimonio de Carlos Mario Jiménez, alias “Macaco”,en la Alpujarra de Medellín, Capo del cartel del Norte del Valle quien financió a los paras y terminó metido dentro de las AUC, comandando el Bloque Central Bolívar en el que llegó a manejar un ejército de 1922 hombres, sus declaraciones en Justicia y Paz fueron fundamentales para que Iván Cepeda entendiera cómo era el engranaje entre paramilitares, empresarios, ganaderos y políticos. Apenas veíamos la piel de la bestia. Macaco duró unas semanas viviendo en un buque cárcel en altamar. Su abogado, Henry Rodríguez, llegó una vez a una audiencia vestido de buzo, para criticar lo difícil que era defenderlo en esas condiciones.
Pero al final se lo llevaron a los Estados Unidos, como a la mayoría de los otros comandantes y todo por orden presidencial. Si los miembros del MOVICE, pensó Cepeda, querían saber la verdad, necesitaban viajar a las cárceles norteamericanas. Sobre el 2009 empezaron a llegar las cartas de Salvatore Mancuso. Después de una discusión con el movimiento de víctimas se organizó un grupo para viajar a EEUU, estaba compuesto por Danilo Rueda y Piedad Cordoba. Para Cepeda, ver a Mancuso vestido de naranja, el uniforme de los presos, fue impactante. El contraste con el emperador bien trajeado que miraba con la altivez de sus dos metros, con este hombre afable, de saludo fácil, fue absoluto. El ex comandante le tendió la mano y Cepeda se la dejó extendida.
La visita tenía como objetivo poder dejar claro la relación entre Estado y paramilitarismo. Esta visita a Mancuso, al Tuso Sierra y a otros comandantes presos en Estados Unidos les dio luces por donde seguir. Las cuerdas para tirar. Mancuso habló durante horas y uno de sus temas de conversación fue como ayudaron a Uribe a ser presidente y como ellos en retribución les brindaron las garantías de éxito a la Seguridad Democrática. Según Iván Cepeda, El Tuso fue particularmente elocuente. Como buen paisa fue bien descriptivo sobre su infancia en Andes, y sobre como fue su relación con los hermanos Rendón, con los Gallón que fueron socios de Uribe y después de 1996, cuando ocurre el robo de seiscientas cabezas de ganado y la quema de la hacienda por parte del ELN, pasaron a comprarle Las Guacharacas a Uribe. Se escucha por primera vez que en ese lugar se preparó y se entrenó al bloque Metro. El Tuso Sierra habló a cambio de nada, ¿se lo pedía su consciencia? Lo único que necesitaban eran las más elementales gestiones de protección. Cepeda les creyó y les sigue creyendo por una razón muy sencilla: es difícil mantener la misma versión desde hace 15 años. Nadie los ha podido contradecir.
Cepeda obviamente escuchó a hablar de Uribe durante su polémica gobernación de Antioquia pero, mientras estaba en su exilio europeo, entre el 2000 y el 2002, le empezaba a llegar información sobre este paisa de andurriales que decía desayunar buñuelo con café cerrero. Una amenaza para la clase política bogotana. A Cepeda le traía preocupación su pasado de hacendado y la capacidad de conectarse con la gente lo que hizo que en pocos meses de campaña presidencial pasara de ser un eficiente gobernador de Antioquia y un senador muy destacado, a ser considerado realmente como el sucesor de Andrés Pastrana en las elecciones del 2002. Su discurso contra el proceso de paz del Caguán fue muy eficiente y disparó su popularidad a pesar de lo que decían las primeras encuestas. Arrasó en primera vuelta con el que parecía iba a ser el presidente en esas elecciones, el liberal Horacio Serpa. Desde Europa Cepeda leí libros como La biografía no autorizada de Uribe, escrito por Joseph Contreras, editor de Newsweek para Latinoamérica y las referencias no eran buenas. Personalmente lo conoció recién llegó del exilio en el año 2003. Se hizo una reunión con la sociedad civil en donde se le contaría las preocupaciones que generaban sus políticas de seguridad en cuanto a impacto a las comunidades. Uribe parecía tan inofensivo como un sacerdote de pueblo. Según lo cuenta Iván Cepeda llegó a la reunión condescendiente. A las mujeres de las organizaciones sociales las trataba de “hijitas” a los hombres de “doctores”. Hablaba bajito, como un labriego bueno y humilde. Llegó un momento en que la situación era tan bizarra que una mujer le pidió igualdad en el trato. Inmediatamente pasó de ese tono pausado a la ira. Empezó a tratar a los miembros de las organizaciones como si fueran terroristas. La sesión duró media hora. Les quedaba claro quien era el presidente.
Mientras Uribe se convertía en el presidente con mayor popularidad en el siglo XXI Cepeda inició su carrera política en firme desde el congreso, sin abandonar la investigación. Atraído por la figura de Uribe escribió el libro A las puertas del Ubérrimo. Su método lo obligaba a ir al lugar donde ocurrían los hechos y se quedó impactado al ver los contrastes de Córdoba, en donde habían grandes señores como Uribe que tenían haciendas tan grandes que habían pequeños poblados en medio de ellas. La desigualdad era brutal, los campesinos que no tenían nada.
Por eso, cuando viajó a las cárceles de Estados Unidos, a escuchar la verdad que necesitaban saber las víctimas del paramilitarismo y que el gobierno Uribe se los había negado el velo cayó de sus ojos. El nombre Uribe aparecía constantemente en el relato. ¿Por qué no se había escuchado a estos comandantes paras? ¿Por qué nadie los había tomado en serio?. Parecía que testimonios, como los que contaban al detalle la creación del Bloque Metro, quedaran instalados como el producto de una alucinación colectiva.
Es entonces cuando a Cepeda le llega la notificación de que Pablo Hernán Sierra, un paramilitar mejor conocido con el alias de “Pipintá” quería hablar con él. En ese momento estaba en la cárcel de Itagui. El recorrido del hoy senador Iván Cepeda por las cárceles del país tiene que ver con su preocupación por la situación extremamente frágil que sufren los presos del país. Siempre fue un tema que tenía que ver con la protección de los derechos humanos de los presos. Pero Sierra tenía información sobre Uribe y su participación en la creación del proyecto paramilitar en Antioquia. Iván Cepeda lo escuchó.
Sierra, con la elocuencia del paisa, es quien le habla del que es considerado el testigo estrella del caso Uribe, Juan Guillermo Monsalve, a quien le decían Guacharaco porque se había criado en esa hacienda de los Uribe y quien, afirmó, fue miembro del Bloque Metro y se hizo como paraco siendo entrenado en esa propiedad a comienzos de los años noventa. Las pruebas las tenía, una de ellas era una foto de él vestido con el uniforme de las AUC en las Guacharacas. Cepeda viajó a San Roque, municipio donde está ubicada la hacienda y comprobó que efectivamente la foto era real. Esa foto aparece en el libro de Olga Behar llamado los Doce apóstoles que involucra al otro Uribe Vélez, Santiago, con la creación de un grupo de limpieza social en el pueblo de Yarumal.
Todos esos pueblos, San Roque, Yarumal y Amalfi tenían en común, en los años noventa, el surgimiento de grupos paramilitares. se gestó el paramilitarismo. En el relato de Monsalve aparecen los hermanos Gallón -quienes incluso estuvieron implicados en el asesinato de Andrés Escobar, los hermanos Villegas y los Uribe Vélez como los grandes artífices de la creación del Bloque Metro.
En el 2011 las grabaciones del testimonio de Monsalve y de Sierra se los pasa Cepeda a Vivianne Morales quien era la fiscal general durante el primer año en el que Santos era presidente. El propio comandante conocido como “Pipintá” quería hacerle llegar ese testimonio a la fiscalía y Cepeda lo hace.
Morales se tomó en serio la investigación e incluso abrió un caso contra Uribe que involucra la creación del Bloque Metro con las masacres del Aro, la Granja y el asesinato de Jesús María Valle. Cepeda además de haber entregado las grabaciones a la fiscal Morales hizo una rueda de prensa y contó lo que había escuchado. Uribe, ya como ex presidente, preparaba la creación de su propio partido político, el Centro Democrático y una posible candidatura al congreso.
Lo que contaba Cepeda era una espina en la garganta de Uribe. Por eso lo demandó la primera vez en el 2012. Dos años después Cepeda hace un candente debate en el Congreso en donde intenta probar que Uribe fue el creador del Bloque Metro.
En un episodio que retrata los impulsos de Urib, quien ya era senador, salió del congreso, cruzó la plaza de Bolívar e impuso una demanda por manipulación de testigos contra Cepeda. El senador, que en ese entonces militaba en el Polo Democrático, temía que su destitución fuera inminente.
La Corte duró entre el 2014 y el 2018 buscando pruebas para tomar una decisión. Cuatro años después, como un boomerang, a Uribe se le devuelve la investigación: es acusado de haber cometido el delito de manipular testigos. Empiezan a aparecer nombres de abogados asociados con mafiosos y ex paras. Se le abre investigación a Uribe. Cepeda es inocente. Pero cada victoria viene acompañado de una derrota, ese año el senador fue diagnosticado con cáncer. Todas las luchas que dio por la paz, sobre todo su participación en la mesa de diálogo en La Habana con las FARC, lo debilitó. Ni hablar Del pulso con Uribe. En el 2019, por primera vez en la historia de este país, un presidente tiene las suficientes pruebas en su contra como para ir a juicio. Además es detenido. Renuncia a su curul en el senado para ser juzgado por alguien muy cercano a él, Francisco Barbosa, quien era en ese momento Fiscal. Desde entonces está en esa pelea.
Dos horas dura la conversación, Cepeda debe ocuparse de sus perros quien no paran de ladrar pidiéndole que los saque al parque. Con mucha cortesía nos da señales de que está agotado. Al otro día estará en la marcha del 1 de mayo en donde Petro, sacando la espada de Bolívar, radicó las 12 preguntas que compenden la consulta popular. Entendemos y nos vamos. No alcancé a tomarme el vaso de agua que me dio.
Antes de irnos deja flotando una frase “Yo no odio a Uribe, mi objetivo no es el que él vaya a la cárcel, lo que quiero es que se sepa la verdad”.
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