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Fernando Vallejo, tan lejos del infierno, tan cerca de la inmortalidad

Por: Iván Gallo - Editor de Contenidos




Decía Sábato, casi de manera candorosa, como si le fuéramos a creer, que él había escrito más de veinte novelas pero que casi todas terminaron quemadas. Era tan perfeccionista que sólo quedaron tres: El Túnel, Sobre Héroes y Tumbas y Abaddón el exterminador. Rulfo apenas pudo hacer un puñado de cuentos y luego una novela corta, Pedro Páramo, en donde puso a los muertos a caminar. No se necesita tener una gran obra para pasar a la inmortalidad pero tampoco está mal ser prolífico. Un escritor escribe, muy a su pesar y a veces escribe lo mismo y está bien. Disfruto mucho cada libro suyo y no los juzgo. Al contrario, los disfruto, desde los últimos, los que la crítica colombiana, abombada, terca, cursi, bogotana, ha tomado con dos deditos para no ensuciarse mucho. Tanto Memorias de un hijueputa como La conjura contra Porky me parecen dos cantaletas maravillosas, escandalosamente actuales. Se nota que a Vallejo el método consiste en leer mucho Celine y combinarlo con grandes dosis de chismes de internet. Estoy seguro que no se pierde los streaming de Vicky Dávila.


Vallejo puede hacer lo que quiera porque su lengua viperina no lo llevará al infierno sino al paraíso de los grandes autores, algo que para él debe ser muy angustioso: imagínense a este antioqueño sin ínfulas de nada tener que pasar la eternidad al lado de los grandes literatos de todos los tiempos, con sus poses, sus dejos en francés, su egomanía. Pero eso es lo que le va a tocar hacer. En el año 2002 publicó una novela sobre su hermano Aníbal, al que el SIDA lo devoró en unos tantos meses. Era la única persona de su familia con la que se sentía cercano. A sus hermanos siempre los despreció por paisas, por ruidosos, de su mamá siempre creyó que era una aprovechada que vivía de la energía que le daban los más jóvenes. La novela se llamó El Desbarrancadero y como todas las grandes obras de la literatura, era más que sobre la degradación de una familia que vivía entre Boston y Laureles sino sobre un país que se iba a la mierda.


Si tuviéramos que enseñarle a un marciano la situación en la que estaba Colombia a comienzos del siglo XXI habría que leerle en voz alta este monólogo que tiene la estructura en bloque de la cantaleta de una mamá paisa. Una cantaleta que va hasta lugares sórdidos de Bogotá en donde Aníbal, delirante de bazuco y aguardiente, dejaba abiertas las llaves de todos los grifos para inundar su apartamento y el del vecino y que todo el mundo se jodiera. El recorrido de Fernando y Aníbal en viejos Ford, por Junín, buscando peladitos como si fueran un par de vampiros, la retahíla contra los equipos de sonido a todo taco vomitando vallenatos, y la lucha del pobre Fernando intentando pararle la diarrea a un infectado de VIH que ya no tiene redención. Como Colombia.


El desbarrancadero significó para Fernando la ruptura definitiva con el país y con los Vallejo. Buena parte de su familia no aceptó la manera como se refería a su mamá. Esa reacción queda plasmada en el sensacional perfil que hizo Luis Ospina sobre Vallejo llamado La Desazón Suprema.


A sus 82 años regresó a Medellín, sigue diciendo que se va a morir pero hierba mala difícil muere. Al contrario, le va a tocar quedarse por estos lados acaso para siempre. Este jueves 12 de septiembre se hizo público que el Desbarrancadero, que en inglés fue traducido como The Abyss, es uno de las diez novelas nominadas para ganarse el National Book Award 2024. Vallejo comparte la lista con autores de renombre como Fernanda Trías, con Pink Slime, y Fiston Mwanza Mujila, con The Villain’s Dance. The National Book Foundation anunció que los ganadores se conocerán el 20 de noviembre durante una ceremonia en Nueva York.


No sabemos se irá Fernando a eso. Cuando esta novela recibió en el 2003 el Romulo Gallegos en Venezuela casi quedan detenidos allí porque apenas se bajó del avión -acompañado de su pareja David Anton y del intelectual Mario Jursich- no hizo sino despotricar contra Chávez. Es un provocador inacabable y maravilloso. Ganarse este premio sería el colofón a una carrera con la que los críticos colombianos, acostumbrados a ejercicios estilísticos menos emocionantes, como los de la señora Sanín y el señor Vásquez, se han sentido incómodos.


Vallejo igual no necesita de ningún premio para ser un clásico. Así espere con ansias la parca ya debe estar entendiendo que jamás morirá. Los viejos dioses nunca mueren.

1 Comment


hoyoci7615
Sep 13

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