Por: Iván Gallo - Editor de Contenido

Es cierto, Gustavo Petro difícilmente puede contestar un wasap. No importa qué tan cercano seas, jamás te lo contestará a tiempo. Es cierto, es incumplido. A veces disperso. Su ambición es demasiado grande para las 24 horas que tiene un día. Hay jefes que son así y pueden tener una ventaja: si él nombra a alguien en un puesto clave es porque confía plenamente en él. Por eso jamás pudo conciliar con un politiquero como César Gaviria, que vive de cuotas. Petro cree en las ideas. Cuando dio a conocer su primera cartera ministerial muchos pusieron el grito en el cielo: ¿Qué hacía Patricia Ariza -la teatrera, decían con desprecio- de ministra de cultura? ¿Quién era Susana Muhamad? Los ministros que más sonaron fueron Alejandro Gaviria, en educación, Cecilia López en agricultura y Ocampo en economía. Quería transmitirle a los sectores más radicales y retardatarios del país que él no convertiría a Colombia en una nueva Venezuela. Con Cecilia López las cosas no funcionaron porque Petro tenía afán de devolverle las tierras a los campesinos y López creía en la burocracia. Además, era justo tener miedo, ir con procesos normales y no correr algún tipo de riesgo judicial. Gaviria, a pesar de ser un gran lector de Phillip K Dick, es un hombre tibio al que el progresismo no le calza bien. Y Ocampo resistió lo que tuvo que resistir. Pero ninguno de ellos puede decir que el presidente no les dio la libertad de desarrollar un plan inicial. Nada estanca más que un jefe obsesionado por las reuniones.
Y Petro es un humanista. Le gustan los discursos, la palabra, así a veces caiga en la grandilocuencia. De muy joven tuvo que dejar su natal Cienaga de Oro, en donde escuchaba los relatos de su abuelo, un soldado de Garibaldi que recayó en Córdoba huyendo de las nostalgias de la revolución, para irse al frío de Zipaquirá, a estudiar en el mismo colegio donde trasegó, cuarenta años antes, Gabriel García Márquez. Quería comerse el mundo e hizo lo que un joven con espíritu exaltado podría hacer en esa época: meterse al M-19, la obra de un poeta como Jaime Bateman en donde todos los aspectos de la vida nacional cabían. Sus enemigos más acérrimos afirman que secuestró y mató. La verdad es que a Petro lo ubicamos en el M-19 haciendo obras sociales como el barrio Simón Bolívar de Zipaquirá en donde nació uno de sus más enconados detractores: el campeón del Tour de Francia Egan Bernal.
En el EME hizo política, y luego promovió, junto a Pizarro, el desarme de esta guerrilla, luego fue constituyente, fracasó varias veces en cargos de elección popular hasta que en la primera década de este siglo fue senador y desde allí combatió a poderosos como Mario Uribe, primo del expresidente Alvaro, y fue la estrella en el congreso contra la parapolítica. Su verbo encendido lo hizo famoso. Por el 2004 el Canal Institucional empezó a transmitir las sesiones del Congreso. Cuando Petro tomaba la palabra en lugares como Córdoba, la tierra de Mancuso, se paralizaba el día para ver a quien nombraba el senador.
Como alcalde de Bogotá se metió en problemas con el entonces Procurador Ordoñez. Lo destituyeron, peleó con Robledo y se salió del Polo por las sinverguenzadas que le permitieron a los Moreno brothers, se lanzó a la presidencia y obtuvo en el 2018 8 millones de votos, una cifra histórica. Luego, en el coronavirus, casi muere en Florencia, Italia, pero regresó con bríos a ser presidente con una votación de 11 millones de personas. Ha pasado lo que se preveía, los grupos económicos angustiados por reformas como la de la salud y la laboral que les quitan las suculentas tajadas que este sistema les ha permitido, ha expresado públicamente su dolor por lo que pasa en Palestina, ha llamado genocida a Nentayahu -la Corte Penal Internacional también- y esto le ha costado el encono del banco más poderoso de Estados Unidos, el JP Morgan quien amenaza con bajarle la calificación a Colombia. Y también se ha metido con las multinacionales que han saqueado los recursos naturales y económicos al país. Petro mandó a parar y ese es un problema muy grande.
Y aún así su imágen es tan baja como la de Santos o Duque, que tenían comiendo de la mano a los grandes grupos económicos. Para el 2025 espera tener por fin las mayorías en el congreso y dejar legado con sus reformas. Sabe que el único legado que no puede dejar es el “Quise hacer y no me dejaron”. Debe dejar la piel para lograrlo. Confiemos en su terquedad. Seguro lo logrará.
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