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Fútbol femenino: lo que se esconde tras el triunfo de la selección profesional de mujeres

Por: Miguel Ángel Rubio, Coordinador Escuelas de Liderazgo Juvenil

Línea Jóvenes en Riesgo y Participación Juvenil


“Siendo mujer, hablamos de igualdad de remuneración todo el tiempo.

No estamos hablando de si eres negra o latina”

Megan Rapinoe, capitana de la selección

estadounidense de fútbol femenino

En el año 2020 en el portal La Cola de la Rata, escribí una columna titulada Autogol acerca de la descalificación de Colombia a su candidatura para ser sede del mundial de fútbol femenino en 2023. De esta, excusándome por la auto citación y abusando de los lectores, retomaré algunas ideas que siguen teniendo vigencia sobre el debate y la defensa en la igualdad de género para el fútbol colombiano.


La discusión de fondo de esa columna no fue propiamente la defensa en la igualdad de género en el fútbol colombiano, era apenas un pretexto para mostrar las inequidades salariales, el machismo que aún impera en sus rangos directivos y la concepción de juego que sigue siendo bajo las normas dictadas por una asociación eminentemente de mayorías masculinas, esto para decir que ni una sola mujer conforma el consejo directivo de la Federación Colombiana de Fútbol, apenas 6 de entre 36 miembros del consejo de la FIFA, organismo rector mundial del llamado deporte rey, son mujeres, y tan solo una mujer hace presencia en el consejo de la CONMEBOL.


Esta poca presencia de las mujeres en los organismos rectores del fútbol, tanto a nivel mundial como local, es lo que impide que sus decisiones o criterios se direccionen a fortalecer y equiparar las condiciones de juego, salariales, y de infraestructura logística del fútbol entre hombres y mujeres; eso sin contar con las pocas entrenadoras de equipos femeninos, pues en su mayoría los equipos de fútbol femeninos son entrenados por hombres y apenas un 27,94% de los equipos femeninos son dirigidos por mujeres. Este porcentaje se da en países con ligas futboleras fuertes como Alemania, España, Inglaterra, y Estados Unidos, este último que, además, tiene en su selección la que es considerada la mejor jugadora del mundo, Megan Rapinoe, no solo excelente en el campo de juego, sino aguerrida en temas polémicos como la defensa por el derecho al aborto en su país, la diversidad sexual y la igualdad de género. Un referente deportivo para las feministas de todo el mundo.


La ocasión vuelve a ser propicia para tocar el tema. El pasado lunes 25 de julio la tricolor femenina ganó 1-0 a la selección argentina en el marco de la Copa América Conmebol Femenina, realizada en Colombia, resultado que le permitió clasificar a la final y que, de ganar, le dará un cupo directo al mundial de fútbol femenino a jugarse el próximo año en Australia y Nueva Zelanda.


Mucha alegría en redes y en los informativos deportivos de los noticieros por este triunfo, que esconden más de lo dicen, que blanquea un problema latente en el balompié femenino y que sirve como cortina de humo para suavizar una vez más el fracaso de los directivos de la Federación Colombiana de Fútbol respecto a sus posturas sobre las mujeres en el fútbol.


El primer problema que queda escondido en el olvido de los seguidores de la categoría femenina, es el del veto a jugadoras como Natalia Gaitán, Vanessa Córdoba, Daniela Montoya, Isabela Echeverry y Yoreli Rincón, quizá nuestra mejor jugadora en la historia, quienes años atrás tuvieron la valentía de denunciar el trato inequitativo que salarialmente se les da a las futbolistas profesionales. Según la excapitana y hoy jugadora del Sampdoria de Italia, a una jugadora profesional de fútbol se le paga apenas el 1% de lo que se le paga un jugador hombre profesional de un equipo de la liga nacional, cuando incluso sus desempeños son mucho más cuestionables que los de las aguerridas futbolistas, quienes dejan todo en la cancha para que apenas un canal regional de televisión cerrada transmita los partidos. Los partidos de la selección de varones son transmitidos en horarios prime time por los canales de televisión abierta, con todo el despliegue publicitario del caso.


Adicionalmente, las denuncias sobre acoso sexual de parte de miembros del cuerpo técnico a las jugadoras, también lideradas por Rincón y las demás mencionadas, generaron un vórtice de reacciones sexistas que llevaron a la atrabiliaria y conservadora élite masculina, en cabeza de Ramón Jesurún, a vetar con su poder omnímodo a estas valientes y talentosas jugadoras que han pagado un precio alto por decir lo que piensan, reclamar derechos justos y pedir cabezas ante los abusos de los directivos.


El problema es también estructural. La liga futbolística de mujeres en el país ha sido incipiente, se han realizado apenas unas cinco versiones, con poco patrocinio por parte de la FEDEFUTBOL, salarios exponencialmente más bajos, cuando no inexistentes, y poco despliegue mediático.


Al respecto, la Dimayor, organismo rector del fútbol en el país, anunció que no habrá liga femenina de fútbol en el segundo semestre, que, si acaso, se organizará un torneo amateur, además aduce dificultades económicas de gran número de equipos para presentar plantel profesional femenino, lo que pone en riesgo la posibilidad de profesionalizar cada vez más a las jugadoras mujeres, de generar patrocinios económicos fuertes que permitan pagar salarios dignos para que podamos ver estadios a reventar con jugadoras siendo tan adoradas como Falcao o James en todo el país.


La Copa América Femenina debe ser entonces, no solo el escenario para ver triunfar a nuestras jugadoras y disfrutar de su buen nivel futbolístico, sino además la ocasión para que los aficionados al fútbol, tanto el fútbol estandarizado de varones como el de mujeres, se vuelquen en una presión creativa y apoyo irrestricto para que las directivas desde sus decisiones mejoren los salarios, paren los abusos y acosos sexuales a las jugadoras, garanticen viáticos y condiciones dignas, transmitan los partidos por televisión abierta y, sobre todo, levantar el veto a las grandiosas jugadoras que han quedado por fuera tan solo por pararse duro y no dejarse hacer goles indignos de la dirigencia.

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