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En los zapatos de mi hijo

Por: Giorgio Londoño Medina. Investigador Nacional PARES.


Mi nombre es Beatriz Méndez Piñeros. Soy madre de Wéimar Armando Castro y tía de Eduard Benjamín Rincón Méndez, dos jóvenes de 19 años que un 21 de junio de 2004 salieron a dar una vuelta y no regresaron jamás.


No era costumbre que se quedaran por fuera, pero mi sobrino le pidió permiso a su mamá para salir con unas amigas, ella le dijo que no se demorara porque estaban haciendo unos collares juntos, y salió.


Y yo, inocente en el campo…


Ese fin de semana, era el día del padre y mi hijo no me acompañó porque estaba donde mi hermana. Mi cuñado para mí hijo era como su padrino, su tío, su amigo, su papá. Mi compadre ha sido como un hermano: muy especial con mis hijos y conmigo, y entonces querían darle la sorpresa. Él manejaba un bus y la idea que tenían con el primo para cuando llegara de trabajar era celebrarle haciendo como que ellos eran los chefs y meseros, para hacer ese día muy especial.


Entonces ese día cuando mi sobrino ya se iba a ir, como que cayó en cuenta de que algo le faltaba, se devolvió y le dijo a mi hijo: camine me acompaña. Lo que me cuentan es que él primero dijo que no, que no, que la tía no le había dado permiso, pero luego sí se decidió. Cuentan que el primo le dijo una frase, que le dijo “camine ¿o me va a dejar morir?” y entonces fue a pedir permiso con la condición de que lo esperara a que se bañara -es que eran muy, muy apegados porque él se crió solito hasta los 11 años; fue el consentido-.


Yo me imagino que fue a donde mi hermana y, como él siempre era, le debió haber dicho, como me decía a mí: «¿Shí, mami, shí? deme permiso», como cuando quería algo. Mi hermana entonces le dijo que sí, pero que, en serio, no se demoraran porque llegaba el papá… Ciudad Bolívar en ese tiempo estaba complicado y que los muchachos salieran hasta tarde en la noche no era normal.


Y así, se fueron, y mi hermana siguió con su labor artesanal. Luego de que salieron, mi hermana dice que subió al baño y dijo: ¡ay, Weimar! vea, se bañó, dejó el jabón derritiéndose en la pileta y dejó la ropa en el suelo. Espere que venga y verá. Y no. Se quedó con las ganas de regañarlo. No regresaron…


Entonces ese fin de semana yo no estaba con ellos, me fui con mis dos hijos más pequeños porque estaban en vacaciones de mitad de año y siempre, si tengo un espacio, me voy para el campo a acompañar a mi mamá, a llevar a mis hijos al columpio, a que tomen leche… bueno, a que prueben las delicias del campo, que es algo muy bonito.


Ese martes, como no llegaron, empezó mi hermana a consultar con los vecinos si sabían dónde vivía Angie, la niña con la que se fueron ellos – no me acuerdo bien cómo se llamaba la peladita- y buscaron en la casa del abuelo, pero el señor dijo que no, que ella vivía en Bosa. Mi hermana me cuenta que pensó ¿Bosa?, tan grande que es Bosa, imposible que se los llevaran para allá. Sin embargo, siguió preguntando en los CAI y con los vecinos, y al ver que no llegaban llamó a mi otra hermana que vive en el Tunal, a mi hermano Pedro José y a mi esposo, preguntando si los habían encontrado, si los habían llamado o si habían ido… y no.


Ya por la tarde fue a Bosa, pero con lo grande que es, decidió irse primero a la autopista sur a una estación de policía a decirles que sus hijos estaban desaparecidos. Lo que ellos le respondieron cuando les dijo que la chica con la que andaban vivía por esos lados fue que «estarán con algunas niñas indeseadas». Eso fue lo que dijeron. Y cuando les manifestó que necesitaba colocar el denuncio y que le ayudaran a buscarlos, le pidieron que no se afanara, que no se preocupara, que se tranquilizara y se fuera para la casa que quizá ellos ya habían regresado.


En su angustia ella les insistía: sí, pero yo necesito colocar el denuncio, que sepan que mis hijos están desaparecidos. Y le dijeron que no podían recibírselo porque tenían que pasar 72 horas para darlos por desaparecidos. En su desespero ella se fue caminando de Bosa Auto sur a Arborizadora Alta. Eso es lejísimos.


Cuando llegó a la casa y no los encontró, se desesperó más. Llamó al hospital de Meisen, a los centros médicos. Uno hasta podría pensar que pasó algo y los tenían en una UPJ, pero llegó la noche y nada.


Así, llegó mi cuñado -porque él salía a trabajar a las dos de la mañana, llegaba en noche, dormía y, luego, otra vez se iba a enturnarse arriba en Cazucá- y ella no le había querido decir nada.


Él siempre se llevaba a uno de los muchachos de auxiliar en la buseta y cuando ese martes madrugó y preguntó quién se iba a ir con él, mi hermana ahí mismo llamó al más pequeño y le dijo: dígale que necesita plata para unos cuadernos. Vaya, papi, que sus hermanos no llegaron. Y, claro, rápido el chiquitín se levantó, le dijo al papá y él se lo llevó y no se dio cuenta.


Pero mi cuñado siempre llegaba en las noches y preguntaba por los niños y en la noche mi hermana ya no pudo con ese peso. Él le preguntó: y ¿dónde están los muchachos? ¿por qué no fueron a trabajar conmigo? No salieron hoy al cruce – es que uno ayudaba por la mañana y el otro por la tarde y Camilito, el más pequeño, se había quedado todo el día con él-.


Entonces le dijo mi hermana: no, lo que pasa es que ellos no están.

Y él: ¿cómo así que no están? ¿qué pasó? ¿cómo así que les dio permiso? ¿Por qué no me avisó? ¿Por qué hasta ahora? Ahora qué voy a hacer si ya mañana estoy enturnado.


Pues pasó esa noche así y a las dos de la mañana otra vez mi cuñado se enturnó. Donde él se vivía con lo que se ganaba a diario y pues dijo: yo voy, hago un turno, hago lo del diario y luego vengo para que nos pongamos a buscar.


Mientras tanto, yo inocente de todo, allá en el campo con mis hijos.

Llegó ese miércoles y un familiar de mi cuñado escuchó en Radio 1, una emisora que era muy escandalosa: ¡atención! ¡última hora! En el sur de Bogotá dados de baja dos guerrilleros en enfrentamientos con el Ejército, “N.N”, al parecer uno es Eduard Rincón… y esta persona que escuchó, dijo, tan raro ¿Eduard Rincón?, yo tengo un sobrino que se llama así. Entonces, le entró esa angustia y se fue al trabajo de mi cuñado.


Ahí se vieron y él le dijo que quería pasar a saludarlo, que cómo estaba, que cómo está la familia. Y él le respondió que bien. Entonces, ahí fue que le comentó: no, pues ya que me dice que está todo bien, pues lo que pasa, Benja, es que yo escuché en una emisora esta mañana que habían dado de baja a dos guerrilleros, por el ejército, y nombraron a Eduard.


Mi cuñado no pudo soportar y dijo: no, no, Juan. Sí, la verdad es que los chicos están desaparecidos ¿Qué más dijeron? Y, no, que les habían dado de baja, que por guerrilleros.

Ahí mismo llamó a mi hermana en una casa en frente de la de ellos, donde los hacían pasar, y le dijo: los chicos aparecieron, pero la verdad es que en noticias dijeron esto y lo otro. Me voy para Medicina Legal a verificar si es cierto.


No. Esa casa se volvió la locura. Claro, mi cuñado llamó a mi esposo, llamó a mi hermano y se fueron… Después de buscar uno en todo lado, el último rincón en que buscaría sería en Medicina Legal, porque uno siempre guarda la esperanza de encontrarlos. No sé, digo, detenidos, pero no en Medicina Legal.


Cuando mi cuñado llegó allá, el funcionario creo que les mostró un álbum. No sé, la verdad yo le he preguntado. Yo le pregunto a mi esposo si él entró, si los vio y ¿cómo los vio? ¿cómo los encontró? Pero ellos no. Ya no están conmigo en esta lucha. No. Mi cuñado sí al comienzo dio toda la batalla que pudo, pero ya se cansó…


Les mostraron el álbum y él dijo: no lo puedo creer, no, ellos no son, yo quiero verlos de verdad, quiero tocarlos, quiero saber que sí son ellos porque ver fotos no me dice nada. Y el señor los hizo seguir. Y sí. Mi cuñado dice que él fue y abrazó a su hijo, le levantó un bracito y luego lo soltó porque se impresionó. Yo no sé cómo estaban, me imagino que estaban desnudos. Él lo vio tan destrozado, que lo soltó, pero lo reconoció.


Él le dijo al señor que sí era ellos y él les pasó una hoja y le dijo, hermano, lo siento, y para entregarle los cuerpos de sus hijos me firman esto. Tiene que ir ahorita, contratar una funeraria y nosotros acá se lo entregamos.


Y que luego el señor le dijo: y de paso, pues le informo que nosotros les cogimos los órganos. Y eso a mí me parece ser muy abusivos ¡Ahí sí no hubo que esperar 72 horas! Para recibir el denuncio tenía que esperar uno 72 horas, pero para caer como pirañas en los cuerpos de ellos, ahí sí no.


Claro, los verían jóvenes, sanos y de muerte violenta ¡todo les servía!… Sé que a mi hijo le quitaron las corneas, por eso yo estampé sus ojos en una pañoleta y me la coloco de rabia, de protesta, para mostrar esa impotencia que uno siente.


Dijeron: les quitamos los órganos entonces, firmen. Y ellos con su dolor, firmaron. Ya después como que recapacitaron y dijeron ¿por qué firmamos? Pero, como dicen por ahí “ya no hay pataleo de nada” y empezaron a hacer las otras vueltas. Y yo, inocente en el campo.


Aunque yo ese lunes sí había tenido una experiencia fea: iba a empezar a hacer una novena -yo soy devota ¿sí? Pues a ratos, del divino niño- y estaba empezando a hacer una, de los lunes, que siempre hacía cuando mi hijo se iba a estudiar, y apareció una mariposa de esas negras, grandes. Yo no les tengo agüero, pero empecé a espantarla; y la espantaba y le pegaba con un trapo y ¡no! esa mariposa seguía revoloteando, pero yo quería que se fuera porque quería empezar la novena con mis hijos pequeñitos. Y no, ella echaba un polvillo y yo sacúdala y sacúdala.


Ahora yo digo, de pronto, no sé… Ellos salieron a las cuatro de la tarde y a las once de la noche estaban torturados. Siempre he creído que se desangraron de píe, disfrazados, les colocaron prendas militares. Entonces, a veces siento que al pegarle a esa mariposa yo estaba ayudando a golpearlos, pienso yo. Me echo esa culpa… Y eso que ahorita adoro las mariposas, me tatué una pensando en esa metamorfosis que ha sido mi vida desde ahí. Pero, desde que eso pasó les cogí pavor a esas.


En los zapatos de mis hijos


Ellos aparecieron en el sur de Bogotá, en el barrio Perdomo, entre las diez y cuarenta y cinco y las once y cuarto. Una señora dijo que les gritaban ¡corran! y que uno de ellos dijo, ¡por favor no nos maten! pero ellos ya no tenían fuerzas para caminar; ya estaban desangrados ¿Por qué sé que estaban desangrados? porque yo veo los zapatos de mi hijo.


Él tenía unas Fila blancas y, en un comienzo, yo creí que era por robarlos que de pronto les habían hecho eso, no sabía que habían muerto a bala. Cuando los recibieron, mi hermana echó los zapatos y las botas -botas militares que a mi sobrino sí le colocaron-, en un tanque y al otro día cuando fue a lavarlas casi se enloquece porque el agua había quedado roja, muy roja.


Mi hermana fue la que vivió más de cerca todo eso. Es la que me contó eso de las zapatillas, me las entregó, yo las tengo, las guardo… y me las pongo a veces, así siento que me pongo en los zapatos de mi hijo.


Él calzaba 44, era un tipo alto, moreno, ojos claros, un artista muy inteligente…


Y ya. Ese miércoles que los encontraron decidieron avisarme. Iba a ir mi esposo hasta donde yo estaba y me iba a decir así, de una: Betty, camine que su hijo apareció. Yo esperaba a Weimitar ese fin de semana, cuando ese miércoles en la tarde, luego de asegurar los terneros para madrugar a ordeñar, de pronto veo parar una flota y veo que por el camino va subiendo una de mis hermanas.


Yo pensé, inmediatamente, ¿será que viene a visitarnos? Pero ella tenía un negocio y no lo podía cerrar porque pagaba un arriendo caro. Pero bueno, recogí los baldes, el machete de cortar pasto, y la saludé. La vi tranquila y entonces le pregunto: ¿y ese milagro? Usted trae malas noticias, porque usted no viene así como así -porque cuando a mi hermano Luis lo mató la guerrilla ella fue con una pastilla, se la dio a mi mamá y al rato soltó la bomba-.


Y ella dice: ¡Ay, Betty! Imagínese que Eduard está hospitalizado. No, imagínese que no sé qué tiene, y no, toca alistar maletas porque nos vamos para Bogotá.


Y yo le respondí que yo qué podía hacer, que allá estaba la mamá, el papá; estaban todos. Entonces mi hermana se metió a la cocina -yo tenía una baldado de ropa para lavar- y no sé qué le dijo a mi mamá, que salió y me dijo: ay, mijita, eso no lave, váyase con Teresita para Bogotá. Tiene que irse para Bogotá porque Eduitard está hospitalizado.


Claro, y yo les contesté: pero ¿yo qué puedo hacer? No, yo después voy y lo visito. Él se mejora.

No hallaban cómo decirme, hasta que salen con que, no, lo que pasa es que Wéimar también está ahí.


Ahí sí, cuando escuché que Wéimar ¡yo qué ropa! Eso salí a la carretera y me le atravesé al primer carro, un taxi de Tunja que nos recogió y como en ese tiempo no había flota a esa hora, entonces tocó ir a la capital, a Tunja. Por el camino mi hermana llore y llore, y yo, pues llore también. Yo me imaginaba que le habían dado una puñalada por robarle los zapatos, porque él tenía esas zapatillas, y yo no le compraba zapatos ordinarios a mi hijo. Él calzaba mucho y esas baratas, pues no. Y pues a él le gustaba su tabla, sus O.P. Y yo le daba gusto porque mis hijos para mí, lo que yo pudiera, yo les daba; hasta mi vida…


Entonces llegamos a Tunja, cogimos flota y eso fue terrible, mi hermana seguía llorando y yo me imaginaba ¡ay, no, mi hijo está herido! y así llegamos, no sé, a la madrugada, al Tunal.


En la casa de mi hermana todos estaban despiertos y cuando entré la mirada la fijaron en mi hermana. Seguro ella decía que no, que no dijeran nada. Saludé a mi sobrino y les dije: ahí les recomiendo los niños, me voy para el hospital porque yo sé que él me necesita. Y mi hermana me respondió que comiera algo, que no me iban a dejar entrar, que no eran permitidas las visitas a esa hora.


Yo le dije que no, que yo era la mamá, a mí me dejaban entrar y me contestó: no Betty, es que él está en coma.


¿Qué? Me afané y le dije: no, yo sé que voy y le hablo, yo sé que le doy un beso y le digo que me apriete la mano y él va a estar bien, pero déjeme ir, yo me quiero ir. Finalmente, me convencieron y supuestamente me acosté a dormir.


Yo me imaginaba esas películas y novelas en que uno va y les habla y ellos sueltan una lagrimita y abren los ojos y reconocen la voz. Me imaginaba en ese plan. Decía: yo sé que él va a escuchar se va a despertar.


Ya madrugada, me levanté y cuando me iba a ir sonó el teléfono y era mi hermano José. Contestó mi hermana Teresa y dice ella: sí, sí, acá está Betty. Sí, le estoy rogando para que se tome un caldo, pero no quiere nada, ya se va a ir al hospital.


Y entonces me dijo que Beto, mi esposo, quería hablar conmigo. Lo escucho y le digo: hola ¿cómo están? ¿Cómo están ellos? ¿Usted está en el hospital? y me suelta la bomba. Sí, ya está todo listo acá en la funeraria…


Yo suelto el teléfono y miro a mi hermana, y ella me dice: ¡perdóneme, Betty, perdóneme, no tuve el valor de decirle la verdad!

Yo le decía, pero ¿por qué?

Eso fue una película de horror desde que llegaron a Jenesano y no me dijeron nada…

Yo sólo decía, pero ¿por qué? ¿por qué tanto tiempo?


Y ellos: no, mami, que tranquilícese, que toca ir a comprar ropa negra, toca ir a no sé qué, que los niños, que vaya para allá, que para acá. Todo el mundo estaba encima de uno.


De pronto llegan y me dicen: vamos a la funeraria. Y yo ¿cuál funeraria? En el Restrepo. Y llego allá, y esa sala llena. Adentro todo el mundo diciendo «llegó la mamá, llegó la mamá». Había mucha familia, mucha. También todos los amigos de mi cuñado; había muchas coronas…


Entonces entro y veo dos ataúdes, y alguien me dice: venga, mire, acá está su hijo. Yo no creía, no quería llegar a ese espacio y verles su rostro. No. Jamás habría querido verlo así, jamás se imagina uno que sus hijos se van a ir primero. Normalmente son los hijos quienes entierran a sus padres…

Y llegar y verlo… Yo lo quería abrazar, yo lo quería tocar. Si me lo destaparan yo lo toco, pero era como tocar esta mesa, dura, fría. Yo lo quería abrazar, pero me decía: no, él no es. Lo vi diferente, bien peinado hacia atrás. Pero, aunque lo hubieran maquillado tanto, también le vi como unas quemaduras de cigarrillos.


Y después fui a ver a Eduitard… pálido. Le echaron base. Les aplican tantas cosas, pero es para tapar una verdad.


Después me enteré de que fueron torturados. Yo no sabía que habían muerto a bala. Uno con el tiempo trata de hablar de lo que vio. A mí me contaron de gente que estaba a mi rededor y yo no vi nada, andaba porque sabía que tocaba andar. Sentía que no era yo. No soy yo.


Después hablando de ese momento yo decía: ¿a ellos los torturaron, cierto? Los quemaron con cigarrillo ¿qué será lo que ellos sabían para haberlos matado, para haberles hecho lo que les hicieron? Yo decía, pero ¿por qué les uniformaron? No entendía lo de los uniformes. Y alguien me respondió que a ellos no los quemaron, que no fuera boba, que eso eran tiros… ¡Ay! yo sentía como si me los hubieran pegado a mí.


No entendía que los habían asesinado. Me imaginaba que era por robarlos. Y cuando enfrenté la realidad de tener que poner denuncia, aquí y allá, y empecé a ver que describían: dos jóvenes adultos, encontrados en vía pública, disfrazados, uniformados, muertos a bala; Eduitard cuarenta y pucho de disparos, Wéimar, otros tantos…


A ellos sí los hicieron caminar heridos y una señora que escuchó lo que pasó dice que les decían ¡corran! y que uno de ellos gritó ¡no, por favor, no nos maten! Los querían hacer correr para cogerlos por la espalda, pero no, ya no tenían alientos. Entonces lo que hicieron fue acribillarlos. La señora dice que escuchó la ráfaga y lo que hizo fue pararse; que se lanzó al piso y cuando escuchó gente caminar, porque sintió que la cosa había pasado, salió y ya había una moto de la policía a travesada en la puerta y le dijo: ¿qué quiere señora? ¿quiere servir de testigo?…


Yo he ido al lugar. Yo no había querido enfrentar esa realidad de ir hasta donde quedaron; no quería recorrer y enfrentar. Y fue tan duro. Yo recorriendo esos pasos… Por eso digo que de Bosa a Arborizadora Alta es lejos, porque yo lo hice, yo fui a buscar la casa donde mi sobrina Vivi – que es una mujer también valiente, una mujer que se arriesga- dice que vivían esas niñas, pero no la encontramos. Nos imaginamos el recorrido que ellos hicieron, pasamos la autopista, luego un CAI, subimos todo eso hasta unas casitas por allá arriba y llegamos al sitio. Y llorábamos… nos pusimos en el sitio, me arrodillé y mi sobrina dijo: mire, acá quedó Wéimar y acá quedó Eduard. Aquí quedaron. Ella había visto las fotos de Medicina Legal.


Cuando fuimos, estábamos grabando y la gente salía, y yo le decía: buenas tardes ¿sumercé hace cuanto que vive acá?


Y respondían: 9 años.


Seguíamos averiguando


¿Cuánto lleva viviendo acá? 18.


Entonces Sumercé ha escuchado por acá, hace 15 años, de dos muchachos… Y ellos: ¡sí, sí, claro! ¡Hasta la hora se la podemos dar! Eso fue como a las once ¡uy! eso fue terrible. Una balacera terrible. Y eran militares, ellos eran militares.


Y seguía uno preguntado y le iban contando…

Y ahí una cosa que pasó fue que ese día mientras estábamos sentadas en un andén, pasó una señora y me dice mi sobrina: tía, a esa señora la conozco.


Dice: ¡ay, no sé de dónde la conozco, tía!

Y Yo le dije: vamos, vamos.


Y cuando íbamos a subir detrás de la señora, subió un carro de placas «545». Ese era el carro de mi cuñado. El carro que él sacó es 2004 y que era sorpresa para los hijos, porque que como no tenían la posibilidad de entrar a un Sena, a una universidad, pues se decidió sacar un carro y que pudieran trabajarlo. El uno lo trabajaba de día y el otro de noche. Como fuera, pero tenían que salir adelante. Pero no, ellos no alcanzaron a conocerlo y era una sorpresa que le tenía a mi hijo y a mi sobrino. En honor a ellos después le colocó “los Minchos”. A los Benjamines les dicen “Minchos”, entonces le puso así.


En ese momento, cuando pasó el carro, yo sentí que el mundo se me venía encima, y Vivi dice: sí, ese es el carro que tenía mi papá.


Y allá en la curva se perdió. A mí me dio mucho medio porque estamos buscando la verdad y también así uno corre peligro…


Bueno, pasó así, y alcanzamos a la señora. Se conocían con mi sobrina porque trabajaban en la misma universidad y entonces ella nos invitó a tomar agua y nos dijo que sí había escuchado, y que el día que eso pasó, vio todo desde la ventana, que porque eso era como normal. Ese sector era un arenal, allá escondían armas y en ese lado había grupos de autodefensas. Dicen que ellos trabajaron en complicidad con el ejército.


Y así fue ese día, incluso hubo gente que pensó que eran militares, que porque estaban uniformados. Los asociaron fue con militares, mientras que el noticiero dijo que eran guerrilleros en enfrentamientos. Claro, yo decía ¿enfrentamientos en Bogotá? O sea, se metió la guerrilla y no se dieron cuenta. En un enfrentamiento hay hartos de este lado y hartos de este otro, y están armados. Pero ¿dos muchachos?


Digo yo, haberlos torturado tanto. No me explico lo que les hicieron para haberles puesto esos chiros ¿cuánto los torturarían? ¿qué palabrotas les dirían? ¿qué más maltrato?…


La lucha


Entonces, cuando yo estaba allá. En esos cuatro años que duré enterrada, un día empiezo a escuchar que hay jóvenes desaparecidos en Soacha, que las mamitas se encontraron en la Personería denunciando la desaparición de sus hijos, que aparecieron jóvenes llevados a Ocaña; que aparecieron uniformados, que fueron torturados, que los engañaron con propuestas de trabajo.


Yo llamé a mi hermana y le dije: ¿sí ve?, lo mismo que nos pasó a nosotras, escuchemos. Y nosotras allá enterradas, pues dije: no, me voy para Bogotá. Vea que ellas sí escuchan, que las mamitas se reúnen, que hacen plantones, que las mamitas luchan; que quieren saber la verdad. Y hubo una convocatoria de una marcha en abril del 2009. Una marcha que la encabezó el señor Iván Cepeda y me vine sola. Mandé a estampar la camiseta con mis hijos y fui desde el bunker de la fiscalía, luego por toda la 26 y vinimos a dar por acá a un restaurante en el centro. Ahí me conecté.


Antes, mi caso no estaba registrado, o sea, no como falso positivo, pero cuando yo conté que fueron disfrazados, que fueron torturados, que les habían hecho promesas de trabajo, comprendí. Porque incluso a mis hijos sí le habían hecho esa invitación a un curso. Mi hijo me dijo: mami, nos encontramos unos señores y nos están invitando a hacer un curso, nos ofrecen buen trabajo, buen pago.


Pero me dijo que tocaba ir por allá a los llanos a hacer un curso y no. Pensamos que era para mínimo para celador y no…


No. Yo a mi hijo lo veía de profesional, de arquitecto, de ingeniero. Él hacía caricaturas, dibujaba. Le daban una foto pequeñita y la hacía grande, hacía bodegones. Yo me lo imagino. Cuando voy al cementerio y le limpio su nombre en esa lápida… eso era lo que yo no quería. Yo quería era limpiarle sus diplomas, sus menciones de honor, yo no me imaginaba ver su nombre en esas placas. Me da una piedra…


Eso es lo que a una le da rabia, que uno parió para formar buenos hombres, no para que un criminal saque pecho y se cuelgue medallas en honor a la muerte de nuestros hijos. Y todavía tienen el descaro de decir que los que hicieron eso son unos pobres ignorantes.


Pobre e ignorante él [General Montoya], que acató ordenes de sus superiores. Ese sí es más ignorante, que hizo caso del Ministro de Defensa y de su presidente. Si es tan educado, pues que se quite todas esas medallas que ha recibido a costa de los que sí pusieron el pecho; de los soldados que dieron su vida por negarse a hacerlo o los que sufren por haber hecho eso obligados.

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