Por: Laura Bonilla
El debate en torno al Nobel de Economía, James Robinson, y su supuesto apoyo o rechazo a Petro, según se interprete, refleja la superficialidad de la discusión pública en Colombia. En lugar de centrarnos en las ideas de Robinson sobre la debilidad institucional del país, nos dejamos arrastrar por las pasiones políticas, moldeando la realidad para que encaje en opiniones cada vez más estrechas y mezquinas. Lo preocupante no es el diagnóstico, que ya conocemos, sino nuestra incapacidad para implementar soluciones efectivas.
Colombia se parece mucho a Liliput, el país de gente pequeñita que visita Gulliver. Frente a una verdad gigantesca, como la falta de capacidad institucional, reaccionamos con acciones insignificantes: talleres para funcionarios que cambian cada cuatro años, en el mejor de los casos. El esfuerzo no corresponde a la magnitud del problema, pero seguimos repitiendo los mismos errores porque es lo que siempre hemos hecho. Ni siquiera la visión más ambiciosa de Petro ha logrado romper este ciclo.
Este drama perpetuo beneficia a la clase política, que se alimenta de los "ismos". Como no tenemos la capacidad para mejorar la educación o las vías que conectan las zonas rurales, recurrimos a los "proyecticos". Son proyectos pequeños, como la construcción de placa huellas o capacitaciones sin indicadores de impacto ni ambición real. Este círculo vicioso impide que las instituciones locales se fortalezcan. Cuando alguna empieza a aprender cómo obtener buenos resultados, el cambio de gobierno llega y todo vuelve a empezar.
Para ilustrar la ridiculez del sistema de gobierno, imaginemos un nuevo gobierno departamental. El primer año se dedica a nombrar a su equipo, repartiendo cargos entre operadores políticos y resolviendo cómo financiar las deudas de campaña. Mientras tanto, los funcionarios de planta, que representan solo el 20% del personal, se ven frustrados por la rotación constante de contratistas.
El 80% del equipo lo componen contratistas, cuya continuidad depende de la recomendación de un político. Algunos son eficientes, pero muchos solo son cuotas políticas. En este proceso, gran parte del presupuesto de inversión se gasta en contratación. Finalmente, quedan pocos recursos para los proyectos. Alrededor del tercer año, cuando se contratan operadores para ejecutarlos, las elecciones ya han comenzado y gran parte del equipo se distrae, ya que su empleo depende del resultado electoral. Así, un proyecto planeado para cuatro años termina ejecutándose en menos de uno.
Al final, el presupuesto se destina a actividades superficiales como talleres y capacitaciones, mientras los problemas estructurales permanecen sin solución. Cuando alguien señala este problema, hay dos posibles respuestas: la primera es acusarlo del "ismo" de turno (santista, petrista, etc.), y la segunda es aceptar cínicamente la situación y seguir haciendo lo mismo porque “es lo que hay”. Peor aún, algunos organismos de control, también al servicio de la clase política, no acusan al gobierno de no ejecutar correctamente, y los libertarios –de moda actualmente– acusan de una sobreoferta estatal cuando en realidad no hay capacidad de implementación.
En una reciente entrevista, James Robinson trató de mostrar esta paradoja, y recibió ambas respuestas. Lo que en el fondo estaba diciendo tiene sentido: Colombia no necesita burocracias de izquierda o derecha, necesita burocracias eficientes y localizadas. Necesitamos entender qué forma debe tomar la presencia institucional en los territorios antes de decidir cómo fortalecerla. ¿Es una oficina de la alcaldía por corregimiento? ¿Son agencias territoriales? ¿Son programas públicos descentralizados? ¿Es acceso al empleo público fuera del control de los clanes y clientelas políticas?
Es difícil no estar de acuerdo con esto. Pero, y aquí va una crítica al actual gobierno, no hay mayor liliputiencia que esperar resultados diferentes cambiando personas mientras se conservan las mismas prácticas. Aquí, el dinero de inversión del plan de desarrollo también se está yendo en talleres, eventos y proyecticos. Esperemos que no me gradúe de "Robinsonista."
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