Por: Guillermo Linero
Escritor, pintor, escultor y abogado de la Universidad Sergio Arboleda
La ‘petrotusa’ es un término propagado en las redes sociales por cuatro congresistas uribistas, yo diría que de manera forzada, para divulgar la falsa noticia de una estampida de petristas que, según ellos, están decepcionados del presidente porque no gustan de la reforma tributaria; es decir, y de ahí el fundamento de la falsedad, porque les molesta que el presidente les esté cumpliendo con las promesas realizadas en campaña.
No obstante, por falsa que fuere esa versión, está prendida de una mínima realidad –de una coyuntura inocua, diría un político serio–: las declaraciones del exministro de hacienda Rudolf Hommes, las del analista económico Salomón Kalmanovitz y las del presidente de la Andi, Bruce Mac Master. Tres respetables personalidades del país que sin ser izquierdistas ni petristas, no se aunaron al Pacto Histórico, sino simplemente decidieron votar contra Hernández. No obstante, con sus críticas no han explicitado que hayan quitado su respaldo al presidente Petro; pero lo que sí han hecho –y ahí están las noticias sobre ello–, es sugerirle que atienda opiniones divergentes acerca de algunas fórmulas de aplicación económica.
Valga decir que estos tres economistas de lujo –Hommes, Kalmaovitz y Bruce Mac Master– son más dignos de fiar, pensando en la sensatez que han demostrado sobre la realidad nuestra, que los mismos representantes del Partido Liberal, de Cambio Radical, y del Partido Conservador, quienes se declararon partidos de gobierno y, con mucho riesgo para la estabilidad del país, están fungiendo como defensores acérrimos de los intereses de quienes, habiendo administrado a Colombia por más de cien años, la dejaron en la ruina económica y en la vergüenza humana.
Con todo, el aprovechamiento político de la llamada oposición “inteligente” es tan inofensiva en su veneno que con semejante falsedad pretende demostrar a raja tablas cómo tras esos tres nombres hay una gran cantidad de petristas desilusionados. No obstante, cabe pedirles a esos respetados opositores que nos digan dónde están esos nadie despechados, ni cuál es la causa de sus decepciones; porque, que se sepa, a ellos no los representa Bruce Mac Master.
Valga decir que históricamente los reclamos a los gobernantes por no haber cumplido las promesas, casi todos han ocurrido después de los primeros cien días de gobierno y se han vuelto problema de protesta social transcurridos dos o tres años. En su caso, el presidente Petro, sin haber cumplido tres meses todavía en el poder, ya ha asegurado las riendas a todos sus propósitos de gobierno.
Pero, ¿por qué el presidente insiste en su reforma tributaria? Es apenas obvio que los gobernantes suelen anunciar grandes objetivos desde sus plataformas electorales, y así lo hizo Gustavo Petro durante su campaña, por ejemplo, con la no explotación de petróleo y de gas, o la entrega de tierras a cientos de miles de campesinos para que las trabajen honradamente, o las ayudas a las personas de la tercera edad y a las mujeres cabeza de familia. En fin, promesas incluso que bosquejan desde una nueva identidad nacional –la igualdad y vivir sabroso– hasta la construcción de un nuevo país –la paz total y los encuentros comunales–.
En fin, cambios que solo pueden llevarse a cabo con la creación de impuestos que involucran a toda la población en un único proyecto: el progreso de todos los colombianos. Por mi parte, poco sé de asuntos tributarios y mi economía está por debajo de la privilegiada línea social obligada a pagar impuestos. Sin embargo, tal condición, antes que quitarme la percepción de la realidad, me la afina; al menos para medir el nivel de inhumanidad de quienes cuestionan la reforma tributaria, como el expresidente César Gaviria, cuya vida no es sino la disciplina de un insaciable acumulador.
Desde que fueron inventados por los reyes mesopotámicos, los egipcios y los chinos, y desde que fueron determinados por los romanos, de donde nos proviene el criterio de cómo y para qué usarlos, pero sobre todo a quiénes cobrárselos, los impuestos se han asimilado, precisamente, en calidad de sacrificio. Y se han aceptado, con o sin reparos, por la sola necesidad supra personal de adquirir y sostener la cosa pública, que no la “cosa nostra”, como la han tratado nuestros gobernantes mafiosos.
En efecto, los impuestos siempre han significado un sacrificio leve, si están cumplidos los fines esenciales del Estado, y aleve cuando la situación de escasez es de extrema urgencia por causa, digamos, de una guerra, de una hambruna o por la fallida administración de un gobernante, como es el caso del país recibido por el presidente Petro. Un país con un desmesurado desempleo, con una alta inflación y cundido de pobreza. No exageraba Alejando Gaviria –hoy ministro de educación– cuando al referirse a la deprimida realidad social del país, la asemejó al inminente estallido de un volcán.
De modo que si deseamos evitar el estallido social, no queda otra solución que la imposición de políticas de equidad, aplicando la forma aleve de los impuestos; es decir, atesando todos los cinturones posibles y poniéndonos en modo urgencia.
Bajo tal perspectiva no veo cómo negarse a los planes tributarios del gobierno, si estos involucran estabilidad para todos, incluso para quienes –siendo pocos– siempre les alcanza el dinero para presumir con lujos su estabilidad; es decir, gente de esa a la cual le talla el vestido del típico egoísta, definido por Unamuno como alguien que defiende y exalta sus intereses y sus cosas, pero se descuida a sí mismo.
Lo cierto es que los impuestos –no es vano su nombre– se imponen. Tienen la particularidad de ser exigibles y obligatorios. La imposición en Teoría del Estado hace referencia a que en asuntos de necesidad general, prima la autoridad sobre el interés de los particulares. Los ciudadanos han de saber que de tal condición emana la responsabilidad de la ciudadanía. De tal suerte, la responsabilidad está basada en el marginamiento de la autodeterminación de las personas particulares, o lo que es igual, en la comprensión de que, querámoslo o no, lo social nos hace menos libres; pero la libertad sumada a la autodeterminación de las personas ya se sabe que produce pura barbarie.
*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.
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